En medio de la tormenta



Por: Luis Caccia Guerra para www.devocionaldiario.com


Me fascina el relato de finales del cap. 14 del Evangelio de Mateo.  Mientras Jesús había subido al monte a orar, los discípulos salieron en una barca con destino a la otra orilla del lago.

El milagro que dio la nota esa tarde había sido la alimentación de los cinco mil. Los discípulos habían hallado en Jesús, no sólo a un líder formidable que les traía palabras de otro mundo, del Reino de los Cielos; sino también a uno que estaba en condiciones de dar satisfacción abundante a sus necesidades. Pero las sorpresas para ellos, recién comenzaban.  Hoy descubrirían que además de sus palabras y capacidad de proveerles, también tenía poder para protegerles sin importar personas ni circunstancias.

A la cuarta vigilia de la noche, esto es entre las tres y las seis de la mañana, estaban ya en el medio del lago con destino hacia la otra rivera. En la Biblia, generalmente se utiliza la palabra “mar” para referirse a grandes extensiones de agua, independientemente de su situación geográfica. El viento estaba en contra y el oleaje muy bravo. Cuando Jesús terminó su conversación con el Padre, descendió del monte y caminó directamente hacia ellos… sobre las aguas.

¡Difícil imaginarse las expresiones de terror en los rostros de sus discípulos cuando aparece la figura de Jesús, manto y túnica ondeando en el viento, caminando entre las olas! Creían que estaban viendo una aparición. Rápidamente las palabras de Jesús infunden tranquilidad: -¡Tened ánimo;  yo soy,  no temáis! (v.27). Sin embargo, aún en medio de las circunstancias, había alguien que abrigaba en su corazón alguna raíz de duda y ponía a prueba al mismísimo Jesús; Pedro. -Señor,  si eres tú,  manda que yo vaya a ti sobre las aguas, dijo. -Ven, respondió Jesús. Y descendiendo Pedro de la barca,  andaba sobre las aguas para ir a Jesús (vv.28 y 29).

Pero poco le duró la aventura a Pedro. Al ver el fuerte viento, a su alrededor  tuvo miedo;  y comenzando a hundirse, gritaba: -¡Señor,  sálvame!

Quienes hemos vivido suficiente tiempo conociendo a Jesús,  hemos atravesado, o mejor dicho: hemos intentado atravesar unos cuantos mares en medio de la furia de las olas y los vientos de la adversidad. No puedo menos que sentirme profundamente identificado con la actitud de nuestro amado hermano Pedro. -Si eres tú Señor, entonces haz que … y a continuación una lista de las grandes acciones que esperamos, Dios obre en nuestras vidas y en las circunstancias por las que pasamos. Gracias a Dios, rara vez en tales vicisitudes me ha dicho: -Ven, hazlo, concedido. Porque cada vez que lo hizo, no hice otra cosa que como Pedro, meterme en camisa de once varas. Poco duró el saborcillo de la victoria. Viendo las circunstancias de dantescas proporciones a mi alrededor, tuve miedo, mucho miedo; e invariablemente, me hundí.

Nada hace la Biblia por disimular ni eludir los desatinos de Pedro. Y qué bueno que sea así. Porque muchas veces, no podemos salir airosos de la encrucijada caminando por nuestros propios medios, aún por sobre las aguas y habiendo clamado a Jesús. Pedro en todo momento, se refirió a Jesús como “Señor”, es decir que a pesar de no saber lo que en verdad le estaba pidiendo a Jesús, en el fondo de su corazón supo exactamente quién era el que caminaba por sobre las aguas cuando oyó su voz.

Me gusta particularmente la versión de la Septuaginta y la RVR 1960, porque dice exactamente: “Yo Soy”, no “soy yo” que puede tener otro sentido o interpretación. Cuando el viento arrecia, cuando las olas rugen y dan con ímpetu sobre la frágil barca de nuestras vidas, haciéndonos estremecer en medio de la angustia, es cuando necesitamos imperiosamente reconocer que no somos nosotros, que es Su Mano, la mano de “YO SOY”, la que nos toma y nos mantiene a salvo de las embravecidas aguas.

Por tanto,  nosotros también,  teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos,  despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia,  y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús,  el autor y consumador de la fe,  el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz,  menospreciando el oprobio,  y se sentó a la diestra del trono de Dios.
(Hebreos 12:1-2 RV60)



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