Escala de valores
Escala de valores
Por Luis Caccia Guerra para www.devocionaldiario.com
Días, atrás en el transporte público de pasajeros con el que
habitualmente me traslado, venía un joven sentado en los escalones de la puerta
de descenso. Realmente corría peligro él y ponía en una situación además de
incómoda, complicada y peligrosa a todos los pasajeros que debían descender por
sobre él. Aparentemente, antes de que quien esto escribe abordara la unidad, el
conductor ya le había dicho que no debía permanecer allí. Finalmente la
desobediencia del muchacho acabó con la paciencia del conductor, quien detuvo
el bus a un costado de la avenida y alzando el tono de la voz le exigió que se
corriera inmediatamente de allí. Sólo continuó su recorrido cuando de mala
gana, el muchacho se movió hacia una zona más segura como cualquier pasajero.
-¡Es un niño!! Gritó un joven adulto en medio de la apatía e
indiferencia del resto del pasaje y en actitud claramente solidaria con el chico.
Cuando me tocó bajar a mí, pude conocer al “niño”. Entre quince y dieciséis
años.
Una lectura rápida del episodio ilustra a las claras el
grado de confusión y corrupción que existe en la escala de valores con la que
nos toca enfrentarnos como creyentes, por una parte, y la apatía e indiferencia
del mundo ante esta cruda y peligrosa realidad. Por un lado un jovencito a
quien no le importó si algún pasajero podía tropezar con él y tener un
accidente al bajar. Por otro lado, la responsabilidad de un conductor que debe
hacer todo lo que esté a su alcance para llevar a destino en buenos términos a
sus pasajeros. Por añadidura, la actitud de un confundido que se pone en
connivencia con el infractor y se molesta cuando alguien con la suficiente
autoridad pone las cosas en orden; y finalmente, la apatía e indiferencia del
resto.
Y esto es tan sólo una muestra. Hay mucho más. Cada día las
noticias de los diarios nos sacuden con eventos terribles, y aquí no hablamos
de catástrofes naturales, sino de hechos espeluznantes perpetrados por seres
humanos. Estamos inmersos en un mundo demasiado acelerado donde todo debe
hacerse rápido, por la vía más corta y bajo presión, donde a las huestes
espirituales de maldad de las regiones celestes (Efesios 6:12) no les conviene
dejar el más mínimo espacio para la pausa y la reflexión.
Pero lo peor de todo es que como si esto fuera poco, el
escenario con el que nos toca lidiar es permanentemente cambiante. Nos toca
vivir en medio de una sociedad convulsionada que se retuerce en medio de
dolores de muerte, donde sus valores se trastocan continuamente, donde los
patrones morales se desmoronan y la fe se quebranta.
Hoy, lo único absoluto es que todo es relativo. Lo que antes
era malo ya no es tan malo y lo que antes era bueno ya no es tan bueno. Todo se
cuestiona, todo se debate. Dios mismo es objeto de cuestionamientos. Sin ir mas
lejos, hace unos años un escritor dijo que la Deidad de Nuestro Señor Jesús
¡resultó electa por votación! durante un concilio de la iglesia.
Este es el escenario en el cual nos toca movernos a los
cristianos de la
actualidad. Se vive aceleradamente, bajo presión, bajo
stress. El desaliento, la tristeza, la confusión, el agobio ganan terreno sobre
la fe y la esperanza.
Sus reglas de juego como así también sus bases, su escala de
valores, cambia sutilmente cada momento. ¿Cómo es que llegamos a la actual
condición? Pues, “a fuego lento”, con cambios demasiado sutiles como para poder
ser puestos en evidencia en su momento, pero constantes. Lo que hasta la generación
pasada tenía carácter de “excepción” hoy es regla. Lo que hoy configura
excepción, mañana será la regla general. Sin ánimo de entrar en detalles, lo
que antes era a todas luces malo, resultó ser tiempo después, “no tan malo”
para venir a ser en nuestros días, “aceptable” y ya en algunos cuantos casos,
hasta “legal” e inclusive “correcto”.
Tal vez duras, tal vez incómodas las palabras… Tal vez lejos
de ser lo que algunos amados hermanos en el Señor esperan leer o encontrar en
estas páginas. Lo cierto es que tal escenario plantea a los cristianos de hoy
desafíos nuevos e impensados, cada vez más duros, cada vez más exigentes. Al
menos en lo personal, para quien esto escribe, esta situación representa un
verdadero desafío y todo un compromiso.
En una antigua época cuando no existían los freezers ni las
neveras, la presencia de la sal en ciertos alimentos retardaba el proceso de necrosis,
ayudando a conservarlos por un tiempo. Mucho antes de que el genial Thomas
Edison hallara la forma de iluminar ciudades enteras con electricidad, se
utilizaban candelas o lámparas de aceite para iluminar las habitaciones de las
casas durante la noche. Ni
más ni menos es el mensaje de Dios para cada uno de los creyentes de la iglesia
de nuestros días; “Sal de la tierra”, “Luz del mundo” nos ha llamado Dios a ser
(Mat. 5:13 y 14), lo cual no es poco decir.
Si esto resulta difícil de leer y aún más complicado de
digerir, entonces tal vez sea necesario revisar la escala de valores con la que
nos estamos conduciendo en la vida y en nuestras propias iglesias. Cuando Jesús
se elevó a los cielos en presencia de muchos de sus seguidores nos dejó una
Gran Comisión, que en pocas palabras resume una Gran Agenda de Dios para la
Institución en la tierra designada para llevar a cabo semejante misión, la Iglesia. Cuando Jesús
dice “id por el mundo… enseñándoles TODAS
las cosas que os he mandado…” (Mat. 28:19 y 20) habla de evangelizar y
bautizar, sí; pero la realidad es que esas pocas palabras encierran mucho más.
CRISTIANISMO en la época de los Hechos de los Apóstoles y en
la actualidad, es y ha sido siempre sinónimo de COMPROMISO. Cuando los romanos
dejaban tirados en las calles a sus moribundos víctimas de terribles pandemias,
los cristianos aportaban cuidados, consolación, agua y alimentos.
En un pequeño pueblo en el que existía una pequeña pero
poderosa iglesia del Señor, instalaron
un prostíbulo. Los creyentes indignados presentaron numerosos escritos ante las
autoridades para que lo cerraran, a lo cual hicieron caso omiso. Entonces,
agotadas todas las instancias judiciales, decidieron llevar el asunto con el
Gran Abogado (I Juan 2:1). Poco tiempo después un terrible derrumbe acabó con
el edificio y el antro tuvo que cerrar. Transcurrieron muchos años sin que
nadie tan sólo intentara reedificar o reparar la estructura. Creyentes
en acción. Dios obrando.
Un creyente nunca es un elemento neutro dentro de una
comunidad. Una iglesia, aunque no haga nada, tampoco lo es. Bien conocida es la
historia de Jonás. El barco en el que viajaba zozobraba en medio de la tormenta
mientras él dormía. Era el único creyente en Dios a bordo de esa embarcación.
Cuando lo llamaron a ver si podía hacer algo, dice la Escritura que él contó a
los marineros que huía de Dios y que por eso era la tormenta. Entonces
él mismo pidió a los hombres que lo arrojaran al mar. Cuando hubo ocurrido
esto, el mar se calmó (Jonás 1:10-15). Con frecuencia el pasaje en el que el
gran pez se traga a Jonás y luego de tres días lo vomita en tierra eclipsa
nuestra atención. Raramente nos ponemos a reflexionar sobre los acontecimientos
inmediatos a esto. Un creyente NUNCA ES UNA ENTIDAD NEUTRA en donde sea, ni en
medio de las circunstancias en las que se encuentre. Junto con cada creyente
hay una presencia sobrenatural con uno de dos polos predominante: EL BUEN
CREYENTE es LUZ del MUNDO, SAL de la TIERRA. EL MAL CREYENTE, aunque no haga
absolutamente nada, ni de malo ni de bueno, es tropiezo y oscuridad.
A nosotros como individuos, como grupo y finalmente, como
iglesia nos toca lidiar con los confundidos víctimas del sistema corrupto con
el que convivimos y contra el cual luchamos. A cada uno de nosotros en donde
quiera que nos encontramos, como sal de la tierra, como luz del mundo; nos
toca, con fe, con poder, paciencia, humildad, dulzura y mansedumbre poner las
cosas en claro tal y como las ve Dios. A nosotros nos toca rescatar tizones
encendidos, del fuego.
A nosotros nos toca restaurar la escala de valores de Dios.
Haced
todo sin murmuraciones o dudas, para que seáis irreprensibles e inocentes,
hijos de Dios sin culpa en medio de la nación maligna y perversa, entre los
cuales resplandecéis como luminares en el mundo; reteniendo la Palabra de vida
para que yo pueda gloriarme en el día del Cristo, que no he corrido en vano, ni
trabajado en vano.
(Filipenses 2:14-16 RV2000)
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