Más allá del horizonte



Por: Luis Caccia Guerra para www.devocionaldiario.com


Cuenta la tradición popular que Cristóbal Colón siendo aún un niño comenzó a concebir la teoría de la curvatura de la Tierra cuando veía las embarcaciones partir desde el puerto y perderse en la lejanía bajo el horizonte en altamar. Bien puede ser esto, un argumento para enseñar a los niños, no lo sabemos a ciencia cierta. Años más tarde con los conocimientos de la ciencia de la época, reunió suficientes argumentos para respaldar su teoría de la redondez de la Tierra. Es en realidad relativamente poco lo que se sabe sobre este formidable marino. Lo cierto es que no fue el primero en llegar a las costas de lo que hoy es América, pero sí a quien se le atribuye el descubrimiento oficial del Nuevo Continente.

El sostenía que se podía llegar al Lejano Oriente o a las Indias Orientales navegando por el Atlántico hacia el oeste. Hay quienes afirman que Colón tuvo oportunidad de confirmar la certeza de su teoría, cuando viviendo en las islas portuguesas del Atlántico, ayudó a un marino cuya embarcación había sido arrastrada por las corrientes marinas hasta el Mar Caribe.

La caída reciente de Constantinopla a manos del Sultán otomano Fatih Mehmet “El Conquistador” acaecida en 1453 implicaba la pérdida del Imperio Romano Oriental y tanto las rutas de navegación como el comercio con esta parte del mundo se habían visto seriamente resentidas. La teoría de Colón, de resultar cierta, aportaba vientos de cambio y la posible y necesaria salida a este estancamiento.

Más allá de las discusiones históricas, lo de Colón fue verdaderamente osado, intrépido, valiente, en medio de una época de oscurantismo, donde las supersticiones y las historias del abismo infinito y terribles criaturas marinas que devoraban hombres y embarcaciones, difundidas desde la más lejana antigüedad por marinos y comerciantes, tenían plena vigencia y poder por sobre la razón y la ciencia.

Es curioso: el nombre “Cristóbal” significa “el que lleva a Cristo”. Hoy, a pesar de haber transcurrido ya poco más de quinientos años desde aquella colosal empresa liderada por Colón, las cosas no resultan ser muy diferentes, aunque en ámbitos mucho más sutiles.

Como seres espirituales inmersos en un mundo material, cada instante de nuestras vidas transitamos las aguas de un mundo desconocido e invisible, donde el abismo existe, las criaturas terribles son reales (Efesios 6:12). Pero también donde: “yo tengo mis propias creencias”, “yo creo en Dios a mi manera”, “todas las creencias desembocan en el mismo Dios” y “nosotros tenemos la solución para todo” son mapas de ruta alternativos y los engaños de turno que siembran temor, confusión, desconcierto, descrédito, provocan zozobra; no llegan a ninguna parte y aportan superlativos réditos para los gobernadores de las tinieblas en las regiones celestes. Impiden ver con claridad que hay otra ruta más allá del horizonte, donde el nuevo continente, la Patria Celestial (Hebreos 11:14 al 16), la Ciudad de Dios (Apocalipsis 21:1 y 2) nos espera.

Los cristianos de la primera iglesia, que surgieron desde un rincón olvidado del Imperio Romano, cuando los dioses de la antigüedad exigían sacrificios humanos a los hombres, ellos presentaron un Dios quien fue El mismo el que ofreció un sacrificio a favor de la humanidad, su propio Hijo. Como en la gesta de Colón, irrumpieron en el mundo presentando una nueva hoja de ruta más allá del horizonte, en medio de un mundo oscurecido por las tinieblas y el temor.

Creer, en aquellos tiempos, fue cosa intrépida, valiente, osada; como la teoría de Colón. CREER, trascender los límites de este mundo, aventurarse más allá del horizonte, también continúa siendo hoy toda una aventura.    

“… porque yo sé a quién he creído,  y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día.”
(2 Timoteo 1:12b RV60)



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