Yo ya estuve del otro lado
La Catapulta
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Platicaba con un amigo. Me comentaba como es que él muchas veces, era movido a ayudar a otras personas.
Me decía, en ocasiones, los viernes compró una pizza y se la doy a los muchachos que me atienden en el gimnasio. En otras ocasiones, compro servicios funerarios para bendecir a los necesitados cercanos a mi vida y también, les doy un lugar para enterrar a sus seres queridos. Ayudo también de manera económica cuando puedo. Visito a los enfermos en los hospitales y trato de ser generoso.
No estaba contando esto para impresionar a nadie. Sólo estábamos los dos. Pero lo que más me marcó, fue la frase que utilizó como base de su ayuda.
Sabe que pasa Alex, me dijo, yo ya estuve ahí. Yo ya estuve del otro lado. ¡Wow! Yo ya estuve del otro lado, significaba que antes de poner su negocio y de prosperar, conocía la pobreza, la escasez y la necesidad de distintas maneras.
La empatía, esa capacidad de ponerse en el lugar de otros y sentir compasión por el sufrimiento de los demás, es tan necesaria para que seamos movidos a buenas obras. “Yo ya estuve del otro lado” nos lleva a sentir y a actuar.
Qué maravilla es saber que Jesús, el Hijo de Dios puede decir lo mismo sobre nosotros. El puede decir con toda propiedad también: “Yo ya estuve del otro lado”.
Porque nuestro Señor Jesús ¡fue un ser humano! Jesús es la segunda persona de la Trinidad, el Hijo, que dejó la gloria y voluntariamente se hizo hombre y habitó entre nosotros. Como me gusta decirlo, Jesús, se vistió de carne y huesos. Estuvo y está de nuestro lado. El Teólogo Eugene H. Peterson parafraseaba lo mismo de esta manera: “Y Jesús se mudó al vecindario llamado tierra”.
Jesús, en su humanidad – aunque fue 100% Dios, también fue 100% hombre –, conoció las limitaciones humanas, la tentación – aunque nunca pecó –, la traición, el hambre, el dolor de la muerte de su amigo Lázaro y se conmovió al ver a otros llorar frente a la tumba y también lloró y tanto más.
Nuestro Señor Jesús puede decir también: “Yo ya estuve del otro lado”. Y, por lo tanto, hoy tenemos un sacerdote – nuestro representante ante Dios – para siempre. Jesús es nuestra paz con Dios, es nuestra esperanza eterna, pero también, es nuestro abogado e intercesor delante del Padre Dios.
Jesús está sentado en el cielo, en el lugar de más alto honor, a la diestra – derecha – del Padre, intercede por nosotros. Y, no sólo eso. Se compadece de nosotros cada vez que pecamos y pide que, vengamos en arrepentimiento cada vez que pecamos, al trono de gracia, para recibir misericordia y gracia en el momento que más lo necesitemos.
Eso no sostiene. Jesús se compadece de nosotros, de nuestros pecados y está ahí para darnos vida y levantarnos siempre con su sacrificio en la cruz, que nos da misericordia y gracia. Para que vivamos para él, le busquemos, nos neguemos a nosotros y cada día tomemos nuestra cruz. Eso es amor, eso es seguridad, eso es esperanza.
“Por lo tanto, ya que en Jesús, el Hijo de Dios, tenemos un gran sumo sacerdote que ha atravesado los cielos, aferrémonos a la fe que profesamos. Porque no tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que ha sido tentado en todo de la misma manera que nosotros, aunque sin pecado. Así que acerquémonos confiadamente al trono de la gracia para recibir la misericordia y encontrar la gracia que nos ayuden oportunamente.” Hebreos 4:14-16
“En el principio ya existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba con Dios en el principio. Por medio de él todas las cosas fueron creadas; sin él, nada de lo creado llegó a existir. En él estaba la vida y la vida era la luz de la humanidad. Esta luz resplandece en la oscuridad y la oscuridad no ha podido apagarla.” Juan 1:1-5
“El que era la luz ya estaba en el mundo y el mundo fue creado por medio de él, pero el mundo no lo reconoció. Vino a lo que era suyo, pero los suyos no lo recibieron. Mas a cuantos lo recibieron, a los que creen en su nombre, les dio el derecho de ser hechos hijos de Dios. Estos no nacen de la sangre, ni por deseos naturales, ni por voluntad humana, sino que nacen de Dios. Y el Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros. Y contemplamos su gloria, la gloria que corresponde al Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad. Juan dio testimonio de él y a voz en cuello proclamó: «Este es aquel de quien yo decía: “El que viene después de mí es superior a mí, porque existía antes que yo”». De su plenitud todos recibimos gracia sobre gracia, pues la Ley fue dada por medio de Moisés, mientras que la gracia y la verdad nos han llegado por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto nunca; el Hijo único, que es Dios y que vive en unión íntima con el Padre, nos lo ha dado a conocer.” Juan 1:1-0-18
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