Vuelve a casa
Por: Luis Caccia Guerra para
www.devocionaldiario.com
Cuenta esta historia que una hija cansada de la
vida de pueblo y de la pobreza en la que vivía, un día hizo sus
maletas y se fue a la gran ciudad en busca de “mejores horizontes”,
rompiendo con ello el pobre corazón de su madre.
A poco de su partida, la madre descorazonada
decidió emprender la búsqueda de su hija y partió hacia la ciudad.
Antes, gastó sus últimas monedas en una casilla de esas de fotos
automáticas. Cuando obtuvo las fotos escribió algo detrás de cada
una de ellas y al llegar a la ciudad, sabiendo de la terquedad de su
hija y habida cuenta de que cuando el orgullo se encuentra con el
hambre el ser humano es capaz de hacer hasta los más vil para ganar
un poco de dinero, fue por todos los clubes nocturnos, bares, hoteles
y sitios de baja reputación, dejando una foto de ella. Hasta que
llegó el momento de regresar a casa… sin haber encontrado a su
hija.
No es necesario abundar en los detalles de las
peripecias por las que debió pasar y afrontar la hermosa y joven
hija. Pero un día, con el corazón destrozado y habiendo vendido su
cuerpo para las prácticas más sucias y deshonrosas, la bella joven
halló en el espejo del baño de un hotel, una de las fotos de su
madre y leyó la inscripción detrás de ella:
“No importa lo que hayas hecho, sin
importar en qué te hayas convertido; vuelve a casa.”
Suficiente para ablandar tan duro corazón. La
joven regresó junto a su madre.
Hay procesos que uno los tiene que afrontar en
soledad. Hay desiertos que uno los tiene que cruzar por sus propios
medios, caminar por las quemantes arenas con sus propios pies.
Moisés estuvo cuarenta años en el desierto y
allí es donde pudo ver la zarza arder y la voz de Dios escuchar.
Quien esto escribe también sabe lo que es estar en medio de un
desierto… en pleno centro de la ciudad. Es que se puede estar en
medio de un desierto en soledad, y hallar la zarza ardiendo y
escuchar la voz de Dios… o se puede caminar, caminar y caminar
trazando círculos sin llegar a ninguna parte.
Hay procesos que son dolorosos, pero algunas
personas no tenemos manera de aprender si no pasamos a través de
ellos en soledad. Leí la historia de la joven hace un par de semanas
atrás y en medio de una tormenta en mi vida y en mi familia. Debo
confesar que fue más que oportuna la lectura y me conmovió. Es que
un día emprendí la partida desde la comunidad en la que lo que
tenía, lo que sabía, lo que era, servía y era de bendición. No
sólo esto, también cada área de mi vida pudo crecer y
desarrollarse. Es decir, había estado en un desierto y cuando hallé
la zarza ardiendo y escuché la voz de Dios hablándome al corazón,
al tiempo decidí que había llegado el momento de buscar “mejores
horizontes” y partir.
Me quedé solo. Nada de lo que intenté
prosperó ni sirvió. Cuando me dí cuenta de que ni mis más
“cercanos” amigos se acuerdan de saludarme para el día de mi
cumpleaños, de que estábamos solos y aislados en medio de una
prueba y sin nadie a quien acudir, entonces, ya no tuve la más
mínima duda de que la raíz de todos nuestros males, era espiritual
y que estaba en el lugar equivocado, transitando las ardientes arenas
de un desierto que no era mi desierto.
Como la joven hija de la historia del
principio, pude ver en algún lugar la foto de una madre y escuchar
el amoroso clamor: “No importa en qué te has convertido, no
importa lo que hayas hecho, VUELVE A CASA.”
AMADA, AMADO: No importa en qué te has
convertido, no importa lo que hayas hecho. Ya no mires atrás, recibe
el perdón de Dios y al abrigo de su infinita GRACIA, REGRESA A
CASA.
“La misericordia le dio al hijo pródigo
una segunda oportunidad. La Gracia le dio una fiesta.” (Max
Lucado)
No importa lo que hayas hecho, no importa en
qué te has convertido. PAPÁ DIOS te espera con sus brazos abiertos.
Dios tenga a bien bendecir tu vida en gran
manera, hoy y cada uno de los días de tu vida.
porque
este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es
hallado. Y comenzaron a regocijarse.
(Lucas
15:24 RV60)
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