Hora de resistir... LA INCREDULIDAD
HORA DE RESISTIR... LA INCREDULIDAD
Texto del mensaje compartido por el Pastor
Diego Brizzio el 19/02/2017
IGLESIA CRISTIANA EVANGELICA “SIGUEME”
España 155 – Godoy Cruz – Mendoza –
Argentina
Para
la iglesia de Cristo —para vos y para mí— un “día malo” no
es un día de frío, de viento y de lluvia… Ni siquiera es un día
en que las cosas nos salen mal. Para la iglesia, según Efesios 6.13,
un día malo es un tiempo de intensa actividad diabólica y
demoníaca, un tiempo en que nuestro enemigo espiritual y sus
ejércitos operan poderosamente contra nosotros para llevarnos a
deshonrar a Cristo. Para la iglesia, un día malo es un tiempo como
el que estamos viviendo. ¿Por qué decimos esto? Por lo que se ve…
Generalizada
incredulidad.
Brotes de rebeldía. Cierta
murmuración.
Religiosidad, tradicionalismo o fariseísmo. Indiferencia
hacia los encuentros y cultos comunitarios. Desinterés
en la formación espiritual de los chicos. Migración
fácil e injustificada entre iglesias…
En este día malo,
hermanos, somos llamados por Cristo a resistir. Debemos resistir a
cada una de estas cosas. Hoy veremos la primera…
Hora de resistir…
la
incredulidad
- Nuestra incredulidad es un objetivo principal del diablo. “Los de junto al camino son los que oyen la palabra de Dios, y luego viene el diablo y quita de su corazón la palabra, para que no crean…” (Lc 8.11–12). “Vosotros no podéis oír mi palabra… A mí, que digo la verdad, no me creéis… Vosotros sois de vuestro padre el diablo” (Jn 8.43-44, 45). “Sergio Paulo… deseaba oír la palabra de Dios. Pero les resistía Elimas, el hechicero… procurando apartar de la fe al procónsul. Entonces Pablo… dijo: ¡Oh, lleno de todo engaño y de toda maldad, hijo del diablo…!” (Hch 13.7–10). “El dios de este siglo [el diablo] cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio…” (2 Co 4.4). “Por lo cual… envié para informarme de vuestra fe, no sea que os hubiese tentado el tentador” (1 Ts 3.4–5). Por estos pasajes, es seguro que nuestra incredulidad es uno de los principales objetivos del diablo y sus agentes malignos. Si hay algo que él quiere y persigue es evitar que creamos, o hacer que dejemos de creer.
Creer
no es ser simplemente amontonar frases doctrinales en mi memoria.
Creer no es ser optimista, insistir en pensamientos positivos…
Creer
es experimentar una profunda certeza de que lo revelado por Dios es
verdadero o real, y una viva confianza en eso. Es una fresca
convicción, y un dulce descanso en cuanto a la verdad bíblica.
¡Creer
es esencial en nuestra relación con el Señor! (Por eso Cristo
esperaba fe, y Pablo esperaba fe.) En la experiencia de ese
resplandor de certeza, y de ese dulce descanso en la verdad bíblica,
está el inicio y la continuación de todo, todo, todo en la vida
cristiana. Cuando creemos conocemos a Dios, lo disfrutamos, lo
amamos, queremos imitarlo y obedecerlo, sufrimos por él, amamos al
prójimo… Cuando creemos comienza y continúa todo eso, y todo eso
glorifica a Dios, lo hace ver o lo refleja como admirable. Por
ejemplo:
supongamos que leo Romanos 8: “Nada podrá separarnos del amor de
Cristo”. Probablemente, yo ya tenía esa frase doctrinal en mi
memoria; pero de repente el Espíritu Santo abre mis ojos
espirituales, y me hace experimentar un resplandor de convicción,
una profunda certeza, en cuanto a que Dios realmente
me ama,
y su
amor es inalterable;
entonces de inmediato confío vivamente en ese Dios amoroso, y
descanso dulcemente en él. ¡Creí!
Y en ese creer sigo conociendo a Dios, sigo gozándolo, imitándolo…
¡Creer es esencial, todo comienza en el creer!
¡Por
eso la incredulidad es uno de los objetivos principales del diablo y
sus agentes! Porque él sabe que es esencial y que allí comienza
todo y continúa todo.
- Estrategias principales del diablo para lograr nuestra incredulidad. Entendamos esto: todas las estrategias diabólicas están relacionadas con la Palabra de Dios, porque la Palabra de Dios es lo que genera y alimenta la fe. Por definición, es su fundamento, su punto de referencia. Lo dice Ro 10.17: “La fe viene como resultado de oír el mensaje, y el mensaje que se oye es la palabra de Dios”. Sin palabra, no hay fe, sin fe se deshonra a Dios.
Estorba
que nos contactemos con la Palabra (1 Ts 2.18).
Pablo había querido ir a edificar la fe de sus hermanos, pero dice:
“Satanás nos estorbó”. Cuando alguien quiere predicar o enseñar
a otro, cuando alguien quiere sentarse a leer o estudiar la Biblia, o
asistir a la iglesia o a un GC, o a algún taller, cuando una familia
quiere meditar junta… no es raro que sea estorbado: que se enferme,
que se rompa el auto, que pierda la tarjeta del micro, que aparezca
alguien distrayendo, que se sienta cansado, que prenda el televisor,
que reciba un mensajito… etc. Es Satanás que estorba el contacto
con la Palabra de Dios.
Trastorna
con enseñanzas o razonamientos torcidos (1
Ti 4.1-2; 6.20-21).
“Algunos abandonarán la fe para
seguir a inspiraciones engañosas y doctrinas diabólicas… Evita…
los argumentos de la falsa ciencia [una mala enseñanza religiosa].
Algunos, por abrazarla, se han desviado de la fe”. Muchos creyentes
terminan abandonando la fe, porque Satanás los pone en contacto con
enseñanzas o razonamientos engañosos, algunas veces de parte de
maestros religiosos, otras veces por parte de amigos, compañeros,
académicos, etc. Y así, poco a poco, se desvían de la fe en la
sana Palabra de Dios. ¡Cuidado, hermanos, con las enseñanzas que
escuchan! Algunas se nos presentan de modo muy simpático,
humorístico y carismático… otros se presentan como con
súper-poderes… pero no necesariamente son sanas enseñanzas. Es
Satanás trastornando la fe.
Ciega
el entendimiento ante el evangelio (2 Co 4.4),
es decir, evita que se vea la luz o la maravilla del mensaje que se
ha escuchado. No sé a ustedes, pero muchas veces a mí, cuando leo
el evangelio de Cristo, la carta a los gálatas, la carta a los
romanos, incluso Efesios, me siento como con la mente embotada, como
torpe… Algunas veces puede ser cansancio simple, otras veces mi
propia pecaminosidad interior… pero otras veces es el mismo demonio
que me embota el entendimiento.
Quita
la palabra del corazón (Lc 8.12).
No me pregunten cómo hace eso, pero algunas
veces lo hace. Hace que la
Palabra deje de tener efecto, se olvide, o algo así.
Produce
o aprovecha la tribulación (1 Ts 3.4-5).
Se llega en medio del sufrimiento, y empieza a sembrar dudas,
sospechas o intrigas en cuanto a la bondad de Dios, a su cuidado, a
su favor. ¿Realmente está a mi favor Dios? ¿Realmente me ama? ¿Qué
de bueno puede haber en lo que me está pasando? Hermano, si estás
en medio de un sufrimiento, y te vienen estas preguntas… es el
diablo que te susurra.
En
fin, el diablo no quiere que nosotros sintamos profunda certeza en
cuanto a la verdad, ni que descansemos en ella; por eso usa estas
estrategias relacionadas con la Palabra.
- Consecuencias de nuestra incredulidad. ¿Qué sucede cuando no creemos o dejamos de creer? ¿Qué sucede cuando el diablo empieza a lograr su objetivo? Veamos algunas consecuencias, en orden descendente:
Perdemos
el gozo en el Señor. Fil
1.25 habla de crecer y experimentar el gozo de la fe, y Ro 15.13 dice
que al creer somos llenos de gozo.
El producto espontáneo, natural o “automático” de creer es el
gozo, el placer espiritual, el disfrute de Dios, de su persona y
carácter. Pues bien, cuando no creemos, perdemos el gozo, perdemos
esa emoción de luz, de energía y entusiasmo. Andamos sombríos,
lúgubres, hoscos, secos…
Dejamos
de amar. Gálatas
5.6 dice que la fe obra por el amor, es decir que la fe se expresa
por medio del amor. Cuando
experimentamos convicción y descanso en la verdad de Dios, somos
espontáneamente movidos a buscar tiernamente el bien de los demás,
para que ellos lo vean a él y lo conozcan a él. Pero si no hay fe,
el amor se acaba. No nos interesará demasiado el bien de los demás.
Al menos, no será algo tierno ni espontáneo.
Somos
inconstantes. Stg
1.6-8 dice: “Quien duda es como las olas del mar, agitadas y
llevadas de un lado a otro por el viento… Es indeciso e inconstante
en todo lo que hace”. Nos
sentimos inseguros, dubitativos. Empezamos y no continuamos. No
perseveramos en nada.
Desobedecemos.
Dice Hebreos 11.8 dice que
Abraham, por la fe, obedeció a Dios, y salió sin saber adónde iba.
Cuando hay fe, hay poder interior para obedecer, incluso cuando eso
implica distancia, pérdida, dolor, marginación… Cuando hay fe,
tengo poder para esperar en el Señor un compañero cristiano, y
mantenerme puro. Cuando hay fe tengo poder para ofrenda el diezmo o
más del diezmo. Cuando hay fe, una familia cristiana tiene poder
para dejar su propia casa, sus profesiones, el resto de sus
familiares y salir a la misión. Pero… cuando no hay fe, no hay
poder para obedecer al Señor.
Abandonamos
completamente. 1
Ti 1.19-20 dice: Algunos naufragaron en cuanto a la fe, “entre los
cuales están Himeneo y Alejandro, a quienes he entregado a Satanás
para que aprendan a no blasfemar”.
Y He 3.12 dice que la
incredulidad conduce a apartarnos del Dios vivo.
Es decir que cuando dejamos de creer podemos llegar incluso a
blasfemar, a decir sumamente ofensivas contra Dios, su iglesia y sus
caminos.
En
fin, la incredulidad nos conduce a un camino en picada, un camino que
no glorifica a Dios. No hacemos que Dios se vea admirable, confiable,
precioso… sino totalmente deslucido
- Cómo resistir firmes en la fe. Está claro que debemos resistir en la fe, empezar a creer, o seguir creyendo. Dice: “No seas incrédulo, sino hombre de fe” (Jn 20.27). “Con tal de que se mantengan firmes en la fe, bien cimentados y estables” (Col 1.23). “Que ninguno de ustedes tenga un corazón pecaminoso e incrédulo… Retengamos firme hasta el fin la confianza… No pierdan la confianza” (He 3.12, 14; 10.35). Está claro que debemos resistir al diablo firmes en la fe. Pero, ¿cómo hacerlo? Parte de la respuesta está en 2 Ti 4.7: “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe”.
Consideremos
la fe como un tesoro. Pablo
dice: “He guardado la fe”.
No significa: “La puse en un cajón para que nadie la viera”.
Significa: “La he considerado tan valiosa, esencial e importante,
que la he custodiado, protegido, y atendido con sumo cuidado, para no
perderla. Hermanos, sólo si estamos conscientes de su importancia y
pendiente de su condición, tendremos chance de mantenerla y
cultivarla. Nuestra fe es más importante que nuestra vida.
Alimentémonos
con la Palabra. Ya lo hemos
dicho: la fe viene (se activa, vive, se enciende) como resultado de
tener contacto con la Palabra de Dios. Debe ser un contacto humilde,
manso y atento. No hay otra manera. Una persona que no tiene este
contacto con la Palabra, esta reflexión abierta, sincera, mansa, se
muere interiormente. Posiblemente puede, con fuerza de voluntad o
simple costumbre familiar, cumplir con los hábitos religiosos, pero
interiormente se irá apagando… De allí al naufragio, es sólo
cuestión de segundos.
Mantengamos
agonía, intención, disciplina y perseverancia. Pablo
asemeja guardar la fe con pelear una batalla y acabar una carrera.
Eso implica: Pasar
agonía, llegar a pasar momentos en que sentimos que ya no tenemos
fuerzas. Poner
toda la intención, porque no es “natural” mantener la fe, no te
“nace del corazón”. Exige propósito. Poner
disciplina, ejercitación, método: me levanto todos los días a tal
hora, le dedico tanto tiempo… Poner
perseverancia: no darse por vencido jamás. Tirar la toalla no es una
opción.
Dependamos
del Espíritu de Dios. No
estamos solos en esto. El Espíritu está con nosotros para
ayudarnos. En realidad, sólo gracias a él podremos recibir o captar
la luz de la Palabra, gracias a él podremos poner agonía,
intención, disciplina y perseverancia. Todos los días debemos ir
humildemente al Padre y pedirle la asistencia del Espíritu Santo. Él
nos la dará milagrosamente.
Sepamos
que no estamos solos. Dice
Pedro: “Al
diablo resistidlo firmes en la fe, sabiendo que los mismos
padecimientos se van cumpliendo en vuestros hermanos en todo el
mundo.”
(1 Pedro
5.9)…
Oremos
que el Señor
que nos libre de las estrategias del diablo, y que nos ayude a
resistir firmes…
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