EL SUPREMO PROPÓSITO DE CRISTO
Por: Lic. DIEGO BRIZZIO
Iglesia Cristiana Evangélica "Sígueme"
España 155 - Godoy Cruz - Mendoza
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Un papá
ha estado trabajando en otra provincia durante dos semanas seguidas, y no ha
vuelto a casa, pero esta tarde va a volver; su vuelo va a aterrizar en el
aeropuerto de la ciudad. Cuando va llegando la hora, la mamá le recuerda a su
hijito que falta poco para que llegue Papá; lo toma, lo baña, lo viste, lo
peina, lo perfuma, lo carga en el auto, y salen rumbo al aeropuerto. Pregunto:
¿cuál es el principal propósito de la mamá, al hacer todos esos preparativos
tan importantes con su hijito? ¿Es que el niño deje de ensuciarse mientras
juega, que el viaje en auto hasta el aeropuerto sea agradable, que el niño admire
el edificio del aeropuerto, que reciba el regalito que le trae el papá…? ¿Cuál
es el principal propósito de la madre? … El principal propósito es que su
hijito se encuentre con su papá, que suba en los brazos de papá, que siente su
abrazo, que vuelva a sentir su amor, su voz, su seguridad, en fin que lo
disfrute. Todo lo demás es preparatorio, un medio para ese fin.
Pregunto,
hermanos, ¿cuál fue el principal propósito por el que Cristo padeció en la
cruz? Hoy veremos cuál fue…
El supremo propósito de
Cristo
1 Pedro 3.18
“Cristo padeció una vez por los pecados, el justo
por los injustos, para llevarnos a Dios…”
I.
Lo primero que encontramos es que Cristo padeció. Cristo sufrió dolores grandes y dolores de todo
tipo. öPadeció
persecución, hostilidad e intrigas de parte de sus enemigos toda la vida, desde
que era bebé, hasta el mismo día de su muerte. öPadeció
traición de su supuesto amigo Judas, abandono de los otros 11 amigos, y negación
de parte de Pedro. öPadeció
el juicio más corrupto e injusto de la historia de parte de los líderes
religiosos. öPadeció
prevaricato y cobardía de parte del líder político. öPadeció
la tortura más dura e intensa de parte de los soldados romanos: trompadas,
escupitajos, decenas y decenas de azotes con huesos, una corona de espinas,
vergüenza y humillación públicas, etc. öPadeció
la ejecución más cruel de ese entonces: la muerte por crucifixión, clavado en
sus extremidades, y luego perforado. öPadeció
el silencio de su Padre. ¡Cuánto padeció nuestro Señor!
II.
Lo segundo que encontramos es que padeció por nuestros pecados. Cristo no padeció por delitos u
ofensa propios, no fue castigado por alguna mala conducta que
tuvo. En realidad él no cometió pecado de ningún tipo. Él era justo, él único
justo de la historia humana. Cristo padeció por los delitos, los crímenes y
las ofensas nuestras, padeció el castigo que nosotros merecemos por haber ofendido su forma de ser, por haber trasgredido sus
mandamientos alguna vez en algún punto: por hacer dioses de
nosotros mismos, por imaginarnos a Dios a nuestro antojo, por no buscarlo ni
admirarlo, por nuestro maltrato verbal y físico, nuestras prácticas
homosexuales, nuestro sexo fuera del matrimonio, nuestros abortos, nuestra corrupción
y deshonestidad en todo sentido, nuestra ansiedad por que se fijen en nosotros
y nos aprecien, nuestra discriminación, nuestra indiferencia ante las desigualdades
económicas y sociales… Cristo padeció por nuestros pecados. Por amor
se ofreció para reemplazarnos en la cruz.
¿Habías escuchado esta
noticia en otra oportunidad? ¿Te admitís como una persona ofensiva contra Dios?
¿Te duele serlo? ¿Querés dejar de llevar una vida ofensiva contra Dios? ¿Has
confiado en Cristo como tu Salvador? Hoy, querido amigo, hoy, arrepentite de
tus pecados, y confiá en Cristo Jesús.
III.
Lo último que encontramos es que Cristo hizo eso
para llevarnos a Dios. La palabra griega que se traduce como
“llevarnos” es “proságō”. Significa “hacer que una persona llegue a
estar delante de otra, en presencia de otra”. Así que, Cristo padeció para que
nosotros lleguemos a estar delante de Dios, en presencia de Dios. Esto,
hermanos, es maravilloso. Así que vamos a explicarlo mejor, desde el principio:
¿Qué fue lo peor que pasó
cuando pecamos en Edén? … Lo peor que pasó no fue que dejamos de estar en un
lugar bonito; no fue que desde ese momento tuvimos que sufrir. No. Lo peor fue esto:
“El hombre y su mujer
oyeron la voz de Dios que se paseaba en el huerto, al aire del día, y se
escondieron de la presencia de Jehová Dios entre los árboles del huerto” (Gn
3.8). Nosotros mismos huimos de delante de Dios. Y “Dios echó al ser humano
del huerto del Edén… lo expulsó” (Gn 3.23–24). Dios nos expulsó de delante de él; en su santidad no pudo permitir que
estuviésemos en su presencia. En palabras de Pablo, lo peor que pasó cuando
pecamos fue que fuimos “destituidos de la
gloria de Dios” (Ro 3.23), privados, impedidos de estar delante de él, en
su presencia, contemplando su admirable persona, percibiendo su maravilloso
carácter, encontrando deleite genuino y profunda satisfacción.
Bueno, aquí Pedro sugiere
que Cristo padeció con el propósito de que nosotros, de alguna manera, volvamos
a experimentar lo que justamente dejamos de experimentar tras el pecado en
Edén: que de nuevo estemos delante de Dios, en su presencia, para que de
nuevo contemplemos su admirable persona, deleitándonos y satisfaciéndonos.
Ahora bien, alguno de
ustedes quizá pregunte: ¿Esto debe interpretarse en sentido espacial o
geográfico, como cuando dos personas se ponen físicamente frente a frente, o
debe interpretarse en otro sentido? … Bueno, si hablamos del futuro, sí, debemos
interpretarlo en sentido físico y espacial, porque hablando del futuro la
Biblia dice: “Sabemos que Dios… nos resucitará a nosotros con
Jesús y nos presentará ante sí mismo” (2 Co 4.14). “Toda la gloria sea para
Dios, quien es poderoso… para llevarlos sin mancha y con gran alegría a su
gloriosa presencia” (Jd 24). “¡Miren, el hogar de Dios ahora está entre su
pueblo! Él vivirá con ellos, y ellos serán su pueblo. Dios mismo estará con
ellos. …Allí estará el trono de Dios y del Cordero, y sus siervos lo adorarán.
Verán su rostro” (Ap 21.3-4; 22.3-4). Así que, si hablamos del futuro,
sí, debemos interpretarlo físicamente, espacialmente. Cristo padeció para
llevar nuestros cuerpos glorificados delante de Dios, a su presencia. Y allí
vamos a poder contemplar con total claridad su admirabilísima persona, su
maravillosa forma de ser, y vamos a ser plenamente deleitados y satisfechos. (Y esto sin citar los muchos pasajes que hablan de
que estaremos delante del mismo Cristo, del Hijo, contemplando su gloria.)
Sin embargo, si hablamos
del presente, no debemos interpretarlo física o espacialmente, pero sí
espiritualmente. Porque la Biblia, cuando habla de hoy, de la actualidad, dice:
“Gracias a Cristo y a nuestra fe en él, podemos entrar en la presencia de
Dios con toda libertad y confianza” (Ef 3.12). Entren “directamente a la presencia de Dios con corazón sincero y con
plena confianza en él” (He 10.22 y 4.16). Así que, en
el presente, estar delante de Dios, en su presencia, es una experiencia
espiritual, real y posible. Tres cosas muy importantes: ¿Qué
es estar espiritualmente delante de Dios, en su presencia? Es
percibir interiormente la gloria de Dios, contemplar su admirable carácter o
forma de ser, sus maravillosos atributos personales: su amor, su ternura, su
compasión, poder, justicia. ¿Cuándo
percibimos la gloria de Dios? Cuando estamos leyendo, escuchando o recordando su
Palabra, y el Espíritu Santo nos activa el sentido de la percepción espiritual,
la fe, plena certidumbre acerca de lo que la Palabra dice. ¿Y qué
sentimos en ese momento? Sentimos una o varias de las siguientes emociones:
gozo, deleite, paz, quietud, libertad, seguridad, satisfacción, saciedad y
suficiencia…
Mirá lo que viven los que están delante de Dios: David dice: “En tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a tu diestra para siempre” (Sal 16.11). “Lo único que
le pido al Señor —lo que más anhelo— es vivir en la casa del Señor [delante de
él, en su presencia] todos los días de mi vida, deleitándome en la perfección
del Señor” (Sal 27.4). “Te he visto
en el santuario y he contemplado tu poder y tu gloria. Tu amor es mejor que la
vida; por eso mis labios te alabarán… Mi alma quedará satisfecha como de un
suculento banquete, y con labios jubilosos te alabará mi boca” (Sal 63-3, 5).
Para poder comprender acabadamente lo que se vive al estar delante de Dios
espiritualmente, hay que vivirlo.
Hermanas y hermanos
queridos, que nosotros vivamos esto es el
supremo propósito de Cristo. Lo fue cuando padeció, y lo es ahora. Perdonarnos
los pecados y limpiarnos la conciencia, darnos poder para ir dejando los
pecados e imitándolo a él, que lo sirvamos y hagamos buenas obras, que
resucitemos de entre los muertos y disfrutemos del entorno glorioso en donde
estaremos, que no vayamos al castigo eterno… Todos esos fueron también
propósitos de Cristo al padecer, importantísimos, condiciones indispensables;
pero todos ellos son medios para permitir el supremo propósito: que estemos
delante del Padre, en su presencia. ¿En la eternidad? Sí; pero también ahora.
¿Buscás deleite y satisfacción para tu corazón y para tu alma? Sólo contemplando la gloria de Dios por la fe diariamente la vas a
encontrar. Tomémonos un buen tiempo todos los días para buscar al Señor, y
contemplarlo, y gozarnos en él, en la Palabra de Dios. Toda la Palabra nos
revela la gloria del Señor, pero el núcleo resplandeciente podemos encontrarlo
en la persona y la obra de Cristo. Es
en su persona, es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, en sus padecimientos
por nuestros pecados, donde vamos a poder encontrar su amor y su ternura, la
dulzura y la hermosura del Señor. Es en su resurrección, donde podemos
confirmar su poder, su libertad, su perdón. ¡Busquémoslo!
Imagen: https://stocksnap.io
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