Metamorfosis
Metamorfosis
Por: Luis Caccia Guerra para http://www.devocionaldiario.com/
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Resulta interesante ver como una ranita pasa por el proceso de metamorfosis, durante el cual de un renacuajo con branquias -mas pez que animal terrestre- se convierte en la simpática ranita que todos conocemos.
Los cristianos también debemos pasar por un proceso de metamorfosis en algún sentido. Tal es el caso de quien esto escribe.
A mis jóvenes dieciocho años de edad conocí a Cristo como mi Salvador. Fue a fines de 1980. Mis primeros pasos en el cristianismo fueron en una pequeña comunidad autodenominada fundamentalista. Allí me fui formando con una mentalidad en la que lo bueno y lo malo, lo blanco y lo negro, lo permitido y lo no permitido estaba polarizado en forma radical. No había espacio para las zonas grises. No había conos de sombra. Crecí aprendiendo y experimentando cosas en esa línea de pensamiento. O se estaba en la luz o se estaba en la más absoluta oscuridad, sin importar que la vida misma del cristiano es toda una zona gris, un proceso de transición desde las tinieblas hacia la luz.
Años después afrontamos junto a mi joven y amada esposa una ruptura de la iglesia a la que asistíamos, la triste pérdida de un bebé y a dos semanas de este último y lamentable hecho, fui despedido del trabajo. Una tras otra. Todo en el transcurso de tan sólo tres o cuatro meses. Ya nada fue lo mismo y nada era lo que parecía ser. Sin contención espiritual, con muchos conocimientos bíblicos pero sin que nada de lo aprendido sirviera para afrontar la prueba, todo nuestro pequeño mundito lleno de luz y de esperanzas, se desplomó como un castillo de naipes.
Nada de lo aprendido nos sirvió para elaborar el dolor ni sacar provecho de la prueba. Estuvimos distanciados de Dios durante varios años, sin atrevernos a pedirle nada por temor de que nos ocurriera algo peor.
Realmente no conocíamos a Dios. Nos habían enseñado, -y nosotros habíamos “comprado” esa imagen- una cara de Dios, que Dios no tiene. Hubo que tirar todo abajo y comenzar de nuevo. Todos y cada uno de los paradigmas que habíamos edificado demostraron ser inservibles a la hora de afrontar la difícil prueba que nos tocó vivir. Literalmente tuvimos que “desprogramarnos” y volver a “programarnos”.
Tal fue el trauma que olvidé todo lo aprendido. En alguna época, bastaba que alguien citara un determinado evento o pasaje de las Escrituras, para que yo simplemente lo ubicara en la Biblia. Sabía exactamente donde estaba. Hoy debo confesar que a veces me cuesta encontrar un libro en la Biblia.
Fue un durísimo proceso de cambios. Un empezar de nuevo desde la nada. En la certeza de que conoceré a Dios realmente cuando esté cara a cara con El, hoy puedo “verlo” con otros ojos, “sentirlo” de otra manera. En resumidas cuentas: el dios que yo conocí en medio de aquella precaria mentalidad, no es el Dios Vivo y Verdadero. Desde ese entonces, han transcurrido unos veinte años. Hoy no tengo problemas en reconocer abiertamente que estoy en la zona gris, pero lo que realmente importa es que camino hacia la luz.
Bernardo Stamateas dice en su libro “Resultados extraordinarios” que “la dificultad o la prueba lo único que tiene que hacer es sacarte de la zona de confort y ponerte a caminar hacia tus sueños”. Hoy afrontamos como familia, junto a mi esposa y nuestra hija un vuelco fundamental en nuestras vidas que nos puso a caminar en otros rumbos. Las necesidades y situación actual imponen el logro de nuevas metas, la conquista de nuevos objetivos. Hoy estamos en una etapa en la que de seguir el rumbo como estaba, no conducía a los sueños que queremos lograr ni al futuro que quiero para mí y para mi familia. Tampoco responde a los planes de Dios para nosotros.
Como en aquél entonces, es necesario afrontar cambios drásticos. Con mis hábitos de vida actuales; tal como soy, como estoy, como pienso, no sirvo para lograr esos objetivos. Es por ello que hoy me encuentro en un proceso de metamorfosis a través del poder transformador de Cristo Nuestro Señor. Y los cambios duelen.
Mi vida entera está en las manos de mi Señor. Mis días brillantes y mis días negros. Mis victorias y mis derrotas. Mis cosas buenas y mis cosas malas. Nada hay en mí que se esconda de mi Señor. Lo que hago bien es para agradarle. Lo que hago mal no es para ofenderle, sino porque mi corazón es corrupto y no puedo escapar a esa naturaleza. Y si algo valgo, no es por causa de mí mismo, sino exclusivamente por los méritos de Jesús a quien doy las gracias.
estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo;
(Filipenses 1:6 RV60)
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