Cuando la confesión nos gobierna
Por: Luis Caccia Guerra para
www.devocionaldiario.com
Muchas veces uno ruega y clama a Dios por
“justicia”. Sobre todo cuando el damnificado es uno. Las burlas,
la discriminación, el aparteid, el odio y el asedio sin descanso,
las continuas provocaciones… unido a todo este triste panorama, las
presiones propias del ámbito laboral, esta semana terminaron por
agotarme. El viernes pasado, no más llegar a la oficina, muy
temprano en la mañana, me desplomé en mi sillón y tras un profundo
suspiro pensé:
-¿Y ahora, Dios, qué sigue?
La Gerente, desde su oficina contigua, escuchó
mi descarga emocional, dejó su escritorio y se presentó
inmediatamente.
-Luis: ¿Qué pasa? ¿Así empezamos el día?
-Sí. Estoy agotado. ¡No puedo más! Fue mi
respuesta, sin importar las consecuencias de mi “sincericidio”.
No vale la pena abundar en detalles de lo que
siguió. Si llegué muy temprano en la mañana agotado, terminé el
día después de doce horas sin parar en medio de muchos problemas,
presiones y tensiones, realmente exhausto. Seguramente Dios debe
haber hecho algo al respecto, sólo que no puedo saber qué.
Y es que a raíz de esta terrible jornada, hoy
pude vislumbrar, discernir las consecuencias de lo que declaramos en
nuestras vidas.
Años atrás, unos parientes con derecho a
reclamo, se llegaron a ocupar la casa propiedad de la familia, en la
que habitábamos desde hacía veinte años. La mujer, que alguna vez
hizo profesión de fe en el Señor como su Salvador, pero que más
tarde hizo negocios con el reino de las tinieblas, simuló un estado
de locura. Creyendo en su paranoia, no tardé en abandonar esa casa
con mi familia tan pronto como pude hacerlo. Habían conseguido lo
que querían, se quedaron con la vivienda. Pero pronto, la pretendida
locura, es decir, lo que declararon sobre sí mismos, se hizo real y
en el término de menos de un año, ella y su esposo murieron.
Quedaron dos hijas y un hijo, ya adultos, y un nietito de corta edad,
presos del reino de las tinieblas en aquella casa, que hoy, día a
día hace implosión, se deteriora, se hace pedazos, se derrumba
sobre sí misma en medio de la miseria y en las peores de las
condiciones.
Durante mucho tiempo con mi amada esposa, de
rodillas rogábamos e intercedíamos por esa gente. Sin embargo, con
el transcurrir de los años, la relación con ellos se hizo difícil,
conflictiva, ríspida y un abismo se abrió entre ellos y nosotros.
Debo confesar que comencé a abrigar profundos resentimientos hacia
ellos. Noches sin dormir en medio de un espiral de odio, me
consumieron. Todos habían hecho profesión de fe en Nuestro Señor
como Salvador, pero hoy están del lado oscuro y a merced de las
tinieblas. Es más, sin ir más lejos, ahora, en este momento, al
escribir estas líneas, las huestes de maldad de las regiones
celestes (Efesios 6) hacen estragos en mi mente y en mi equipo.
Amados, difícil imaginarse lo que me está costando escribir el
presente texto.
Jesús, clavado a una cruz, muy lejos de clamar
por justicia, aquella negra tarde en el Gólgota clamó por quienes
lo crucificaban: “Padre perdónalos, no saben lo que hacen”
(Lucas 23:34).
Después de ver la mano de Dios obrar y
percibir las consecuencias del alejamiento rebelde y soberbio, muy
lejos de clamar por una justicia que también me alcanza a mí, no
puedo menos que abandonar mis resentimientos, caer de nuevo sobre mis
rodillas y decir:
-¡Señor, perdóname a mí y perdónalos a
ellos porque no sabemos lo que hacemos!
El viernes a la mañana temprano, alguien me
preguntó mientras me servía un café antes de comenzar a trabajar:
-Luis, ¿cómo estás?
-Bien; respondí. –¡Pero ya se me va a
pasar! agregué.
Hubo risas, creyendo que se trataba de una
humorada. Pero hablaba muy en serio. Y ni más ni menos, así fue.
¡Lo bueno se me pasó enseguida!!
Y es que la confesión irremediablemente nos
gobierna. No se trata de “pensar en positivo”, eso es otra cosa
bien distinta y un terrible engaño. Se trata de que lo que
confesamos es lo que realmente creemos.
“Una fe sana cambia el miedo por la fe.
Miedo es fe en reversa: fe en lo negativo, en lo malo, y
funciona porque es fe. TODO
LO QUE ES FE FUNCIONA” (Bernardo Stamateas).
Pero
teniendo el mismo espíritu de fe, conforme a lo que está escrito:
Creí, por lo cual hablé, nosotros también creemos, por lo cual
también hablamos, sabiendo que el que resucitó al Señor Jesús, a
nosotros también nos resucitará con Jesús, y nos presentará
juntamente con vosotros. Porque todas estas cosas padecemos por amor
a vosotros, para que abundando la gracia por medio de muchos, la
acción de gracias sobreabunde para gloria de Dios. Por tanto, no
desmayamos; antes aunque este nuestro hombre exterior se va
desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día.
(2
Corintios 4:13-16 RV60)
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