Mi consuelo y fortaleza
Por: Luis Caccia Guerra para:
mensajesdeanimo.com
Hace un tiempo, me encontré con un amigo que hacía mucho
no veía. Pero además de ello, había distancia entre nosotros. Circunstancias,
desentendimientos habían puesto un abismo entre lo que durante muchos años,
tantos, que es la mayor parte de nuestras vidas, había sido una profunda
amistad.
Lo que menos esperaba era hallarlo en ese lugar y a esa
hora. Por otra parte, yo también había salido de trabajar a una hora poco común
para mí… es decir, toda una cadena de circunstancias hizo que el encuentro se
concretara. No podía haber sido de otra manera.
El esperaba a su hijo menor, que nunca apareció. Estaba angustiado, no
había manera de comunicarse con él, y su propio teléfono se había quedado sin
batería. Es justamente en ese momento, cuando sin tener idea de lo que estaba
pasando, hice mi aparición en escena. Le facilité mi teléfono nuevo, que hacía
un par de semanas había adquirido justamente con fines de servicio, de
ministerio, para que pudiera hacer las llamadas que necesitaba, y me quedé
junto con él haciéndole compañía. Entre tanto esperábamos, pudimos hablar. Además
de pedirle perdón por mis actitudes pasadas, también tuve la oportunidad, el
privilegio, la enorme responsabilidad de prestar mi oído para escuchar el
relato de lo que él estaba pasando a nivel familiar.
-¿Qué le digo?,
pensaba en lo íntimo de mi corazón mientras escuchaba la dura coyuntura por la
que pasaba. No tenía palabras de consuelo. ¡Sí, tenía bien en claro que si todo
eso me pasaba a mí, me muero! -¿Cómo hace? Era el otro pensamiento que
continuamente afloraba en mi mente.
Pronto vino la respuesta al final de su relato, que había
escuchado atentamente. –Mi único
consuelo, mi fortaleza, es el Señor , dijo. Me quebré. Lágrimas afloraban
en mis ojos cuando escuché eso.
Ambos, habíamos conocido al Señor hace poco más de
treinta años, pero él hace más tiempo que quien esto escribe. También pasaba
por momentos difíciles, aunque en otras áreas de mi vida. Pero había ocurrido
algo increíble: sin saber qué decir, habiéndome quedado mudo, sin palabras, el
consolador había resultado consolado.
Nos despedimos y al día siguiente supe que el teléfono de
su hijo había fallado inexplicablemente y que el muchacho se había tenido que
retirar antes de que llegara su padre porque percibió situaciones que
comprometían su seguridad en el lugar.
Tiempo después supe que mi llegada había sido
providencial, porque mi amigo estaba completamente incomunicado, angustiado y
sin saber qué hacer. Sin haber hecho nada, sin saber qué hacer ni qué decir, mi
sola presencia y el haber prestado atención a su dolor y necesidad, le infundió
ánimo y confianza.
Esa noche experimenté una lección de vida verdaderamente
formidable. La publicidad de un banco multinacional, en mi país, decía: “–¿Cómo hacen estos tipos?” La misma
pregunta me había estado formulando todo el tiempo, y esa noche en forma
insólita, sirviendo, ayudando sin saber cómo, estaba la respuesta delante de
mí. ¡No lo podía creer!
¡Sí! Mí único consuelo y fortaleza es el Señor!! Gracias,
amado Jesús por estar presente en cada momento de mi vida, no importa las
circunstancias en las que me encuentre, aunque a veces pareces tan distante y
mis engañosos sentimientos no puedan percibir tu dulce presencia!
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