Miedo al futuro
Miedo al futuro
Por: Luis Caccia Guerra para
www.devocionaldiario.com
“Al
principio me siento abrumado, y todas las cosas que me hacen feliz
parecen juguetes rotos. Entonces, lentamente y con desgano, poco a
poco, trato de meterme en la forma de pensar que debo tener en todo
momento. Recuerdo que todos esos juguetes jamás debían poseer mi
corazón, que mi verdadero bien está en otro mundo y que el único
tesoro real es Cristo. Y quizás, por la gracia de Dios, tengo éxito,
y por uno o dos días me convierto en una criatura conscientemente
dependiente de Dios y que deriva su fortaleza de las fuentes
correctas. Pero al momento que la amenaza se va, toda mi naturaleza
salta nuevamente a los juguetes.”
(C.S. Lewis. El problema del dolor).
Recuerdo cuando era niño, tuve un juguete que
me gustaba mucho y que con enorme sacrificio me había regalado mamá.
No importa aquí de qué juguete se trataba, lo cierto es que mucho
tiempo lo había deseado. Cada vez que pasaba por el escaparate de la
juguetería me quedaba “pegado” largo rato con la naricita
aplastada contra el cristal mirándolo y mi corazoncito de niño lo
deseaba con ansias. Por mi mente pasaban entonces, intensas y vívidas
escenas y aventuras con el ansiado juguete. En tanto, me imagino que
entre tanta carencia, pobreza, rechazo y abandono, si hay otro
corazoncito que sufría, era el de mi madre que más de una vez habrá
tenido que decidir entre comer ese día o comprarle el juguete al
nene.
Hasta que un buen día, el milagro se dio y ¡el
sueño del juguete tan ansiado por fin se hizo realidad! Pero pronto
comencé a notar que algo no estaba bien con él. Pero lo había
deseado tanto que no importaba nada y continué usándolo así…
hasta que un día, simplemente no resistió más y se hizo pedazos.
Realmente lamenté y sentí mucho la pérdida.
Recuerdo que lo lloré con intenso dolor y tristeza. Pero a mis
jóvenes tan sólo diez años de edad, si algo marcó el evento para
no olvidarlo jamás, no fue tanto el duelo de la pérdida del bien
material, ni siquiera su valor afectivo, cosa que no es poco decir;
sino lo que significó para mí en ese momento. Aquella tarde, entre
lágrimas de dolor, derrota, zozobra e impotencia ante la adversidad
exclamé:
-¡Es que yo no puedo tener nada!
Hoy la escena y el mismo pensamiento afloran
con intensidad en mi mente, como si hubiese sido ayer. Es que pese al
tiempo transcurrido -tal vez poco más de cuarenta años- el mismo
pensamiento y sentir han continuado latentes en mi vida.
Hoy, hay cosas que sueño, ansío, anhelo con
intensidad. Cuando por fin consigo la conquista, todos los cuidados y
precauciones parecen ser insuficientes. Sea lo que sea de que se
trate, intento usarlo lo menos posible, y cuando lo hago, procuro
disfrutar esos breves momentos con la mayor intensidad que puedo,
previendo que no está lejano el día en que voy a tener que dejarlo
ir.
Lo mismo pasa con los sueños dorados de un
gran ministerio, de mi casita propia, de un futuro para mi hija, y de
tantas cosas más que mi corazón anhela con ansias y pasión.
Gruesos nubarrones de tormenta se ciernen sobre ellos.
De las cosas que hoy puedo disfrutar -muy pocas
por cierto- puedo percibir con frecuencia un oscuro futuro o
inclusive ausencia total de él.
Esto lo escribía al mediodía en el cuaderno
de mis notas personales. Hasta que de la mano de Dios y de Joyce
Meyer, llegó esta respuesta:
“Puede que tengas algo cerniéndose sobre
tu futuro que te asusta y te abruma, y te sientes totalmente
inadecuado para poder afrontarlo. Todos tenemos cosas así en la
vida, y sinceramente, no estamos preparados para manejarlo; pero
cuando llegue el mañana, tendremos la gracia que necesitemos para
hacer lo que tengamos que hacer. ¡Una fe que nos permite disfrutar
del presente sin tener temor al mañana! No sé lo que pueda traer el
mañana, pero lo que sí sé por la Palabra de Dios y las
experiencias de la vida, es que tendré suficiente gracia que me
permita manejarlo con éxito, y lo mismo te sucederá a ti.”
(Joyce Meyer - Dios no está enojado contigo).
La
paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da.
No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo.
(Juan
14:27 RV60)
Estas
cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo
tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo.
(Juan
16:33 RV60)
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