Hojas de higuera
Por: Luis Caccia Guerra para
www.devocionaldiario.com
“Un día, Adán y Eva se sintieron
culpables. Al mismo tiempo, sintieron que Dios les miraba y sintieron
vergüenza. Y entonces, nos dice la Biblia, cosieron hojas de higuera
para cubrirse.
Nada ha cambiado en la actitud de los seres
humanos desde entonces.” Pablo Sheetz.
Quienes formamos parte de este ministerio, a
través de la palabra escrita, tenemos al menos, un punto en común:
el ocuparnos de otros. De la mano de Dios hacer que nuestras propias
vidas, bendiciones y también ¿por qué no? penurias, sean de
bendición y edificación para otros.
El escritor secular, conocido y exitoso, muchas
veces se encuentra “atado” a lo que su editorial le demanda y con
frecuencia, si desea continuar parado sobre la cresta de la ola del
éxito, debe escribir lo que sus lectores esperan leer de él. En
cambio, lo que decimos, lo que expresamos, lo que muchos escritores
cristianos MINISTRAMOS a través de la palabra escrita no
necesariamente debe ser así –y esto con un profundo respeto por
todos nuestros lectores, lo digo–.
Toda
la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para
redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que
el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda
buena obra.
(2
Timoteo 3:16-17 RV60)
La Escritura es inspirada por Dios, mas no
necesariamente lo que nosotros decimos. Esto no significa que es
válido o no, que está bien o que está mal. Simplemente, lo que
nosotros expresamos son consideraciones, aplicaciones,
interpretaciones personales, desnudar el alma en momentos
devocionales basados en la Palabra de Dios, con los cuales nuestros
amados lectores podrán o no estar de acuerdo; podrá gustarles o no;
tal vez encuentren que a lo que escribimos desde lo profundo del
corazón le faltó algo, o tal vez, por el contrario, que algo está
de más.
Y está perfecto que así sea. Cuando
ministramos, no buscamos dar pie a controversias, pero cuando las
palabras se exteriorizan, trascienden las fronteras de nuestro
corazón, levantan vuelo desde nuestras manos, indudablemente
tocamos almas y el propósito de nuestro corazón, más allá de
gustos, razones, consideraciones y circunstancias, es ser de
bendición. En lo personal, muchas veces me encuentro recibiendo
bendiciones que, como niñito rebelde sin causa, definitivamente ¡NO
ME GUSTAN! Estas cosas son válidas para cualquier servicio que se
precie de MINISTERIO, no solamente dar forma a ideas y pensamientos
a través de la palabra escrita.
Hace muchos años, encontré un libro en un
mesón de ofertas de saldos en una librería cristiana. Su tapa,
formato, diseño de impresión y aspecto, no prometían mucho que
digamos. Y su título espantaba a unos cuantos: “Se te cae la
hoja de higuera” del periodista argentino Pablo Sheetz. Por muy
poco dinero, lo llevé. ¡QUÉ BENDICION!
Han pasado los años, lo he leído y releído
una y otra vez y lo compartí con otros hermanos. Hasta una campaña
de cinco mensajes hicimos, y hace pocos años se publicó un artículo
de mi autoría inspirado sobre conceptos y consideraciones de este
libro de edición ya agotada. Hoy resulta ser de inspiración para el
presente devocional y no puedo menos que dar las gracias a Dios por
el ministerio de mi hermano Pablo Sheetz, porque me ayudó a
desprenderme de un enorme bagaje de hojas de higuera que estorbaban
mi servicio a Dios. Llámese, hábitos y mentiras inconscientes,
cubrir las apariencias, ocultar el dolor, las frustraciones,
literalmente vivir “vistiendo”, “tapando” con hojas de
higuera la desnudez de mi alma, mis propias fallas de un cristianismo
imperfecto y con profundas grietas.
¿Quién dijo que el ámbito de la moda es
mayoritario de las damas? ¡Si el primer “traje” de moda lo hizo
Adán, el primer hombre que habitó sobre esta tierra!
Hoy estoy aprendiendo a abrir mi alma. Me
ayuda, porque al abrir los ventanales de mi alma puedo hacer que la
luz de Cristo alumbre las zonas más oscuras de mi ser y sane lo
corrupto. Al abrir las puertas del dolor puedo hacer que aquellas
tristes vivencias inconscientes ya dejen de sangrar, ocasionar dolor
y tristeza y que el dolor por la puerta por donde mismo entró, pueda
salir.
Hace unos días tenía una conversación en la
puerta del Templo, al término del culto de la noche, con un amado
hermano y amigo. Cuando era preadolescente fui su maestro. Su
conducta al propio decir de él mismo: “se las traía”. No
era un niño malo, pero su conducta… era difícil, el niño, ¡se
los aseguro! Hoy es padre de familia, tiene un ministerio y toda su
familia está involucrada en una u otra forma en la Obra. Sin embargo
un día perdí el control y le propiné un golpe. No se preocupen, él
no salió herido. El que salió lastimado fui yo, porque durante
todos estos años viví con la culpa y el cargo de conciencia.
“-¡Cómo no tuve las manos atadas!”
le dije esa noche. “-¡Qué bueno que tengas un buen recuerdo,
puedas tomarlo con humor y sin rencores! Agregué.
Nos abrazamos. Lo siento, le dije. El sonreía
emocionado.
Es que hoy estoy aprendiendo a abandonar las
hojas de higuera que para nada sirven, a depositar en las dulces
manos de mi Señor mis dolores y frustraciones, a quebrantarme
delante de su presencia para que su luz sane mi alma, a abrir el
abismo del interior de mi corazón y dejar de intentar salvarme por
mi propia cuenta, como a mí me place o creo que “me conviene”;
para que sea El, quien le dé sanidad y restauración; me saque de la
oscuridad mas no como yo quiero, sino como El quiere.
Hazme
oír por la mañana tu misericordia, porque en ti he confiado; hazme
saber el camino por donde ande, porque a ti he alzado mi alma.
Líbrame de mis enemigos, oh SEÑOR; a ti me acojo. Enséñame a
hacer tu voluntad, porque tú [eres] mi Dios. Tu buen Espíritu me
guíe a tierra de rectitud. Por tu Nombre, oh SEÑOR me vivificarás;
por tu justicia, sacarás mi alma de angustia.
(Salmos
143:8-11 RV2000)
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