Por qué te sirvo...
Por: Luis Caccia Guerra para www.devocionaldiario.com
la obra de cada uno se hará
manifiesta; porque el día la declarará, pues por el fuego será revelada; y la
obra de cada uno cuál sea, el fuego la probará. (1Corintios 3:13 RV1960)
Hubo épocas de
mi vida ministerial en las que me tocó ocupar un lugar prominente en la
congregación o en el orden del culto. Ya
sea ministrando la Palabra, ya sea conduciendo la música y las alabanzas,
realizando alguna presentación especial, o tal vez operando algún equipo de
audio o imagen… Todo lo que tuviera que ver desde sentarme en los primeros bancos
del templo hasta pararme tras el púlpito delante de la congregación, era el
espacio ideal para mí, me resultaba propicio como ámbito de vida, como que
“estaba hecho a mi medida”. En términos de espacio físico, bastante estrecho
por cierto, comparado con el resto del salón…
Era muy joven, tenía pelo en la cabeza y
además soltero. Y si había algo que me encantaba y seducía, era “lucirme”,
hacerme ver, destacarme. No me daba cuenta –o tal vez, y lo que es aún peor– no
quería darme cuenta de ello. Sin embargo, y muy a pesar de todo ello, tenía un
sincero interés en servir al Señor… pero como a mí mejor me parecía y me
aportaba en mi precario entender, mejor rédito ¡mas no, como Él quería!
No es de
extrañarse entonces, que el Señor tuviera suficiente paciencia con su siervo,
pero esto fue hasta que comenzaron a llegar los días de “ajustes”; los años de
tránsito por el desierto. Fue así como mi relación con el ministro comenzó a
deteriorarse rápida y dramáticamente, a transitar un camino ríspido, difícil,
sin retorno, con continuos roces, hasta que un buen día llegó el portazo y así
sin más ni más, el domingo pasado estuve en su iglesia, el domingo siguiente,
ya me encontraba en otra. Chico rebelde…
En Éxodo cap 2 hallamos
a Moisés haciendo las cosas también a su manera. Mató a un egipcio en defensa
de sus hermanos hebreos y tuvo que huir al desierto para que la mano de Faraón
no le alcanzara. Dios fue misericordioso con él y le proveyó todo lo que
necesitaba, pero tuvo que transitar las ardientes arenas del desierto antes de
poder encontrar la zarza ardiendo en Horeb y escuchar la voz de Dios.
Y dijo: No te acerques; quita tu calzado de tus
pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es. (Éxodo 3:5 RV1960)
Años de mi vida
dando tumbos, prolongados períodos sin tener una comunidad donde congregarme y
recibir la adecuada contención y ministración; sin visión de mi parte, para
ministrar y ofrecer contención. Dios fue misericordioso conmigo. Igual que a
Moisés en el desierto, Dios me dio una familia y una amada hija… Pero pasaron
muchos años hasta que pude comprender que había encontrado la zarza ardiendo y
escuchado la voz de Dios y no me había quitado los zapatos.
Hoy, no puedo
menos que prorrumpir en alabanzas desde estas líneas y en palabras de
gratitud. A pesar de todo, mi compañera
siempre estuvo a mi lado y nuestra hija tuvo la entereza, la fortaleza, de
soportar todo lo que le pasó, incluidos sus dieciocho meses de internación en
un hospital pediátrico a causa de las múltiples heridas que recibió y la
pusieron al borde de la muerte.
Hoy no puedo menos que prorrumpir en alabanzas
y en palabras de gratitud por la comunidad en la que me encuentro, donde Dios
me mostró la zarza ardiendo y pude, finalmente, Su Voz escuchar.
Pero, más allá
de estas cosas –que, por cierto, no son un detalle menor– una reflexión me
surge de todo esto: ¿Por qué te sirvo, Señor?
·
Nuestras obras de servicio NUNCA deben ser
motivadas por el temor (no importa si se trata
del temor reverente, por ninguna clase de temor) ni por el deseo de
obtener su aprobación (que no es lo mismo que agradarle), toda vez que nuestras
justicias son delante de sus ojos como “trapo de inmundicia” (Isaías 64:6). Nuestras
obras deben ser para DARLE algo a Dios no para obtener algo de Él, pero
fundamentalmente, MOTIVADAS POR LA FE Y DEPENDIENDO TOTAL Y ABSOLUTAMENTE DE ÉL
(Hebreos 11:6).
·
Porque le amamos y porque amamos a nuestros
semejantes (I Cor. cap. 13). Días atrás, escuché a un pastor que trabaja en el
ministerio de traducción de la Biblia a lenguas nativas y de pueblos
originarios. Él decía que muchas traducciones de la Biblia ya están listas,
pero que la gente en condiciones de poder leerlas, no las lee. ¿Por qué? Se
preguntaba. Es porque los traductores se enfocaron en su labor de traducción,
lo cual no está mal, pero se olvidaron de un detalle fundamental: LLEGAR A LAS PERSONAS A LAS QUE ESTÁN DIRIGIDOS
SUS TRABAJOS CON UNA EXPRESION DE AMOR Y GENUINO INTERES POR SUS ALMAS Y BIENESTAR. ¡Menudo detalle! Es por ello, amado lector,
que este escrito hoy llega a tí, cuidando la ortografía y la sintaxis, sí, para
que no resulte desagradable o incómoda su lectura; pero fundamentalmente, con
un profundo amor hacia tí que lo lees, y con la oración de que Dios obre con
poder en tu vida, familia, trabajo, salud y ministerio.
·
En obediencia. Ya no lo que a nosotros nos
parece, sino lo que Él quiere y pone en nuestro corazón (II Corintios 9:13;
Filipenses 2:13). Moisés hizo lo que bien le pareció a su precario entender… ¡Y
así le fue! Buenas intenciones, un cabal sentido de la justicia; pero no es lo
que Dios quería.
·
Para dar Gloria a su Nombre. ¿Saben? Durante mucho tiempo inconscientemente he
sido literalmente ¡un ladrón de Gloria!
¡Ah! ¡Cómo me gustaba “lucirme”, subirme al pedestal, que toda la gente
me viera y dijera: ”Qué bien lo hace”! Años me costó aprender a ceder TODO el
CRÉDITO al Señor, entender que si hasta aquí llegué, ¡es porque el Señor, y
NADIE MÁS QUE ÉL, lo hizo! El único que debe resultar exaltado, debe ser el
Señor. (II Cor 12:5-9; Salmos 57:11). JAMÁS EN BUSCA DE ADMIRACION, APLAUSO,
RECONOCIMIENTO NI APROBACIÓN POR PARTE DE LOS DEMÁS.
Examíname, oh SEÑOR, y pruébame.
Purifica mi conciencia y mi corazón;
porque tu misericordia está delante de mis ojos,
y camino en tu verdad. (Salmos 26: 2 y 3 BEMH)
Purifica mi conciencia y mi corazón;
porque tu misericordia está delante de mis ojos,
y camino en tu verdad. (Salmos 26: 2 y 3 BEMH)
Todos los derechos reservados.
A todos nos ha pasado (¿o nos pasa?) inintecionalmente o con intención, pretendíamos robarle a Dios la Gloria que solo a Él le pertenece . Juan el Bautista al referirse a Jesús dijo: "Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe" (Juan 3:30).
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