Más importante que saber a dónde ir, es saber cuándo dejarse llevar
Más importante que saber a dónde ir, es saber cuándo dejarse llevarPor: Luis Caccia Guerra escrito originalmente para: www.devocionaldiario.com
Autorizado para ser publicado en: www.laroca-ministerios.com.ar; www.larocaministerios.blogspot.com
Así decía una antigua publicidad de un ya desaparecido banco en mi país. Y la imagen que acompañaba el slogan era un enorme transatlántico siendo tirado por un pequeño remolcador.
La publicidad apuntaba a que para llegar al éxito, era sumamente importante confiar en los productos de la entidad bancaria y dejarse llevar por los conocimientos, consejos y experiencia de sus profesionales y oficiales de negocios.
En nuestra relación con Dios ocurre exactamente lo mismo. Y es que tal vez podemos tener al menos una idea de lo que Dios quiere de nosotros o conocemos aunque sea en parte los talentos y dones que El nos ha dado. En pocas palabras: podemos saber a dónde vamos. Lo realmente difícil es saber cuándo y cómo dejarse llevar.
En un mismo sentido, años atrás escuchaba la prédica de un pastor cuyo tema recurrente era con frecuencia “¡Debemos aprender a depender totalmente de Dios!”. Chino mandarín para quien esto escribe; aún joven –más inmaduro que joven, diría yo– para poder entender esta tremenda verdad bíblica.
A muchas personas –ni jóvenes, ni inmaduras; por cierto– también les cuesta, no tanto entender este concepto, sino mucho más ponerlo en la práctica.
“Voy a pescar”, dijo Pedro (Juan 21:3). “Vamos contigo” dijeron sus amigos. Y esa noche no pescaron nada. No estaban haciendo nada incorrecto. Al fin y al cabo, de eso vivían. Sin embargo, se habían largado a hacer las cosas por su cuenta y a costa de su propio esfuerzo.
Es la intervención providencial de Jesús, lo que hizo el cambio. “Echen la red a la derecha de la barca”, les dijo (Juan 21:6) y fue tal la cantidad de peces que capturaron que tuvieron que pedir ayuda para poder sacarla.
Esto hoy está más vigente que nunca. Es una cuestión no sólo de fe, sino también de práctica y entrenamiento. En la medida en que a través de nuestra lectura bíblica y devocional vamos adquiriendo el “alimento” adecuado para nuestra vida espiritual; y que con pruebas y necesidades, vamos “entrenando” nuestra capacidad de confiar más y mejor en Nuestro Amado Señor, vamos aprendiendo a depender totalmente de El. Vamos aprendiendo a saber cuándo y cómo dejarnos llevar.
Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve. (Hebreos 11:1 RV60)
Bendito el varón que se fía en el SEÑOR, y cuya confianza es el SEÑOR. Porque él será como el árbol plantado junto a las aguas, que junto a la corriente echará sus raíces, y no verá cuando viniere el calor, y su hoja será verde; y en el año de sequía no se fatigará, ni dejará de hacer fruto. (Jeremías 17:7-8 RV2000)
Autorizado para ser publicado en: www.laroca-ministerios.com.ar; www.larocaministerios.blogspot.com
Así decía una antigua publicidad de un ya desaparecido banco en mi país. Y la imagen que acompañaba el slogan era un enorme transatlántico siendo tirado por un pequeño remolcador.
La publicidad apuntaba a que para llegar al éxito, era sumamente importante confiar en los productos de la entidad bancaria y dejarse llevar por los conocimientos, consejos y experiencia de sus profesionales y oficiales de negocios.
En nuestra relación con Dios ocurre exactamente lo mismo. Y es que tal vez podemos tener al menos una idea de lo que Dios quiere de nosotros o conocemos aunque sea en parte los talentos y dones que El nos ha dado. En pocas palabras: podemos saber a dónde vamos. Lo realmente difícil es saber cuándo y cómo dejarse llevar.
En un mismo sentido, años atrás escuchaba la prédica de un pastor cuyo tema recurrente era con frecuencia “¡Debemos aprender a depender totalmente de Dios!”. Chino mandarín para quien esto escribe; aún joven –más inmaduro que joven, diría yo– para poder entender esta tremenda verdad bíblica.
A muchas personas –ni jóvenes, ni inmaduras; por cierto– también les cuesta, no tanto entender este concepto, sino mucho más ponerlo en la práctica.
“Voy a pescar”, dijo Pedro (Juan 21:3). “Vamos contigo” dijeron sus amigos. Y esa noche no pescaron nada. No estaban haciendo nada incorrecto. Al fin y al cabo, de eso vivían. Sin embargo, se habían largado a hacer las cosas por su cuenta y a costa de su propio esfuerzo.
Es la intervención providencial de Jesús, lo que hizo el cambio. “Echen la red a la derecha de la barca”, les dijo (Juan 21:6) y fue tal la cantidad de peces que capturaron que tuvieron que pedir ayuda para poder sacarla.
Esto hoy está más vigente que nunca. Es una cuestión no sólo de fe, sino también de práctica y entrenamiento. En la medida en que a través de nuestra lectura bíblica y devocional vamos adquiriendo el “alimento” adecuado para nuestra vida espiritual; y que con pruebas y necesidades, vamos “entrenando” nuestra capacidad de confiar más y mejor en Nuestro Amado Señor, vamos aprendiendo a depender totalmente de El. Vamos aprendiendo a saber cuándo y cómo dejarnos llevar.
Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve. (Hebreos 11:1 RV60)
Bendito el varón que se fía en el SEÑOR, y cuya confianza es el SEÑOR. Porque él será como el árbol plantado junto a las aguas, que junto a la corriente echará sus raíces, y no verá cuando viniere el calor, y su hoja será verde; y en el año de sequía no se fatigará, ni dejará de hacer fruto. (Jeremías 17:7-8 RV2000)
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