Bajo su mirada
Bajo su mirada
Por Luis Caccia Guerra para www.devocionaldiario.com
Hace ya un tiempo considerable que no menciono a nuestro fox
terrier. Ya está grande, rondando sus casi diez años de edad, pero aunque no
digo nada, aún continúa formando parte de nuestras vidas y siendo fuente de
inspiración. Me apasiona la “personalidad” -si es que así se podría llamar- y
el carácter del fox terrier. Los que saben, afirman que las mascotas,
especialmente los perros, se parecen mucho a sus dueños. Y estoy plenamente
convencido de esto. No tengo la menor duda de que ese perrito está “hecho a mi
medida”. A “nuestra” medida, mejor dicho, ya que no tiene el mismo trato con
todos los integrantes de la
familia. Por cierto, es un antisocial y territorial
empedernido. Fuera de nosotros, su familia humana, y un muy reducido círculo de
parientes y amigos, no se da con nadie. Su ladrido potente y su gruñido ronco son
verdaderamente intimidantes. Pero si hay algo que destaca entre sus muchos
defectos y otros tantos atributos, ES SU MIRADA.
Tenemos una entrañable amiga que vive en zona rural, en una
finca de su propiedad en contacto con la naturaleza y muchos animales. Ella
hizo profesión de fe en Nuestro Señor hace muchos años, en casa, y es una mujer
de gran corazón a quien amamos entrañablemente. Ella es una de esas amigas
“heredadas”. Fue íntima amiga de mi madre y tanto es así que fue de gran ayuda
durante los últimos días de mi madre sobre esta tierra. Ahora que ella está en
la Eternidad, Elda es amiga nuestra.
Cuando vino por primera vez a casa, tuvimos dudas en dejar
al perro suelto, pero conociendo a nuestro fox terrier y a Elda, nuestra amada amiga…
le puse todas la fichas al perro.
Semanas antes, en un descuido nuestro, el perro había tomado
por su cuenta una latita de conservas. ¡Le hizo agujeros en donde la mordió! Aviso
publicitario: “Cambio fox terrier en
excelente estado de salud, con todas sus vacunas; por prótesis de mano”…
Elda y nuestro perro no se habían visto nunca. Las
estadísticas más favorables mostraban con crudeza una marcada tendencia de que
en una situación así nuestra amada amiga debería ser evacuada de nuestra casa
por una ambulancia con su integridad física considerablemente maltratada y algún
miembro de su cuerpo amputado…
Pues bien, ¡nada de eso sucedió!. Insisto: le puse todas las
fichas al perro. Cuando le abrí la puerta y llegó hasta Elda, muy lejos de
gruñir, ladrar o tener alguna conducta hostil, se sentó delante de ella ¡y la
miraba feliz y contento moviéndole la cola como si la conociera de toda su
vida! Y lo primero que dijo nuestra amiga, la primera vez que lo vio: -¡La
mirada que tiene!
Al momento de escribir estas líneas, así como al momento de
escribir una abrumadora mayoría de las líneas que he escrito, se encuentra
echado en silencio a un costado de mi silla en mi estudio. Si por cualquier
razón me levanto, el tipo se levanta junto conmigo y me sigue. Es gracioso
entrar en una habitación y verlo asomar su cabeza en el umbral de la puerta,
desde afuera, sus orejitas en forma de librito y con su mirada atenta y
vivaracha como preguntando: -¿Qué estás haciendo? Estoy tan acostumbrado a su actitud y a su
presencia que muchas veces ni siquiera me doy cuenta de que me está siguiendo y
vigilando atentamente. Es mi esposa quien me lo hace notar muchas veces.
Siempre ha sido así. Ese perrito llegó a nuestras vidas en
circunstancias muy especiales. Y no sólo especiales para nosotros… También para
él. Muy chiquito, destetado de su mamá perra antes de tiempo, aun no caminaba
ni abría sus ojitos. Nuestra hija lo abrigaba y le daba leche en una mamadera,
aunque ello significara con sus jóvenes tal vez diez u once años de edad, tener
que levantarse varias veces durante la noche y la madrugada.
¿Cómo no amarlo?
A todas las personas a quienes les ha cedido el privilegio
de entrar en su mundo, de acercarse a él en buenos términos, les ha impactado
su mirada y sin que nosotros dijésemos absolutamente nada. Una mirada muy
especial, que no deja de ser de perro; pero que unida a innumerables de sus
actitudes, a veces me da que pensar si el Señor nos ha mandado un ángel
protector a través de él. A veces pienso que nosotros no lo elegimos a él, sino
que él nos eligió a nosotros.
Todo esto me recuerda y pone en evidencia la amorosa actitud
de Nuestro Amado Señor para con nosotros. Que no lo elegimos nosotros a El,
sino que El nos eligió a nosotros. que nos sigue de cerca, bajo su solícita
mirada, con su dulce y grata presencia vigilante, atento a cada uno de nuestros
pasos, aunque tantas veces ni siquiera somos capaces de notarlo. Tanto es así
que de vez en cuando alguien tiene que venir y recordarnos: “Mira cómo te
sigue”. Y cuando no es El, envía a su ángel, quien permanece cerca nuestro y
nos defiende.
¿CÓMO NO AMARLO?
No me elegisteis vosotros a mí,
sino que yo os elegí a vosotros,
y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pidiereis al Padre en mi
nombre, él os lo dé. Esto os mando: Que os
améis unos a otros.
(Juan 15:16-17 RV60)
El
ángel del SEÑOR acampa en derredor de los que le temen, y los defiende.
(Salmos 34:7 RV2000)
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