Desde el underground
Por: Luis Caccia Guerra para www.devocionaldiario.com
No he tenido ese privilegio de haber nacido en una
familia de esas cuyos apellidos suenan y resuenan continuamente en los medios
de prensa y en las reuniones de todo tipo y ámbito. No provengo de una familia adinerada, con
influencias, ni con una gran cultura, ni
educación superior.
Muy por el contrario, pasé mi infancia en la pobreza, con
carencias materiales y una salud precaria y endeble. Pero también con carencias
afectivas y lo que es peor, la falta de una sana ambición, de esa que sin caer
en la avaricia te impulsa a remar detrás de tus sueños, a aventurarte más allá
del horizonte, a animarte a crecer sin importar las dificultades o el esfuerzo
que debas realizar.
Y es que durante toda mi vida, viví en una burbuja con falsa sensación de comodidad, donde las
situaciones anormales, irregulares, venían para instalarse, para quedarse a
vivir en casa; donde la improvisación descuidada se aceptaba con resignación
por sobre la cultura de la lucha, de no dejarse rendir, de no transar con las
dificultades. En el camino de la vida, no existe el estancamiento. Cuando no se
avanza, es porque se está retrocediendo, toda vez que con las dificultades no
existe la opción del resultado del empate. Las que no vences, te vencen.
“Entre los pobres
había esperado encontrar derrota y desesperación; encontró algo de esto, es
verdad, pero también descubrió fortaleza, esperanza y valor. Entre los ricos
esperaba encontrar satisfacción, en cambio descubrió aburrimiento, alineación y
decadencia.” ( 1 ).
Muy lejos de quien esto escribe, en este contexto
insinuar que las comodidades, tener un buen pasar y disfrutar de prosperidad y
riquezas genuinamente bien ganadas, sea malo en sí mismo. Lo que digo es que a menudo la escuela del
fracaso, las carencias, movilizan otra clase de cosas dentro de uno.
Hoy, a poco más de medio siglo de vida, soy de espíritu
más bien depresivo, me desaliento con
facilidad, sufro el temor y la sensación de ausencia aunque esté
acompañado por las dos personas más maravillosas del mundo que Dios puso a mi
lado: mi esposa y mi hija. Esto, sin desmerecer la considerable cuota de
contención, ánimo y afecto que proviene de amigos y algún pariente, que más
allá de los lazos de sangre resultó ser tan amigo como los amigos, de esos que
te quieren a pesar de que te conocen, de esos que ya no se sabe si son amigos o
los hermanos adoptivos que te dio la vida.
Pero… ¿Y dónde
anda la fe en este orden de cosas? ¿Bien, gracias; saludos manda?. ¡No, de
ninguna manera! CREO, POR ESO A VECES
DUDO. Creo, por eso, mientras me toque
permanecer por un poco de tiempo en esta tierra, tendré que aprender a convivir
con mi humanidad caída, toda vez que lo único que tengo para sostenerme y
relacionarme con Papá Dios, más allá de las personas y de las circunstancias,
es la fe. Y que, sin importar mi pasado, sin importar mi presente y sin
importar qué ha de traer el futuro consigo, si alguna sana ambición Nuestro
amado Señor puso en el corazón de quien esto escribe, es no haberme ido de este
mundo sin haber trascendido el horizonte, dejado una huella, haber sido de
bendición.
Dios tiene el poder hoy, AQUÍ Y AHORA de edificar toda
una vida plena por sobre los escombros de un alma rota.
cuando no sabéis lo que será
mañana. Porque ¿qué es vuestra vida? Ciertamente es neblina que se aparece por un
poco de tiempo, y luego se desvanece.
(Santiago 4:14 RV60)
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( 1 ): Philip Yancey. Sobreviviente. Unilit. Miami. 2003.
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