El hermano mayor del hijo pródigo
Por: Luis Caccia
Guerra para www.devocionaldiario.com
Y
su hijo mayor estaba en el campo; y
cuando vino, y llegó cerca de la
casa, oyó la música y las danzas; y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. El le dijo: Tu hermano
ha venido; y tu padre ha hecho matar el
becerro gordo, por haberle recibido
bueno y sano. Entonces se enojó, y no quería entrar. Salió por tanto su padre, y le rogaba que entrase.
(Lucas
15:25-28 RV60)
Para el hijo menor, ya el simple hecho de pedir
la herencia anticipada al padre en vida, en aquella época era una terrible
ofensa, tan grave como desear la propia muerte del padre. Menuda situación
tendría que enfrentar si decidía regresar con su padre. Es por ello que no le
importaba volver a ser recibido como hijo –aunque lo era y efectivamente le
correspondía, ya que a si a algo no había renunciado era justamente a su dignidad
de hijo– sino que se conformaba simplemente con ser admitido como uno más de
los obreros que trabajaban para su padre
y así poder permanecer cerca de él.
Y
levantándose, vino a su padre. Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió,
y se echó sobre su cuello, y le
besó.
(Lucas
15:20 RV60)
En el contexto de este abrazo apasionado,
nuestra ruina interior puede tal vez parecernos aceptable. Y es que rápidamente
nos acostumbramos a la conducta pasiva de vivir incómodamente entre escombros,
encerrados en nuestra propia tumba y junto a nosotros enterrados nuestros más
caros anhelos y más bellos sueños. Lo que antes estaba tan mal ahora parece que
ya no es tan malo. La misericordia y gracia soberana de Dios, cobran entonces,
inusitado valor y se agigantan sobre nuestras vidas sanando las heridas,
trayendo vida donde había muerte, bálsamo en donde imperaba el dolor.
El hijo menor tuvo que tener el inmenso
valor de desnudar su alma, atreverse a asomarse al oscuro abismo interior de su
corazón, reconocer la ofensa cometida y hacer algo para mitigar el dolor
infligido.
No hay arrepentimiento sin quebrantamiento.
No hay quebrantamiento sin discernimiento.
No hay discernimiento sin el Espíritu de
Dios, que es quien da convicción de pecado.
Pero… ¿Qué del hijo mayor que permaneció
todo el tiempo junto a su padre?
A menudo, la historia del hijo menor que se
va y vuelve con su padre habiendo dilapidado su fortuna, e inclusive su futuro
en basura, suele “eclipsarnos”, por llamarlo de alguna manera, algo que no nos
resulta muy agradable ver, que digamos: la actitud del hijo mayor.
Porque había estado toda su vida en la casa
del padre, se constituyó a sí mismo en ACREEDOR, demandando bendiciones de la
mano de su padre, que por otra parte, ya tenía y que siempre le pertenecieron
(Lucas 15:31).
El problema eran sus sentimientos. Creía
haber realizado méritos suficientes como para reclamar “sus derechos” en contraste con su hermano
menor, que no había hecho más que fracasar estrepitosamente su vida.
El diccionario de la R.A.E. entre varias de
sus acepciones, define la palabra “gracia”
como:
·
Don gratuito
de Dios que eleva sobrenaturalmente la criatura racional en orden a la
bienaventuranza eterna.
·
Beneficio, don
y favor que se hace sin merecimiento particular; concesión gratuita.
Amados: todas, Todas, TODAS, ¡ABSOLUTAMENTE
TODAS! las bendiciones que nuestro amado Papá Dios tiene para nosotros, son
inmerecidas. En nuestra condición y naturaleza heredadas de nuestro padre Adán;
nada hicimos, nada podremos hacer, para ganarnos derechos sobre la voluntad y
providencia divinas para nosotros. Es todo 100% GRACIA. En todo caso estamos autorizados
a
pedir a Dios algunas de sus
promesas que El, en su soberana gracia ya había hecho para nosotros.
Al final, el hijo mayor que se quedó, que
estuvo toda su vida viviendo en la misma casa de su padre, bajo su mismo techo;
había permanecido cerca de su padre sólo en lo físico. Cercanía física, pero su
corazón nunca estuvo más lejos del de su padre, en contraste con el de su
hermano menor que con un corazón contrito y humillado vuelve a la presencia del
padre.
He visto personas alejarse de Dios el Padre,
hacer estragos en sus propias vidas y las de quienes les rodeaban, y finalmente
volver arrepentidos y quebrantados, ya no a un templo, a un grupo de personas
que conforman una iglesia, sino ante la mismísima presencia del Padre. Uno de
ellos fui yo.
Por otra parte, teniendo cargos,
liderazgos, funciones o simplemente habiendo permanecido todo el tiempo, como
el hijo mayor; también creí estar en posición de demandar, reclamar bendiciones
de Dios porque “hice suficientes méritos
para tener derecho a ellas”.
Un corazón como el del hijo mayor: más
cerca de la casa que del corazón del dueño de casa. Más cerca de una iglesia
que del corazón de Dios.
Recuerda, por tanto,
de dónde has caído, y
arrepiéntete, y haz las primeras obras; pues si no,
vendré pronto a ti, y quitaré tu
candelero de su lugar, si no te hubieres
arrepentido.
(Apocalipsis
2:5 RV60)
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