San Perfecto

San Perfecto
Por: Luis Caccia Guerra para: http://www.mensajesdeanimo.com/
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Hace unos días ví una película en la cual, una esposa afligida, confesaba a su marido, entre lágrimas de pesar, dolor y arrepentimiento, que había cometido infidelidad contra él.

Esa situación ya había terminado por su propia decisión. No había sido descubierta. No había amenazas. Si dejaba todo tal y como estaba, su matrimonio no se iba a resentir. Sólo su amor la llevó a arrepentirse, terminar con esa relación y confesar su pecado.

No obstante tamaña expresión de amor, fidelidad y arrepentimiento; su esposo, herido en su orgullo tuvo una terrible expresión de desprecio hacia ella y al día siguiente  hizo empacar todas sus cosas en un camión y la echó de casa. San Perfecto. El hombre que no conocía el pecado.

“Los hechos y personajes de esta historia son ficticios. Cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia” es una advertencia que los editores ponen en mi país al principio o al final de este tipo de producciones, para evitarse reclamos legales de personas con situaciones similares o idénticas. No obstante ello, la semejanza con esta realidad de miles y miles de personas en el mundo, es realmente abrumadora. Sin embargo son muchos más los hechos en los cuales las personas “confiesan” una vez que han sido descubiertas, sólo después de haber sido puestas en evidencia. Son menos, en proporción, los casos en los cuales existe una confesión producto del arrepentimiento, del amor, de la convicción de pecado sin necesidad de llegar a ser descubiertas. Es de este último tipo de situaciones, del que nos ocupamos en el presente escrito.

Sin embargo, esto no es una “licencia para pecar” renovable. No estamos diciendo aquí “vé, peca y luego ven, trae flores y confiesa, que te perdonamos”. No apañamos reincidencias ni malos hábitos de caminar la vida haciendo daño a quienes nos aman, que es asunto de verse y tratarse en otro artículo y con puntos de vista completamente diferentes. Este tipo de acciones tiene graves consecuencias no sólo para las vidas de las personas directamente involucradas, sino también para todo su entorno.

Pero es la actitud postrera, la que en realidad define el curso de la situación. Como seres humanos de tendencia corrupta heredada de nuestro padre natural Adán, ninguno de nosotros estamos exentos de caer en pecado. En treinta años de iglesia, he conocido a unos cuantos de “alta convicción espiritual” que decían “esto no es para mí” y cayeron del propio pedestal al que ellos mismos se habían subido. “El que piense estar firme mire que no caiga” advierte severamente Pablo a los corintios (I Cor. 10:12) y por algo lo hace. Pablo tal vez no sabía nada de psicoterapia, pero sí conocía y veía la naturaleza humana con los ojos de Dios, que no es poca cosa.

El hombre de esta historia, herido en su orgullo, asumiendo el papel de San Perfecto; despreció a su esposa, olvidando con ello que existe un remedio infalible para este tipo de situaciones y cualquier otra que involucra daños a los demás por causa del pecado: EL PERDON.

No es un asunto liviano. Es un vía crucis doloroso. En ambos costados del camino mal andado queda un reguero de almas rotas, de corazones heridos. A tal extremo, que no es la primera vez que veo no sólo familias destruidas exactamente con idéntico proceso. MINISTERIOS hechos pedazos he visto por causa de uno de los más terribles males de los que padece una gran parte de la iglesia de Cristo de hoy. Y no hablo del pecado -que no es un detalle menor- sino de la falta de EMPATÍA y la FALTA DE PERDON.

Hubo un pecado; existió una traición, una terrible caída. Las heridas de ambas partes involucradas sangran y duelen; pero también, en este caso hubo una confesión resultado del pesar, del arrepentimiento sincero, de la convicción de lo profundo del corazón, que San Perfecto por ninguna razón debe darse el lujo de despreciar.

Jesús no sólo tiene poder para PERDONAR. También lo tiene para RESTAURAR y para SANAR las almas heridas. No importa cómo se llegó a esta situación. Lo que realmente importa es que SIEMPRE al final del camino, está como alternativa real la cruz de Jesús.

Dos caminos al final, cuando ya no queda nada más por hacer: El del dolor, el del orgullo herido y con ello terminar de hundir lo poco que queda del barco; o el PUENTE DEL PERDON que te conectará con la vida, que te permitirá gozar un día soleado y lleno de gloria cuando hoy gruesos nubarrones de tormenta amenazan con arrebatarte tu vida, familia y ministerio.

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