Si no soy elegido, ¿por qué soy culpable por no creer?

John Piper
Coalición por el Evangelio
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Todos los derechos reservados-Publicado con permiso



Nota del editor: 

El pastor John Piper recibe preguntas de algunos oyentes de su pódcast Ask Pastor John. A continuación está una de esas preguntas y su respuesta.

Bienvenidos de nuevo al pódcast. Al hojear el nuevo libro de Ask Pastor John, verás algunas de las formas en que hemos hablado sobre la elección y la predestinación a lo largo de los años. Los efectos secundarios de esta doctrina de la soberanía de Dios sobre quienes serán salvos al final dan lugar a muchas, muchas preguntas sobre si esto es justo o injusto, y si la elección excusa a los no elegidos de su incredulidad. Verás esos temas recopilados en las páginas 355364.

Hoy volvemos a este tema en una pregunta enviada por correo electrónico por un oyente llamado John. 

¡Hola, pastor John! A menudo he oído a no creyentes culpar a Dios por no elegirlos ni darles un nuevo corazón para tener fe. ¿Cómo puedo convencerlos de que no es culpa de Dios, sino de su propia incredulidad? El hijo de mi amigo profesaba ser cristiano e incluso evangelizaba a la gente y la llevaba a Dios. Pero más tarde, mientras estaba en la universidad, se dio cuenta de que no era un verdadero creyente y abandonó la fe. Ahora culpa a Dios por no haberlo elegido. ¿Cómo aconsejarías a este joven?


Bueno, déjame aclarar de inmediato que estoy de acuerdo con la premisa de que existe la elección incondicional por parte de Dios, es decir, que todos aquellos a quienes Dios salva de manera decisiva, a quienes saca de la oscuridad a la luz, saca de la esclavitud del pecado y la incredulidad, y no decide hacerlo de forma impulsiva, como si no hubiera un plan. Más bien, Él salva de acuerdo con Su infinita sabiduría y según Su plan, que ha tenido en mente desde siempre. Efesios 1:4 dice: «Dios nos escogió en Cristo antes de la fundación del mundo». Por lo tanto, cuando me salvó, lo hizo de acuerdo con un plan de elección.

Libres físicamente, esclavizados moralmente

Entonces, la pregunta que se plantea es la siguiente: ¿por qué las personas a las que Dios no salva según Su propósito y Su plan son, sin embargo, responsables? Es decir, no pueden liberarse de la responsabilidad de creer y confiar en Dios porque Dios no ha planeado salvarlas.

Ahora bien, creo que un punto de partida útil para hablar de la responsabilidad de las personas de aceptar y atesorar la verdad de Dios, a la que tienen acceso, es distinguir dos tipos de incapacidad, porque el tipo de objeción con el que nos enfrentamos aquí es que alguien dice: «Se me exige que crea, pero no tengo la capacidad de creer. Como no tengo la capacidad de creer, significa que no soy responsable de creer». Estos dos tipos de incapacidad de los que hablo son la incapacidad moral y la incapacidad física.

La incapacidad física se da cuando se requiere que hagas algo, pero no tienes la capacidad física para hacerlo. Por ejemplo, estás encadenado a un pilar en una casa en llamas y se te ordena que te des cuenta de que hay un incendio y salgas, pero las cadenas impiden físicamente que te muevas. Por lo tanto, en ese caso, diríamos que no eres responsable de permanecer en la casa. Puede que hayas querido moverte y salir con todas tus fuerzas, pero eras físicamente incapaz de hacerlo.

Pero hay otro tipo de incapacidad, que llamamos incapacidad moral. No estás físicamente limitado ni restringido, pero tus preferencias morales —lo que experimentas como bueno y malo, agradable y desagradable, deseable e indeseable— son tan fuertes en una dirección que puede que seas incapaz de actuar en contra de esas preferencias. Así que, en esta ocasión, puede que estés en la casa en llamas y no tengas ninguna restricción física, pero te encanta lo que estás haciendo en esa casa en ese momento. Te gusta tanto, lo prefieres tanto, lo deseas tanto, te resulta tan agradable que ni siquiera crees todos los testimonios creíbles de que la casa está en llamas y debes salir, y mueres.

La respuesta final y decisiva de por qué creímos en Jesús y fuimos liberados de nuestra esclavitud al amor propio y al pecado es la gracia soberana de Dios

Así que eres libre físicamente, pero estás moralmente atado. Estás esclavizado para actuar de acuerdo con esos deseos dominantes y morir.

La gracia soberana de Dios

Ahora bien, creo que la Biblia enseña que, si no eres libre en el sentido físico, no eres responsable de actuar según la verdad. Es decir, si eres físicamente incapaz de ver o hacer (Ro 1:18-23, si tuviéramos tiempo para hablar de ello; dejaré que lo investigues), pero si no eres libre en el sentido moral porque tus deseos son tan corruptos y tan contrarios a la verdad, no obstante, eres responsable de actuar de acuerdo con la verdad (Ro 2:4-5). La responsabilidad de abandonar el pecado y confiar en Cristo no se anula por nuestros deseos pecaminosos, porque son tan fuertes que somos moralmente incapaces de alejarnos del pecado.

En la elección, Dios eligió libremente, eligió por gracia, liberar a las personas de esta esclavitud de incapacidad moral, liberarlas de amar tanto el mal que son moralmente incapaces de elegir el bien. Ninguno de nosotros sería salvo si Dios no hubiera hecho esto por nosotros. La respuesta final y decisiva de por qué tú y yo creímos en Jesús y fuimos liberados de nuestra esclavitud al amor propio y al pecado es la gracia soberana de Dios. Como dijo el apóstol Pablo, Dios nos dio vida cuando estábamos muertos (Ef 2:5). Dios nos concedió creer (Fil 1:29). Dios venció nuestra dureza contra Él (Ef 4:18). Dios nos dio la capacidad de ver la gloria de Cristo y al verdadero y deseable Cristo colgado en la cruz (2 Co 4:6).

Él hace esto por millones de personas, y no se debe a nada que haya en nosotros. Es gratis. Dios tiene Sus razones sabias y santas para no vencer la rebelión de todos. El hecho de que Dios, en Su misericordia y en la libertad de Su gracia, venza la corrupción pecaminosa, la rebelión y la resistencia de muchos, no significa que esté obligado a hacerlo por nadie. Nadie lo merece, y nadie tiene derecho a quejarse si Él no lo hace por ellos.

El veredicto final

Imaginemos que una persona viene a mí, como pastor, y me dice: «Pastor, creo que Dios no me ha amado y no me ha liberado de mi pecado y mi incredulidad porque no soy uno de los elegidos. Por lo tanto, creo que Dios es el culpable. Él es culpable del mal». Yo le preguntaría: «¿Cómo sabes que no eres uno de los elegidos?».

No puedes usar la no elección como excusa para amar más la oscuridad que la luz

Ahora bien, tal vez él diría: «Porque no ha quitado mi rebelión», a lo que yo respondería: «Pero eso no prueba que no seas elegido, porque Él podría quitar esa rebelión en la próxima hora, o al día siguiente, o al año siguiente. Entonces, realmente, ¿cómo sabes que no eres elegido?».

«Bueno», podría decir, «quizá no sé con certeza si soy elegido, pero si no lo soy, entonces no tengo la responsabilidad de creer», a lo que yo respondería: «¿Por qué no crees y recibes a Jesús ahora mismo? No puedes decir que es porque no eres elegido, eso no lo sabes. Y nunca podrás saberlo, hasta el día de tu muerte. Nunca podrás decir con autoridad: “No soy elegido”. No lo sabes. Pero puedes saber que eres elegido porque solo los elegidos reciben a Jesús. Así que, dime ahora mismo, ¿por qué no crees y demuestras así que eres elegido?».

Ahora bien, no sé qué vaya a decir en este momento. Quizá sea sincero y diga: «Porque no lo encuentro muy atractivo. No encuentro a Jesús convincente». O: «No encuentro deseable el estilo de vida que me exige». O: «No me gustan los cristianos». O: «No creo que la Biblia sea verdadera».

Yo diré: «Así es. Así es. Y si esas son tus últimas palabras, serán tu condena en el día final, no el hecho de que no seas elegido. Ese hecho no influirá en absoluto en tu juicio. Se te presentó a Cristo, la Persona más valiosa y hermosa del universo, y no lo consideraste verdadero ni deseable. Ese será el caso en tu contra en el día final. No puedes usar la no elección como excusa para amar más la oscuridad que la luz. Serás condenado por ti mismo».


Publicado originalmente en Desiring GodTraducido por María del Carmen Atiaga.

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