Del amor divino
Por Luis Caccia Guerra para
www.devocionaldiario.com
“¿Cuántas veces ustedes los padres
escucharon cosas como: Mamá, papá, quiero agradecerles por todos
los sacrificios que hicieron por mí, estoy tan agradecido?”
(Philip Yansey. “¿Para qué sirve Dios?”) Gracias hno. Philip,
tus palabras han sido tan inspiradoras y de gran bendición desde mis
primeros pasos en la vida cristiana, allá por principios de los ‘80
y hoy eso no ha cambiado en absoluto. ¡Bueno sería conocernos
personalmente!
Hoy ellos ya no están aquí, pero con lágrimas
en los ojos y un nudo en la garganta al momento de escribir esto,
dudo que mis padres hayan escuchado semejante cosa de mí mismo. Es
más: tal vez –insisto: sólo “tal vez” – Dios lo haya
escuchado alguna vez de mi propia boca. En unos pocos meses voy a
cumplir treinta y cinco años de aquella noche en que decidí
entregar mi vida en sus manos. ¡Gracias Dios, por el ministerio de
mi hno. Miguel que hoy está en tu presencia! Hoy uno de sus hijos es
uno de los pastores en la iglesia en la cual me congrego.
La idea era escribir sobre otra cosa, sin
embargo al momento de poner las manos en el teclado y dar forma en
palabras a los pensamientos que fluyen de mi intenso diálogo
interior, Dios irrumpe así en mi vida, mente y corazón al momento
de derramar el alma en un escrito.
“Sé que hay montañas tan altas que no
creas escalar; y un horizonte tan lejano que no creas alcanzar; sé
que la duda y la indecisión son enemigos que hay que derribar;
¡Levántate con fe!; en Dios está el poder para hoy vencer… no
des lugar a dudas, tán sólo algo de fe … no hay de qué temer si
puedes creer”, dice una bellísima canción cristiana en la
dulce voz de Lilly Goodman (Lilly Goodman. “Si puedes creer”).
Tiempo atrás, después de una durísima
derrota y de años de velado silencio en el valle de las lágrimas,
comenzamos tímidamente con mi amada esposa, a orar por un hijo
cuando todas las posibilidades de tener uno estaban negadas para
nosotros. Hoy, otros son los desafíos, otros los sueños, otros son
los horizontes que se levantan delante de nosotros. Pero esa hija que
iluminó nuestras vidas hoy tiene veintidós años y es testimonio
viviente de que “todo es posible si puedes creer”.
Y no me canso de decirle: un hijo buscado es un
hijo amado. Mientras más buscado, aún más amado.
Pero también hoy puedo sentir el corazón de
Dios cuando desde chiquito me buscaba. Hoy, en la dulce presencia de
nuestra hija puedo ver el milagro de Dios obrando con poder en
nuestras vidas, pero también puedo ver el milagro de Dios alcanzando
mi alma para la eternidad.
Y también hoy puedo ver mi propia ingratitud,
como hijo amado de papá Dios; mientras más buscado, más
intensamente amado. No puedo menos que desde lo profundo del corazón
clamar:
¡GRACIAS, AMADO SEÑOR!
Antes,
en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel
que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la
vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente,
ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa
creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús
Señor nuestro.
(Romanos
8:37-39 RV60)
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