CREZCAN EN LA GRACIA - PARTE 1
Por: Diego Brizzio
Supongamos que es de noche, hace frío y está
lloviendo, y hay un pordiosero mojándose en la vereda. Opción N° 1: Viene el hombre
de la cuadra, le deja un nylon para que se cubra, y se vuelve a su casa
calentita. Opción N° 2: Viene el hombre de la cuadra, lo hace entrar en su casa,
le ofrece una ducha caliente, le da ropa seca, un buen plato de comida, y el
sofá para dormir y pasar la noche cerca de la estufa, y al otro día le sirve un
desayuno y lo despide. Pregunta: ¿cuál de las dos opciones se trata de gracia? …
Yo creo que ambas. La primera es mínima, y la segunda es gracia de la grande. Ahora
bien, ¿cuál de las dos opciones se parece más a la gracia de Dios? … En efecto,
la segunda. Ahora bien, si tuviésemos que proponer una opción N°3, ¿qué
agregaríamos para que se pareciera más a la gracia de Dios? Aparte de todo lo
que hizo el hombre de la opción N° 2 (casa, ducha, ropa, cena, cama, estufa, noche,
desayuno), le agregaría que le brinda su amistad, le hace un lugar en la casa, y
le da serias responsabilidades administrativas… todo esto, a pesar de que ese
pordiosero es alguien que siempre lo ha ofendido y dañado mucho.
Hermanos, ¿creemos en la gracia de Dios? ¿Conocemos
la gracia de Dios? ¿La disfrutamos? ¿La reflejamos, la alabamos? ¿Lo hacemos
cada vez más? 2 Pedro 3.18 dice: “Creced en la gracia y el conocimiento de
nuestro Señor y Salvador Jesucristo. A él sea gloria ahora y hasta el día de la
eternidad. Amén”. Por eso el título de esta serie es:
Crezcan en la gracia (I)
2 Pedro 3.18
La gracia de Dios es su bondad siempre dispuesta
a beneficiarnos, aunque no lo merecemos. Es su generosidad desbordante,
lista para favorecernos gratuitamente. Es su buena voluntad, espontánea
y libre. Y aquí va una definición que tenés que recordar: Dios es muy
bondadoso y muy generoso con todos, y conmigo.
I. Que Dios es un
Dios de gracia, se ve en toda la Biblia. Antes
de Cristo, la gracia de Dios ya brillaba. Miren cómo se define Él a sí
mismo mil cuatrocientos años antes: “¡El Señor! ¡El Dios de compasión y
misericordia! Soy lento para enojarme y estoy lleno de gracia y fidelidad. Yo
derramo gracia[1] a
mil generaciones, y perdono la iniquidad, la rebelión y el pecado” (Éx 34.6-7a).
¿Cómo se muestra esa gracia de Dios, antes de Cristo? Se muestra en la
creación y todas sus maravillas, en la provisión, etc.; pero más especialmente se
muestra en cómo trata al pueblo de Israel. (1) Fue por gracia que Dios
elige a Abraham y hace de él una gran nación. (2) Por gracia la rescata de
la esclavitud en Egipto. Dice: “Fue sencillamente porque el Señor te ama… Por
eso te rescató con mano poderosa de la esclavitud y de la mano opresiva del
faraón” (Dt 7.8-9). (3) Por gracia lo sustenta en el
desierto, lo conduce y le da la tierra prometida Dice: “Dios te lleva
a una buena tierra, con arroyos y lagunas, con fuentes de agua y manantiales
que brotan a chorros de los valles y las colinas. Es una tierra de trigo y
cebada, de vides, higueras y granadas, de aceite de oliva y miel. Es una tierra
donde abunda el alimento y no falta nada. Es una tierra donde el hierro es tan
común como las piedras y donde el cobre abunda en las colinas” (Dt 8.7-9). (4) Por gracia lo perdona en incontables
oportunidades. (5) Por gracia lo corrige. (6) Por gracia lo
restaura una y otra vez, y lo restaurará de nuevo con gran gloria. Hermanos, Israel
no tenía nada de especial: no es que fuera grande, poderoso y obediente. Todo
lo contrario: era insignificante, débil y muy rebelde y desobediente. Sin
embargo, el Señor le muestra su bondad y generosidad muchísimas veces.
¿Y después de Cristo qué encontramos? Después de Cristo la gracia de Dios brilla mucho más. Encontramos que la gracia de Dios brilla muchísimo
más. Es resplandeciente, refulgente. Dios mismo se define así: “Su Padre que
está en el cielo dará cosas buenas a los que le pidan!” (Mt 7.11). “De su plenitud todos
hemos recibido gracia sobre gracia” (Jn 1.16). “Dios
está a favor de nosotros” (Ro 8.31). Dios nos dará con Cristo, gratuitamente,
todo lo demás (Ro 8.32). “Dios puede hacer que toda gracia abunde para
ustedes” (2 Co 9.8). “Dios da a todos generosamente, sin hacer reproche”
(Stg 1.5). “El [es] Dios de toda gracia” (1 P 5.10). Y en Efesios
capítulo 1 y 2 se habla de “la complacencia de su voluntad”, de “su
gloriosa gracia”, de “su rica y sobreabundante gracia”, y de la “inmensurable
riqueza de su gracia” (1.5, 6, 7; 2.7). Y estos son sólo unos poquitos
textos. Después de Cristo, su bondad y generosidad brilla resplandecientemente.
Es como si Dios clamara, nos llamara la atención, nos gritara, diciendo: “¡Véanme!
Oh, qué Dios nos dé ojos para ver su gracia hoy.
¿Cómo se manifiesta la gracia de Dios después de
Cristo? También se muestra en formas diversas, pero muy, muy especialmente
en los favores y beneficios espirituales hechos a quienes solamente merecen
su ira. Nosotros no merecemos nada más que la ira de Dios, porque somos
pecadores. Todos hemos pecado, todos hemos ofendido el santo carácter de Dios,
y por eso Dios, como juez justo, ha dictado sentencia condenatoria contra nosotros.
Él debe expresar o derramar su ira a causa de nuestro pecado. Debe castigarlo.
La pena debe ser pagada. “La paga del pecado es muerte”. “Todos pecaron y están
privados de la gloria de Dios” (Ro 3.23; 6.23).
Sin embargo, miren lo que revela Dios: “La
gracia de Dios se ha manifestado para salvación a toda la humanidad” (Tito 2.11). Nosotros merecemos la ira de Dios, pero Dios manifiesta
su gracia para salvarnos. ¿Cómo lo hace?
(1) Nos dio a su Hijo como Salvador. Dice: “Ha dado a su Hijo unigénito” (Jn
3.16). “No escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos
nosotros” (Ro 8.32). Su Hijo es un don de Dios para nosotros; es la máxima manifestación
de su bondad y generosidad. Ningún favor ni beneficio espiritual podía darnos
Dios si su ira contra nuestro pecado todavía no se había derramado. Así que, ¿qué
hizo? Envió a su Hijo para que sufriese su propia ira en nuestro lugar, para
que sufriera nuestro castigo, pagara nuestra pena, cumplieran nuestra
sentencia. Y Cristo nos amó tanto, que quiso hacerlo.
(2) Nos dio un nuevo corazón, nos regeneró (Tit 3.5). Hizo que escucháramos esas
noticias de Cristo, y nos abrió el corazón para creerlo y recibirlo, nos hizo
renacer, nos dio nueva vida.
(3) Nos dio solución eterna para nuestra causa judicial
delante de Él, nos justificó.
Dice: “Por su gracia son justificados
gratuitamente” (Ro 3.24; Tit 3.7). En su rol de Juez, Dios declaró solemnemente que
nuestra deuda, la muerte que debíamos morir, ya fue pagada por Cristo, por
tanto, nosotros estamos libres de condenación para siempre. Nuestra causa judicial
ha quedado eternamente cerrada.
(4) Nos dio un lugar en su familia. Dice que nos adoptó como hijos, conforme al beneplácito de su voluntad, a la
gloria de su gracia, que gratuitamente ha impartido sobre nosotros (Ef 1.5-6). Dios nos dio un sentido de familia, paternidad, contención y
compañía. Ahora nos mima, protege, provee,
forma y guía.
(5) nos dio sabiduría y entendimiento. Dice que su rica gracia
se desbordó hacia nosotros, dándonos sabiduría e inteligencia (Ef 1.9-10),
no necesariamente para resolver problemas matemáticos, sino sobre todo para ver
lo que Dios está queriendo hacer, sus planes con el mundo. Ahora ya no andamos
a oscuras en cuanto al sentido de los acontecimientos globales, ni en cuanto a
su curso, sino que tenemos un montón de luz y conocimiento.
(6) Nos dio una herencia.
Dice: “Hemos recibido una herencia de parte de Dios” (Ef 1.11). Somos
coherederos con Cristo (Ro 8.17). Todo lo que le corresponde a Cristo por
derecho, también es compartido con nosotros por su gracia. Si Cristo tiene un
cuerpo incorruptible, nosotros recibiremos uno como el suyo; si Cristo gobierna
el mundo, nosotros gobernaremos con él; si Cristo está a la diestra del Padre,
nosotros también estaremos en su presencia.
(7) Nos dio el Espíritu Santo. El Espíritu Santo es llamado en la Biblia “el
Espíritu de gracia” (Heb 10.29), porque nos ayuda en muchas cosas: nos transforma
a la imagen de Cristo, nos consuela, nos dirige en la vida y el ministerio, nos
asegura que recibiremos la herencia prometida, y muchas cosas más, etc.
Hermanos, después de Cristo, hoy en día, la
gracia de Dios brilla muchísimo, y se manifiesta en los favores y beneficios
espirituales hechos a quienes solamente merecemos su ira. Definitivamente: Dios
es muy bondadoso y muy generoso con todos, y conmigo.
Hermanos, queridos, la
clave de la vida cristiana es confiar en ese Dios de gracia. La clave del
gozo, la satisfacción y la fidelidad es confiar de todo corazón en la bondad y
la generosidad del Señor. Cuando experimentamos plena convicción de esa gracia,
nuestro corazón se deleita, satisface e inunda de dulzura y paz. Por eso
David decía: “Oh Dios… Mi alma tiene sed de ti… Te he visto… y he
contemplado tu poder y tu gloria. Tu gracia es mejor que la vida misma… Tú me
satisfaces más que un suculento banquete” (Sal 63). Cuando confiamos en que Dios es bondadoso y
generoso con nosotros, nuestro corazón se afirma, se siente seguro. Por
eso, Hebreos dice: “Buena cosa es para el corazón el ser fortalecido con la
gracia” (Heb 13.9). Y Asaf decía: ¿A quién tengo en el cielo sino a ti? Te
deseo más que cualquier cosa en la tierra. Puede fallarme la salud y
debilitarse mi espíritu, pero Dios sigue siendo la fuerza de mi corazón; él es
mío para siempre” (Sal 73).
Es por eso, que Pedro dice: “Crezcan en la gracia”.
Está diciéndonos confíen cada día más en que Dios es bondadoso y generoso, conozcan
cada día más esa bondad y generosidad, disfrútenla cada vez más, refléjenla
cada día más, alábenla cada día más. Tenemos que crecer en la gracia sublime de
Dios.
Por su
gracia Dios puede salvar a todo el que cree. Y si
alguno piensa que ni siquiera Dios con tanta gracia puede alcanzarlo, quiero
contarles de alguien: se trata de un hombre de Medio Oriente, que profesaba una
de las religiones tradicionales y radicales de la región. Tenía tanto odio
hacia Cristo y hacia sus seguidores, que buscaba a los creyentes, e insultando
a Cristo, los secuestraba, los torturaba y los obligaba a insultar a su Señor,
y en algunos casos también los mataba. Sin embargo, un día se le apareció Cristo,
y le perdonó sus terribles pecados. E hizo mucho más: puso a ese hombre como divulgador
de la fe. Eso es gracia. Ese hombre se llamaba Pablo, y dice: “La gracia de
nuestro Señor sobreabundó” conmigo (1 Ti 1.14). Cristo hizo eso conmigo
para mostrar a todo el mundo que no hay ningún tipo de pecador para el cual su
gracia no sea suficiente (v. 16). No pienses que tus terribles pecados, o tu
debilidad, o tus fracasos, te excluyen de la gracia de Dios. El ejemplo de
Pablo te asegura que vos también sos alcanzable. ¿Querés confiar en la gracia
de Dios? Alabemos esta gracia admirable.
[1] Hebreo hesed, que significa precisamente gracia,
bondad, amor inagotable, misericordia.
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