No encaja

 Por: Luis Caccia Guerra escrito originalmente para www.devocionaldiario.com
 

 
Hay sitios y ámbitos en los que no sólo las personas que se hallan o concurren con cierta regularidad o frecuencia a ese lugar, sino que aún una silla perteneciente al mobiliario, uno la encuentra familiar; no tanto como de su propiedad, pero sí existe algún sentido de “pertenencia” o vínculo con cosas, edificios y personas. En cambio hay sitios en los que, sin importar causas, razones o circunstancias, a uno le queda más que en claro desde el principio, que no encaja. La sensación más clara y evidente es “yo no pertenezco aquí”.

A menudo, no pertenecer, es triste, pesa. Si no tenemos bien en claro las verdaderas causas por las cuales no pertenecemos, puede inclusive, lesionar nuestra propia autoestima. Sobre todo si nuestros mejores esfuerzos están empeñados en pertenecer a ese grupo, lugar, institución.

Pero a veces no deja de ser una gran tranquilidad de conciencia, no encajar en determinados ámbitos, círculos, grupos. A veces, aunque no lo sintamos de ese modo, es una verdadera bendición porque significa que estamos marcando una diferencia, que no tenemos afinidad, que no somos iguales a la media del grupo donde se revelan conductas tan sutiles como hostiles. Donde si se incurre en este tipo de actitudes, hay algo que, evidentemente, no está bien.

Y eso tiene un elevado costo, sobre todo si uno tiene otros objetivos, otra forma de ver las cosas, puestos los ojos en otros valores, la mirada en horizontes más elevados.

Bien es cierto que hay personas cuyas conductas, hábitos, actitudes, son verdaderamente irritantes y ponen continuamente a prueba nuestra tolerancia y capacidad de amarles. Esto sin considerar que hay quienes son descaradamente hostiles y su pensamiento hacia nosotros es continuamente el mal (Salmos 38:12). Del mismo modo ocurre a la recíproca, habida cuenta de que hay veces, que somos nosotros mismos quienes con nuestros hábitos y actitudes inconscientes disparamos esta clase de conductas hacia nosotros. De cualquier modo, ni el juicio ni mucho menos la ejecución de la condena, que a menudo se materializa en maltrato, discriminación, aparteid; nos corresponde a nosotros los seres humanos.

Me ha tocado estar en ambos lados de esa oscura calle. Es por ello que hoy más que nunca, puedo comprender porqué Dios nos exhorta a “amar a nuestro prójimo”. Dios no nos pide que nos “enamoremos” de las personas difíciles de amar e inclusive, las hostiles hacia nosotros. El dice que debemos “amarles”, que no es lo mismo (Mateo 5:44). “Amarles”, en los términos de Dios implica “…hacer toda la bondad verdadera que podamos a todos, especialmente a sus almas. Debemos orar por ellos. Mientras muchos devolverán bien por bien, hemos de devolver bien por mal; y esto hablará de un principio más noble en que se basa la mayoría de los hombres para actuar. Otros saludan a sus hermanos, y abrazan a los de su propio partido, costumbre y opinión pero nosotros no debemos limitar así nuestro respeto” (Comentario Bíblico Matthew Henry-Se transcribe la cita en los términos del uso legalmente permitido).

Pero más allá de todas estas cosas, para quienes no valemos nada, ante quienes ya no tenemos sólo una materia sin aprobar; sino toda la carrera, también nuestra propia presencia y existencia; amarles es fundamentalmente tener la capacidad de prodigar a manos llenas esa inconmesurable, abundante Gracia de Dios que un día fue generosamente derramada sobre nosotros cuando todos y cada uno de nuestros pecados tuvieron a bien ser perdonados.

No me gusta la palabra “discapacitado”. Pone literalmente en inferioridad de condiciones a quien va dirigida. Pero me ayuda a amar a quienes “no se lo merecen” el pensar que delante de Dios absolutamente todos los seres humanos tenemos algún grado de discapacidad. Obviamente no todos tenemos la misma clase de limitaciones, pero aún el más eficiente y exitoso de los seres humanos de este mundo tiene sus propias limitaciones y discapacidades con las que debe lidiar todos y cada uno de los días de su vida.

A veces somos nosotros mismos quienes emitimos juicios, discriminamos, maltratamos. Philip Yancey cita el crudo ejemplo de una joven prostituta que rentaba a su pequeña hijita para los más bajos y aberrantes actos. “Por fin le pregunté si alguna vez había pensado en acudir a una iglesia en busca de ayuda. Nunca olvidaré el aspecto de impresión inocente y pura que cruzó por su rostro. “¡Una iglesia!”, exclamó. “¿Para qué habría de ir allí? Ya me estaba sintiendo muy mal conmigo misma. Todo lo que harían sería empeorar las cosas.” (Philip Yancey; Gracia Divina vs. condena humana- Se transcribe la cita en los términos del uso legalmente permitido).

Dios nos ha dotado a cada uno de nosotros con todos los elementos necesarios para que no seamos parte de este triste cuadro. Hoy quiero poner dulzura donde hay amargura. Hoy quiero dejar una palabra con gracia, sazonada con sal, en las vidas insípidas, tristes, a fin de que puedan ver que el amor de Dios es como El mismo: VERBO, no SUSTANTIVO; que no se DICE, se HACE.

Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres.
(Mateo 5:13 RV60)

Andad sabiamente para con los de afuera, redimiendo el tiempo. Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal, para que sepáis cómo debéis responder a cada uno.
(Colosenses 4:5-6 RV60)

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