Abriendo mares
Abriendo Mares
Por Luis Caccia Guerra para www.devocionaldiario.com
Desde la más lejana antigüedad el mar ha sido fuente de
inspiración de las más sublimes poesías, hasta las más delirantes de las
pesadillas. La inmensidad del mar infunde respeto y temor, al mismo tiempo que
profunda admiración, éxtasis, tributo. Con frecuencia el mar en las Escrituras
está estrechamente relacionado con dificultades, temores, victorias y derrotas.
El mismo término traducido como “mar” aparece en las Escrituras asociado en
general a grandes masas de agua, no importa si saladas o lacustres. El mar,
según una antigua creencia semítica, se asociaba con las profundidades que
luchaban contra la Deidad.
En el AT el mar es creación de Dios por lo tanto se halla
sujeto a su poder y gobierno (Gen. 1:10; Salmos 104). No obstante ello, siempre
las profundidades engendraron temor en los hebreos.
Los más geniales artistas plásticos, los más prominentes
fotógrafos se han inspirado a lo largo de la historia, en aquellos
espectaculares ocasos y auroras marinas pintadas por la excelsa mano del Creador.
Los navegantes fenicios y cartagineses supieron obtener fabulosa rentabilidad a
costa de las supersticiones, creencias y fantasías entretejidas en los
misterios del mar de la
antigüedad. Cristóbal Colón intuyó la
curvatura de la Tierra con la simple observación de los barcos que se perdían
en el horizonte marino. La genial y sufriente Alfonsina eligió el mar para
ponerle fin a sus tristes días sobre esta tierra y el mar se tragó el orgullo y
la soberbia del Titanic en su primer viaje inaugural en los albores del siglo
XX. “Mar” bautizaron los astrónomos a grandes extensiones de la Luna. El ing. Neil
Armstrong, el primer ser humano en poner su pie sobre la Luna, dio sus primeros
pasos en el satélite natural en un lugar denominado “Mar de la Tranquilidad”. El
mar despertó desde pequeño la pasión de estudiar y aprender de la vida en el
corazón del genial Jacques Cousteau, quien hizo historia con sus expediciones a
través de mares y océanos del mundo. Cuatrocientos años antes, el navegante
portugués Fernando de Magallanes bautizó “Mar Pacífico” al océano que
transitaba por encontrar aguas tranquilas durante la mayor parte de su viaje
desde el estrecho que hoy lleva su nombre, ubicado al sur de Tierra del Fuego,
Argentina. Bien conocida es la historia del Pacífico, que no siempre hace honor
a su nombre, habida cuenta de los numerosos tifones, huracanes, tsunamis y sismos
que castigan islas y costas de este océano.
Y es que el mar además de ser el principal soporte de vida
del planeta, goza de un protagonismo sin igual en toda esta obra que resulta
ser la historia de la humanidad.
Con la mano poderosa de Dios, Moisés abrió el mar para que
pasara su pueblo. En Exodo cap. 14 vemos la victoria de Israel saliendo de
Egipto y la zozobra de los carros del ejército de Faraón que lo perseguían. Cuarenta
años después hallamos la mano poderosa de Dios deteniendo el caudaloso y bravo
Jordán aguas arriba para que nuevamente el pueblo pasara en seco, mas no ya
escapando de la mano asesina de Faraón, sino esta vez en plan de conquista para
tomar posesión de la tierra prometida que Dios ahora entregaba en su mano. En I
Reyes cap. 18 vemos una nube como de la palma de una mano subiendo del mar, en
augurio de la tan esperada y necesaria bendición de la lluvia. En Jonás
cap. 1 vemos un mar embravecido y a Jonás siendo arrojado a él por causa de su
desobediencia. Cuatro bestias grandes,
diferentes la una de la otra, subían del mar en la profecía de Daniel
cap 7 y ya en Mateo 4 podemos encontrar a Jesús llamando al ministerio a Pedro
y a su hermano Andres. En el cap. 8 del mismo libro, una tempestad amaina
reprendida por la voz del Señor ante el temor de sus discípulos y en el cap. 14
Pedro camina sobre las aguas. El mar de Galilea en los Evangelios es escenario
de numerosas escenas de la vida y ministerio de Nuestro amado Señor Jesús. Al
final del libro de los Hechos, hallamos el naufragio de Pablo frenta a la isla
de Patmos, y una bestia de siete cabezas y diez cuernos emerge del mar en
Apocalipsis 13. Finalmente, en el último capítulo del último libro de la
Biblia, podemos ver el mar entregando los muertos que hay en él.
Hoy en día, los creyentes nos hallamos enfrentados a mares
tan sutiles como bravíos en las mismas condiciones que Moisés, Josué, Jonás,
Pedro, Pablo, Colón, Magallanes, Jacques y Neil. Algunos se hacen claramente
visibles, se ponen en evidencia por sí mismos, otros no tanto. Y finalmente, hay
ríos que parecen mares y mares que ni tan solo parecen mares. Pero ahí están,
delante de tus ojos, aunque no los puedas ver.
Nuestros hijos tienen exámenes que rendir en sus escuelas y
universidades. Nosotros debemos enfrentar cada día las vicisitudes del trabajo
o la profesión. Tenemos
luchas, carencias, tierras por conquistar, sueños que alcanzar. Hay relaciones
rotas por restaurar, traumas y heridas del alma por curar, caídas de las cuales
levantarse. Tal vez alguna situación contingente, una severa limitación física,
una enfermedad dolorosa y prolongada o el anuncio claro y concreto de que
“llegó la hora de cruzar el río para volver a casa”. La última frontera, el
último de los mares por cruzar… o el postrer y verdadero Jordán de nuestras
vidas. En la otra orilla se encuentra sin posibilidad de retorno nuestra casa
en la Tierra
Prometida, en esa Patria que todos anhelamos (Hebreos 11:14)
y que no pertenece a este mundo.
Mis padres, durante distintos años, ambos nacieron un mes de
julio y partieron a la eternidad un mes de octubre. Pero lo curioso de todo
esto realmente es que la última semana de sus vidas, ambos tuvieron la absoluta
certeza de que esos eran los últimos días de su tránsito por esta vida, como si
hubieran estado comunicados del desenlace. A quienes nos tocó “acompañarlos”
hasta la orilla, lo hicimos con fe y serenidad en la seguridad de que no se
trataba de un amargo adiós para siempre, sino en la certeza de que sólo se
trataba de un difícil “hasta luego”.
Cuando Josué se disponía a cruzar el río Jordán con el
pueblo, a cuarenta años del evento de proporciones épicas protagonizado junto a
Moisés cuando salieron de la esclavitud de Egipto, no lo hicieron con su propio
ingenio, ni siquiera a puro corazón valiente, sino de la mano de Dios. Y esto
es válido para todas las relaciones humanas y cruces de mares y ríos no importa
si grandes o pequeños, difíciles o fáciles, bravos o tranquilos.
Más allá de los numerosos simbolismos, detalles e
interpretaciones que podemos rescatar de este vibrante pasaje de las Escrituras,
tres cosas hizo el pueblo:
·
Tomaron el Arca del Pacto y los sacerdotes
pasaron con ella. Se le ordenó al pueblo seguir el Arca. Entonces el crecido,
bravo, temible y caudaloso Jordán, que en esa época del año estaba más ancho y
profundo, alimentado con el derretimiento de las nieves de las montañas del
Líbano, se detuvo aguas arriba y el pueblo pasó en seco por el lecho del río
(Josué cap. 3). ¡Grande, Señor de Señores!!! ¡Digno de suprema alabanza!
·
Se le ordenó al pueblo que se santificara. “Santifíquense porque mañana el Señor hará
maravillas” (Josué 3:5). Hubo literalmente una limpieza de lo sucio, separación
de toda preocupación y perspectiva terrenal, con la mirada puesta en el Señor y
la certeza de que El estaría a cargo de la situación aunque no parecía haber
más camino a partir de alli. ¡Lo mejor aún estaba por venir!
·
Y por último, se les ordenó erigir memorial con
las piedras del lecho del río para testimonio de las generaciones futuras.“Cuando el Señor Jesús , nuestro Josué, una
vez vencida la amargura de la muerte y secado ese Jordán asfixiante, abrió el
Reino de los Cielos a todos los creyentes, designó apóstoles que, mediante el
memorial del Evangelio, transmitiesen el conocimiento de la salvación a los
lugares más remotos y las más lejanas épocas de la historia.” ( 1 )
Antes le había dicho Dios a Josué: “esfuérzate y sé muy valiente…” (Josué 1:7). Y ahora le anunciaba
nuevamente: “Desde este día comenzaré a
engrandecerte delante de los ojos de todo Israel, para que entiendan que como estuve con
Moisés, así estaré contigo” (Josué
3:7).
A lo largo de mi propia vida, puedo ver que he cruzado unos
cuantos mares y ríos. Algunos más bravos que otros. Otras veces guiado por las
apariencias y no por la mano de Dios, me aventuré en algo creyendo encontrar
“aguas tranquilas”, cuando más tarde la realidad golpeó con su propio peso. Lo
cierto es que aún me quedan mares y ríos de la vida por cruzar.
Nada sé sobre el futuro. Pero hoy tomo el Arca del poder, me
vuelvo a Dios en oración rogándole por limpieza y separación de todo lo malo e
impuro –esto es santificación– y edifico altar de testimonio para que el mundo
que me rodea y las naciones puedan ver lo que ha hecho Dios en mí.
Así
todos los pueblos del mundo sabrán lo poderoso que es el Señor, y ustedes
honrarán siempre al Señor su Dios."
(Josué 4:24 DHH)
( 1 ): Comentario Bíblico Matthew Henry pp.217 – 218. Clie.
España. 2006. Se usa la cita breve en los términos del uso legalmente
permitido.
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