UNA FE TAN GRANDE: "CUANDO NUESTRA FE NO ES TAN GRANDE"
Por: Marcelo Centineo
Quisiera hablarles ahora de cuando nuestra fe no es tan grande como nosotros quisiéramos. Hemos visto en el primer mensaje que el tesoro más grande que tenemos en nuestra vida es justamente la FE. Hemos visto en el segundo mensaje la fe tan grande de Caleb, en el AT. y que Jesús intercede para que nuestra fe no falte. Pero justamente la experiencia de la vida nos enseña que a veces nuestra fe no es tan fuerte como nosotros quisiéramos que fuera.
Quisiera hablarles ahora de cuando nuestra fe no es tan grande como nosotros quisiéramos. Hemos visto en el primer mensaje que el tesoro más grande que tenemos en nuestra vida es justamente la FE. Hemos visto en el segundo mensaje la fe tan grande de Caleb, en el AT. y que Jesús intercede para que nuestra fe no falte. Pero justamente la experiencia de la vida nos enseña que a veces nuestra fe no es tan fuerte como nosotros quisiéramos que fuera.
Ese es justamente el tema que vamos a abordar en esta
última parte: Qué hacer cuando nuestra fe no es justamente lo que nosotros
quisiéramos que fuera. Una realidad que es extraña y ajena a lo que hemos
aprendido y lo que nos han dicho.
Vamos a hacer un ejercicio: date vuelta y preguntale al
que está al lado tuyo “¿Cómo estás?”. Ahora quiero que levanten la mano los que
recibieron como respuesta: “¡Estoy mal, estoy pésimo!”. Ahora volvele a preguntar, “Ahora decime la
verdad: ¿cómo estás?” Estamos tan acostumbrados a que cuando alguien nos
pregunte: “¿Cómo estás?” nos dé una respuesta como “¡Bien!, muy bien, gracias
por preguntar!”. Casi podría decir que esa respuesta encierra UNA GRAN MENTIRA.
Es verdad que muchas veces estamos bien y esa respuesta es sincera y es verdad.
Pero muchas veces hay situaciones en las que realmente no estamos bien, hay
estructuras religiosas que nos han hecho demasiado daño y tienen que ver con
pensar que UN CREYENTE NO PUEDE ESTAR MAL. De que un creyente no puede pasar
por una crisis de fe, por un problema de desánimo o de lo que fuera. Esto nos
ha producido mucho daño como Iglesia. Por dos razones:
Primero porque hemos aprendido y hemos enseñado que el
creyente tiene que poner “buena cara” sea cual sea la circunstancia. Y la
verdad es que puede estar triste un corazón que alaba a Cristo. Podemos alabar
a Cristo aún en medio de nuestra tristeza. Pero no nos atrevemos a decirlo.
¿Cómo vas a estar triste si vos sos creyente? Nos hemos vuelto expertos en
construir caretas de fe. Entonces, cuando alguien nos pregunta: “¿Cómo estás?”
nuestra careta inmediatamente esboza una sonrisa y responde: “¡Bien! ¡Gloria a
Dios! ¡Aleluya!” Pero por dentro, tal vez no estemos tan bien como le queremos
hacer ver a nuestro hermano.
El año pasado noté que estaba pasando por un stress
demasiado intenso, por un desánimo muy grande, con ganas de dejar el pastorado
y abrir una verdulería. Pero como pastor de la iglesia mi responsabilidad es
dar ánimo, compartir fe con la gente. Mi fe y mis emociones no estaban en una
misma sintonía. Comencé yo mismo a crear una “careta”. Cuando alguien me
preguntaba “¿Cómo estás?” Yo respondía: “¡Bien, bendecido y en victoria!” como
dicen por ahí. Pero por dentro, NI BENDECIDO NI EN VICTORIA. A la noche me
costaba mucho conciliar el sueño y a la mañana encontraba pocas razones para
levantarme. ¿Cómo puede ser que un pastor, un creyente esté triste, esté
desanimado? Y es que hay un detalle que
frecuentemente nos olvidamos: que la misma doble naturaleza que habitó en
Cristo; absolutamente Dios y absolutamente hombre, es la misma naturaleza que
habita en nosotros, nada más que de una manera diferente. En nosotros habita le
Espíritu Santo de Dios que nos mantiene vivos, que nos da fortaleza; sin
embargo también tenemos naturaleza de hombre y de la misma manera en que Jesús
pasó experiencias de hombre, nosotros también pasaremos por experiencias
similares a las de Él. De la misma
manera en que Jesús enfrentó sus pruebas en el poder del Espíritu Santo, de la
misma manera nosotros tenemos que distinguir
cuáles son aquellas cosas que tienen que ver con nuestras emociones que
nada tienen que ver con nuestra fe.
No necesitamos caretas. Ciertamente Dios espera de cada
uno de nosotros que podamos ser sinceros. Que al fin y al cabo, podemos engañar
a nuestro hermano, pero Dios sabe toda la verdad. A Dios no le va a sorprender
que le digas: “Señor quiero tirar todo al tacho”; “no tengo más fuerzas”; “la
verdad, Señor es que mi matrimonio está quebrado”. ¿Qué esperas que te diga el
Señor? “Estaba esperando que me lo
dijeras… Porque aunque tus emociones vayan en sentido contrario, estás
comportándote como un hombre, como una mujer de fe.” Es que un hombre, una mujer de fe no
necesariamente es inquebrantable. Es un
hombre, una mujer que sabe hacia dónde tiene que correr cuando su emoción es
quebrantada. Sabe que en medio de su quebranto emocional Dios lo va a
abrazar nuevamente y le va a decir: “Yo te sostengo en medio de tu prueba.
Conmigo no funcionan las caretas. Yo ya sé lo que te está pasando, estoy
esperando que abras tu boca para confesármelo y yo pueda comenzar a hacer algo
con tu vida”.
A veces la fe mal
enseñada se convierte en una fortaleza de hipocresía espiritual. Dios nunca
nos va a desamparar, lo decimos, lo confesamos pero cuando llega el momento de
ponerlo en práctica…
No hemos sabido generar el espacio para que un hermano
pueda decirle al otro lo mal que se encuentra por miedo a ser juzgado, por
miedo a ser avergonzado, o por miedo a ser señalado. No poder encontrar a nadie
dentro de la iglesia con quien hablar, a quien decirle “estoy pasando por esta
situación” y el temor a ser juzgado, hace que vivamos nuestras frustraciones en
silencio. Si alguien viene y me cuenta “estoy pasando por un quebranto”, yo lo
único que le diría es: “BIENVENIDO AL CLUB!”.
Todos pasamos por situaciones difíciles en la vida y
nuestras emociones reaccionan de distinta manera. Pero nuestra fe puede
permanecer firme aunque nuestras emociones nos estén dictando una cosa
diferente. Pero Satanás el diablo, puede hacerte sentir culpable por tener esas
emociones, como si tus emociones fueran responsabilidad tuya. Y la vergüenza y
la culpa hacen que nos acostumbremos a vivir una vida de hipocresía espiritual.
Ahora vamos a ver qué cosas son capaces de producir
desánimo en nuestra fe.
Sobre
toda cosa guardada, guarda tu corazón;
Porque de
él mana la vida. (Proverbios
4:23 RV60)
La Traducción en Lenguaje Actual, un poco interpreta
estas palabras, y dice:
Y sobre todas las cosas, cuida tu mente, porque ella
es la fuente de la vida. (Proverbios 4:23 TLA)
Cuida la salud de tu mente, cuida la salud de tus
emociones!
CUIDA TU CORAZÓN,
PORQUE ÉSTE DETERMINA EL RUMBO DE TU VIDA.
Muchas de las decisiones que tomamos en la vida, tienen
que ver con el estado de nuestro corazón. Y si nuestro corazón no está sano, no
está transparente, no está claro delante del Señor podemos llegar a tomar
cualquier decisión equivocada. No es la intención, pero es nuestro corazón el
que nos está indicando equivocadamente cuál es la mejor decisión.
¿Puede un creyente verdadero, consagrado, íntegro; pasar
por una crisis de fe, de desánimo, de alteración de sus emociones? ¡CLARO QUE
SÍ! Cuando entendemos que las emociones no tienen nada que ver con la fe,
entonces vamos por buen camino. Porque la Biblia no dice: “El que siente que me
ama, el que siente que cree en mí, será salvo”. La Biblia dice: “Porque el que
CREE será salvo”. Tener una actitud de esconder mi realidad puede llevarme a
convertirme en un hipócrita espiritual. Por dentro me estoy muriendo. Por fuera
estoy mostrando una realdad que no tengo. ¡Qué bueno es cuando yo puedo
acercarme a alguien; primeramente al Señor, pero luego a alguien más y decirle:
“Mirá, mi realidad es ésta”.
A veces los pastores nos encontramos con confesiones muy
fuertes. ¿Acaso el Señor no puede transformar esa realidad? ¿Acaso el Señor a
través del arrepentimiento, la convicción de pecado del espíritu, el volverse
atrás, no puede cambiar esa realidad? ¡Claro que sí! Pero esas emociones están
turbadas, y Dios necesita intervenir en ellas.
Aconteció que el pueblo se quejó a oídos de Jehová; y lo oyó Jehová, y ardió su ira, y se encendió en ellos fuego de Jehová, y consumió uno de los extremos del
campamento. Entonces el pueblo clamó a Moisés,
y Moisés oró a Jehová, y el fuego
se extinguió. Y llamó a aquel lugar Tabera,
porque el fuego de Jehová se encendió en ellos.
(Números 11:1-3 RV60)
Aquí tenemos un
pueblo que se queja. No valora en nada lo que tiene ni lo que el Señor hizo por
ellos. No alcanza a entender este camino de Redención que ellos están
transitando. Un pueblo que se queja de las circunstancias, pero que
indirectamente se está quejando de Dios. Un pueblo que carga el corazón de su
líder Moisés por causa de su propia incredulidad.
Es que a veces tenemos fuerzas para quejarnos, tenernos
fuerzas para comentarle a otro lo disconformes que estamos con determinadas
situaciones, pero tenemos muy pocas fuerzas para ir a Dios con nuestras
situaciones. El pueblo tiene fuerzas para quejarse pero no tiene ánimo para
orar a Dios, el único que puede cambiar esta realidad.
Y la
gente extranjera que se mezcló con
ellos tuvo un vivo deseo, y los hijos de
Israel también volvieron a llorar y dijeron:
¡Quién nos diera a comer carne! Nos acordamos del pescado que comíamos
en Egipto de balde, de los pepinos, los melones,
los puerros, las cebollas y los
ajos; y ahora nuestra alma se seca; pues
nada sino este maná ven nuestros ojos. (Números 11:4-6 RV60)
Un pueblo que parece no aprender de las experiencias
pasadas. Vuelve a quejarse, vuelve a murmurar. Esta mañana estábamos hablando
de cómo la incredulidad puede entrar en nuestras vidas a través de las personas
a las que estamos oyendo. Se acuerdan de las “golosinas” que comían en Egipto,
pero se olvidan de la esclavitud, del trabajo forzado, del látigo. Recuerdan un
pasado como si este pasado hubiera sido maravilloso, y pasan por alto las
bendiciones presentes de Dios. Un pueblo que demanda a su líder, lo que sólo
Dios puede darles.
Y oyó Moisés al pueblo, que lloraba por sus familias, cada uno a la puerta de su tienda; y la ira de Jehová se encendió en gran
manera; también le pareció mal a Moisés.
Y dijo Moisés a Jehová: ¿Por qué has
hecho mal a tu siervo? ¿y por qué no he
hallado gracia en tus ojos, que has
puesto la carga de todo este pueblo sobre mí? ¿Concebí yo a todo este
pueblo? ¿Lo engendré yo, para que me digas: Llévalo en tu seno, como lleva la que cría al que mama, a la tierra de la cual juraste a sus padres?
¿De dónde conseguiré yo carne para dar a todo este pueblo? Porque lloran a mí, diciendo:
Danos carne que comamos. No puedo yo solo soportar a todo este
pueblo, que me es pesado en demasía. Y
si así lo haces tú conmigo, yo te ruego
que me des muerte, si he hallado gracia
en tus ojos; y que yo no vea mi mal. (Números 11:10-15 RV60)
Moisés habla con Dios para decir algunas cosas que Dios
está esperando que le diga. Como Jeremías. Él no tenía ningún empacho en
pararse delante del Señor y decirle: “Señor, me estás usando; por tu culpa
estoy pasando todo esto”. En un mismo sentido Moisés le está diciendo al Señor:
“Señor, vos sos el culpable de mis desgracias”. Culpando a Dios de lo que
sucede y de la responsabilidad que Dios puso sobre él. Pero ante todo se siente
impotente de responder a las demandas de un pueblo que nunca está satisfecho. PENSAMIENTOS
DE MUERTE COMIENZAN A RODEARLE.
Hay varias cosas que puedo ver en este pasaje en la
situación de Moisés:
·
La primera, es que Moisés está rodeado de gente
que sólo se queja y reprocha.
·
La segunda, es sentir que Dios está siendo
injusto con él, que Dios lo ha cargado más d elo que él puede llevar.
·
La tercera, es hacerse responsable de aquello
que solamente Dios puede cambiar.
·
Y la última: la sobrecarga de lo que la gente
espera de nosotros puede producir un quebranto emocional, puede quebrar
nuestras emociones. La desesperación por quererles dar más de lo que podemos
justamente puede llevarnos a esto. La imposibilidad de cambiar una realidad que
solamente Dios puede cambiar.
Había una APARENTE necesidad de comida. APARENTE, digo,
porque el maná estaba presente. Pero el pueblo quiere más, y demanda, y
demanda, y demanda. Y Moisés dice: “Ya me tienen harto, estoy cansado, estoy
saturado. Lo mejor que me puede pasar en la vida es morir”.
He descubierto que la mayoría de las personas pasan por
situaciones similares, lo que pasa es que no se atreven a decirlo. Un pastor me
decía que estaba pasando por una situación muy complicada. Ataques de pánico,
al punto de tener que llamar a las 4 de la mañana a un hermano para que venga a
ayudarlo, porque creyó que estaba muriendo. Otro hermano que pastoreaba una
iglesia en Buenos Aires. Pensamientos de suicidio y de muerte comenzaron a
invadir sus emociones.
Moisés cansado de las circunstancias, cansado de no poder
cambiar una realidad que lo ahogaba, le pide a Dios que le haga el favor de
quitarle la vida.
Una cantante cristiana famosa, que ha inspirado y
alentado a millones con sus temas y con su voz privilegiada, estuvo en
depresión y pensaba en quitarse la vida. La única manera en que salió de esa
situación fue CONFESANDO, ACEPTANDO LA SITUACIÓN y PIDIENDO AYUDA.
Y yo me lo imagino al Señor, a ver qué hacía con su
siervo malherido Moisés. La respuesta de Dios:
Entonces
Jehová dijo a Moisés: Reúneme setenta varones de los ancianos de
Israel, que tú sabes que son ancianos
del pueblo y sus principales; y tráelos
a la puerta del tabernáculo de reunión,
y esperen allí contigo. Y yo descenderé y hablaré allí contigo, y tomaré del espíritu que está en ti, y pondré en ellos; y llevarán contigo la carga del pueblo, y no la llevarás tú solo. (Números 11:16-17 RV60)
Más allá de la solución que en este caso en particular
Dios le dio a Moisés, quisiera reflexionar en algunos principios que encuentro
en esta respuesta. Dios no le reprocha cómo lo sacó del desierto, cómo sacó a
su pueblo de Egipto, y cómo viene Moisés a plantearle esto. Me asombra del amor
de Dios para con su siervo. Muchas veces tenemos esta imagen equivocada de Dios:
Que está esperando que nos equivoquemos para pisarnos, sacarnos del medio, y cambiarnos por otro. Pero no es esa la
actitud que el Señor tiene para con sus siervos. Él deja que diga todo lo que
tenga que decir y finalmente, Dios le dice algo así como: “Tranquilo, amigo.
Tengo algo que decirte. ¡Todavía te quedan 40 años de ministerio! Entiendo por
lo que estás pasando, pero voy a proveer una solución para tu vida”.
El Señor no juzga a su siervo. De la misma manera lo hizo
con la historia de Elías. Una historia paralela que nos demuestra el inmenso
amor del Señor. Aquél Elías que mató a
los profetas de Baal, que hizo caer fuego del cielo; de repente, al día
siguiente ¡quiere morirse! Se va al desierto y se pone debajo de un árbol y se
quiere morir. Y Dios le envía a su ángel a fortalecerlo, a alentarlo, con agua
y alimento. Lo despierta de su sueño y Elías come y… ¿qué hizo? ¡Se volvió a
dormir! El Señor podría haber dicho: “Caso perdido!”. Pero, NO! El Señor
insiste! El ángel le dice: “Mucho camino te queda por recorrer!”
Lo que Elías piensa que es el final del camino, en
realidad es el comienzo de su ministerio. Lo que Moisés pensaba era el final de
su vida, era el comienzo de un ministerio con un pueblo que no era fácil. Dios
no guzga cuando vamos a Él con un corazón sincero y abierto para contarle
nuestra situación. Dios tuvo un trato compasivo, amoroso con su siervo Moisés.
Dios atiende a sus hijos de manera personal. No es el Dios que está esperando
que te equivoques para pisarte la cabeza. Ese no es el Dios en el cual hemos
creído. EL DIOS EN EL CUAL HEMOS CREÍDO ATIENDE AÚN EN LA MÁS OSCURA MISERIA
para poder ponernos nuevamente de pie. Ese es el Dios de los Evangelios, ese es
el Dios de la Biblia. La razón por la cual Moisés quería morirse es porque no
veía salida. Dios le demuestra que en
donde Moisés ve IMPOSIBILIDAD, Dios ve OPORTUNIDAD. Que lo que para vos o
para mí es el final del camino, puesto en las manos de Dios puede ser el
comienzo de un camino increíble.
Es increíble lo que vemos en el texto, en cuanto a que
Dios no hace un milagro instantáneo. Dios le muestra que HAY UN PLAN, pero que
este plan va a llevar un tiempo, un proceso. Quiero centrarme en esto: Moisés
está en una situación de crisis y piensa que ya no tiene sentido seguir
adelante. Que ya no sirve y está deseando desaparecer por medio de la muerte.
Se ve a sí mismo miserable, inservible, una persona que ya no puede hacer nada,
por eso desea la muerte. Y el Señor le dice: “Moisés, aunque vos no lo puedas
ver, en vos hay un espíritu, un coraje, una fe que está tapada por medio de las
circunstancias, pero que yo sacaré para contagiarlo a otros, porque necesito
siervos como vos. Hombres valientes, que tengan coraje, que sean capaces de
tomar la responsabilidad de un pueblo y sean capaces de llevarlo por el
desierto y llevarlos hacia el destino final. Que se atrevan a CREER a una promesa”.
“Tomaré de tu espíritu” dice el texto. “Tomaré de tu
valentía, de tu coraje, de tu decisión, para ponerlos en otros. MOISÉS: VOS NO SOS LO QUE VOS PENSÁS QUE
SOS. YO SÉ LO QUE REALMENTE SOS”. Aunque vos pienses que no valés la pena,
yo te digo: SOS VALIOSO y tomaré de lo que vos tenés para que otros puedan
tener de lo que vos sos.
La historia de Moisés nos demuestra que el quebranto
puede llegar aún al más firme de los líderes. JESÚS mismo pasó por situaciones
de quebranto. Donde Jesús de su propia boca dice, cuando está en el huerto de
Getsemaní , “siento una tristeza tan grande que siento la muerte venir sobre
mí”. Jesús está expresando como ser humano la tristeza que está sintiendo en
ese momento crítico de su vida. Por eso dice el libro de Hebreos, que nosotros
no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nosotros, sino uno
que fue semejante y tentado conforme a nuestra semejanza. Tal vez hoy estás muy bien. Pero si alguna
vez golpea tu puerta la tristeza, el desánimo, yo te voy a decir lo que dije al
principio: “BIENVENIDO AL CLUB”.
El club de los mortales, el club de los imperfectos que
amamos al Señor. El club de los que NO NECESITAN SER PERFECTOS PARA SER AMADOS
POR DIOS. El club de los que se atreven
a decirle al Señor: “Señor, mi condición es ésta”. Ninguno de los que estamos
en este lugar estamos exentos de sufrir las aflicciones que sufrió Moisés. Las
largas batallas de la vida hacen que nuestro ser se resienta. Pero no es un problema espiritual, es un problema DEL
ALMA que necesita ser atendido como tal. Las heridas no sanadas, los golpes de
la vida que todavía no hemos permitido que se sanen, las cargas de la vida
misma; las situaciones que no pudimos cambiar; los reproches del pasado, las
expectativas del futuro. Todo esto hace que muchas veces nuestras emociones
enloquezcan. Por eso dice el escritor de Hebreos: debemos despojarnos de todo
peso y del pecado que nos asedia para poder correr la carrera que tenemos por
delante. El peso que se suma a nuestras vidas, solamente por vivir la vida. Hay
cargas que aún pueden estar en nuestras vidas y ni siquiera tenemos la
capacidad de recordarlas el día de hoy.
Rechazo, sobreexigencia, perfeccionismo, violencia,
gritos, maltrato, alcoholismo, frustraciones, traiciones, enojos, falta de
perdón, y una innumerable cantidad de situaciones que pueden quebrantar nuestro
corazón.
Las consecuencias pueden ser las mismas que vivió Moisés.
Confusión, pensamientos distorsionados, sentimientos de soledad, de abandono,
incomprensión, injusticia, inclusive pensamientos de muerte.
Fueron las experiencias de Moisés, de Elías, de Job, de
Jeremías; por sólo nombrar a algunos de ellos.
Un predicador preguntó al final de su mensaje: “yo sé que
aquí hay jóvenes pensando en el suicidio. Si es así, por favor levanten su mano
y vengan aquí para que yo pueda orar por Uds.” Entre unos 10.000 jóvenes que se
encontraban en el lugar, 400, tal vez 500 jóvenes pasaron adelante, porque
pensamientos de muerte pasaban por sus mentes.
Y yo dije: “Dios, esto está pasando en nuestras
congregaciones”. Jóvenes que piensan en la muerte como opción porque no
encuentran sentido a sus vidas. Algo no
estamos haciendo bien en nuestras congregaciones. En cuanto esos jóvenes
necesitan de un Congreso para que alguien les diga: “Vení al altar porque yo
puedo abrazarte”.
NO HUBO NADIE QUE
LOS ABRACE EN SU IGLESIA. NO HUBO NADIE QUE LOS AME EN SU IGLESIA. No hubo
nadie que los escuche en su Iglesia.
ESTEMOS ATENTOS A LOS QUE NOS RODEAN. PORQUE QUIZÁ
NOSOTROS SEAMOS LOS BRAZOS DEL SEÑOR PARA PODER CONTENERLO Y ABRAZARLO A ESE
QUE TAL VEZ ESTÉ PENSANDO EN QUITARSE LA VIDA.
Pasos necesarios
que debemos dar para ser completamente sanos:
1.
Necesitamos
ser SINCEROS.
RECONOCER QUE NO SOMOS TAN FUERTES COMO LOS DEMAS PIENSAN
QUE SOMOS. Dejar de inventar un personaje que ni nosotros lo creemos. Que el
desánimo nos ha alcanzado, sin culpa, sin temor; vayamos a Dios sin temor a ser
rechazados, ni juzgados; porque Dios tiene sus brazos abiertos para recibirnos
y darnos un nuevo aliento. El Cielo es para los justos perfectos. Los que ya
fueron santificados y redimidos. Pero la tierra, la Iglesia, ES PARA
IMPERFECTOS COMO VOS Y COMO YO que siguen necesitando la misericordia y la
gracia de Dios sobre sus vidas. Si estás esperando ser perfecto para venir a
una iglesia, te equivocaste. Si supieras el que tenés al lado! Dios espera que
podamos venir a Él con nuestra situación, con nuestra realidad, que podamos
decir: “Sí Señor. Este soy yo! Yo sé que vos lo sabías. Lo único que estabas
esperando es que te lo confesara y que por medio de esta confesión, demuestre
que en verdad creo en vos.”
2.
Necesitamos
reconocer nuestra realidad, que hay cosas en nuestro interior que no están bien
delante del Señor.
El Señor está esperando que lo hagamos. No se va a
sorprender.
3.
Debemos
buscar personas que realmente nos aman.
Y que puedan ayudarnos en nuestra situación. Está genial
que podamos ir a los pies del Señor. Ese es el primer paso. Dice la Biblia: “Aliéntense los unos a los
otros”. ¿Cómo voy a alentarte si no sé cuál es tu realidad? Si cada vez que te
veo y te pregunto: “¿Cómo estás?” Me decís: “¡Fantástico!” Pero si me decís lo
que te pasa, yo puedo ser el que sople una palabra de aliento, de ánimo sobre
tu vida. Alguien con quien orar, y alguien que pueda orar por vos. PARA ESO
ESTÁ LA IGLESIA.
Gracias por escucharme, me dijo un pastor amigo. Gracias
por darme la oportunidad de hablarnos. Gracias por no juzgarme, gracias por
orar por mí. Necesitamos buscar hermanos, compañeros de oración; alguien que
ore POR nosotros, alguien que ore CON nosotros. Alguien que nos ayude en el
proceso que demande nuestra recuperación. Alguien que camine la milla extra con
nosotros.
4.
Debemos
limpiarnos de todo pecado.
A veces las heridas del alma tienen que ver con cosas no
solucionadas en nuestro corazón. Falta de perdón, resentimiento, odio,
recuerdos que nos traen heridas. Dice la Palabra de Dios que Dios nos da el
poder para poder perdonar, ser libres de esa carga, es una decisión que vos y
yo tenemos que tomar para poder perdonar a ese que nos ha lastimado.
5.
Debemos
dar pasos de fe hacia la sanidad ofrecida por Dios.
Es llamativo que la mayoría de los pedidos por sanidad
que escucho en la Iglesia, son por sanidades del cuerpo. Pero yo nunca ví a
alguien pasar al frente y decir: “necesito que mi alma sea sanada. Necesito un
milagro de Dios para que mi corazón sea sanado.” Sin embargo, cuando leo Proverbios
4:23, “sobre todas las cosas guarda tu corazón”. El cuerpo se va a deshacer
naturalmente, pero tu corazón puede permanecer vigoroso en la fe cuando está
sano. Tal vez haya alguien que ahora diga: “NECESITO UN MILAGRO DE DIOS PARA
QUE SANE TODO ESTO QUE ARRASTRO. Lo he intentado mil veces, pero no puedo
sacarme esa espina que llevo clavada en mi corazón. Necesito un milagro en mi
alma.”
Debemos entender que el Evangelio es todo lo que
necesitamos. Me encanta ver cómo Jesús inicia su Ministerio.
Espíritu del Señor
está sobre mí, Por cuanto me ha ungido
para dar buenas nuevas a los pobres; Me
ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; A pregonar libertad a los cautivos, Y vista a los ciegos; A poner en libertad a los oprimidos; A predicar el año agradable del Señor. (Lucas 4:18-19 RV60)
Hay buenas noticias para los pobres; sanidad para los
quebrantados; libertad para los
cautivos; vista para los ciegos; para
los maltratados hay rescate; EN EL NOMBRE DE JESÚS!
Si estamos pensando que tenemos que vivir con todas esas
cosas dentro, por temor “al qué dirán”, creo que no entendimos el Evangelio. EL
SEÑOR ES TODO LO QUE NECESITAMOS PARA NUESTRA ALMA QUEBRANTADA.
6.
Debemos
darnos tiempo para que nuestra alma encuentre paz y reposo.
A veces no es algo inmediato. A veces es todo un proceso.
Pero es un proceso que TIENE QUE TENER UN INICIO. Que tiene que ver con todo lo
que había antes: la CONFESIÓN, el RECONOCIMIENTO, y darle tiempo para que
nuestras heridas se sanen.
7.
Debemos
aferrarnos a la Palabra de Dios.
Es SANIDAD para nuestra alma. Cada una de sus promesas
nos anima y nos alienta.
8.
No
nos encerremos y busquemos ayuda en aquellos que realmente nos aman.
PARA ESTO ESTÁ LA IGLESIA DEL SEÑOR. Si sabemos de
alguien que está quebrantado o que está pasando por una prueba, que está
pensando en dejar el camino de la verdad, ES TU RESPONSABILIDAD Y LA MÍA
VISITARLO EN EL NOMBRE DEL SEÑOR. Darle una palabra de fe, animarlo, tomarlo de
la mano, si es necesario PONERLO SOBRE TUS HOMBROS para que pueda seguir en el
camino y que nos e quede en su pena.
9.
Y por
último: no nos soltemos de la mano de Dios.
Aunque nos parezca que Él está lejos, Él es el más íntimo
de nosotros. Aunque parezca que Él está tranquilo, es sólo una emoción. Él ha prometido
estar con sus hijos hasta el fin del mundo y Él no fallará. No lo asustan tus
tristezas. No lo asustan mis tristezas. No lo asustan mis enojos, no lo asustan
tus enojos. No lo asustan tus cambios de estado de ánimo. Él está esperando que
nosotros confiemos en Él. Eso es fe.
Puede
fallarme la salud y debilitarse mi espíritu,
pero Dios sigue siendo la fuerza de mi corazón; él es mío para siempre. (Salmos 73:26 NTV)
Es simplemente el
alma, esa parte invisible de nuestro ser, la que muchas veces determina nuestro
estado físico y espiritual. Esa parte intermedia que se alimenta con el pasado,
se alimenta con nuestra historia; se alimenta con lo que pasó se alimenta con el
presente, con nuestra realidad actual, con lo que está ocurriendo hoy, pero que
también se alimenta con las expectativas que tenemos hacia el futuro.
Es el alma la que recuerda, es el alma la que se hiere,
es el alma la que necesita ser sanada. Por eso es tan importante cuidar nuestro
corazón por sobre toda cosa guardada. Por sobre el tesoro más grande que tengas
en esta vida, guarda tu corazón, porque él determinará el rumbo de tu vida.
Es el alma la que carga con las angustias, los dolores,
la falta de perdón, y aunque no lo veamos, eso está ahí.
Conclusiones:
1.
De
nada sirve la apariencia.
La apariencia puede impresionar al que está al lado tuyo,
pero de nada sirve en la vida de Fe. De nada sirve estar preocupado por lo que
los demás piensen, si por dentro estás mal.
2.
Sembraremos
con lágrimas y recogeremos con regocijo.
Los que
sembraron con lágrimas, con regocijo segarán.
(Salmos 126:5 RV60)
Hay un día para sembrar, aún con lágrimas. Pero hay un
día, si seguimos adelante, para cosechar con regocijo. NO BAJES LOS BRAZOS POR
LAS LÁGRIMAS DE TU PRESENTE. Hay un día para regocijarnos en la cosecha que un
día sembramos con lágrimas. Lo importante es no dejar el camino.
Moisés cumplió su propósito.
Elías cumplió su propósito. Jesús cumplió su propósito. Ahora es nuestro turno
y nuestro tiempo para cumplir nuestro propósito.
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