Empatía: Un poderoso bálsamo para el espíritu
EMPATÍA: Un poderoso bálsamo para el
espíritu
Por: Luis Caccia Guerra para
www.devocionaldiario.com
“Nuestras mejores obras están tan
manchadas de pecado, que es difícil saber si son buenas obras o
malas obras.” (Charles Spurgeon)
Cuenta esta historia que cierto día se
encontraba el hombre al rayo del sol del mediodía, cortando el
césped en su amplio jardín. Gruesas gotas de transpiración rodaban
por su rostro enrojecido, la fatiga y el calor ardiente hacían
estragos.
En eso, para un momento para descansar, gira
hacia atrás, y allí se encontraba su pequeño hijito levantando
entre sus manitas un generoso vaso con agua fresca y algunos cubitos
de hielo. ¡Se veía deliciosa!
Agradecido le recibió el vaso al niño con una
amplia sonrisa. Pero al tomar el vaso en sus manos, observó que en
su interior flotaban pequeños trocitos de césped recién cortado,
que uno de los cubitos de hielo estaba sucio y que por los costados
del vaso chorreaban gotitas de agua sucia y se deslizaban pequeños
granitos de barro.
Pudo haber tirado el agua, lavado el vaso y
servirse nuevamente agua fresca y limpia. También pudo haber
regañado al niñito por la torpeza o por no prestar atención a los
detalles. Sin embargo, esos dulces ojitos brillando de alegría por
haberle traído ese alivio que tanto necesitaba papito, lo contuvo.
La bella actitud de su tierno angelito le hizo comprender que muchas
veces –más de las que imaginamos, por cierto; muchas más de las
que podemos contar– mal que nos pese, así son nuestros mejores
actos de servicio a nuestro amado Papá Dios. Que servimos a Dios con
todo amor y la alegría y gratitud de ser sus hijos, pero inmersos en
esta naturaleza corrupta heredada de nuestro padre natural Adán. Que
es Dios por su soberana Gracia quien nos hace estar limpios delante
de su presencia.
¡Dios! ¡Qué formidable lección!
Hace unos días, un amado amigo me decía
afligido:
“-No sé qué decirte, no sé qué hacer,
cómo puedo ayudarte.”
No es el primero de mis amados “hermigos”
(“hermanos-amigos”, es que no son amigos, son mis hermanos
adoptivos) que en distintos tiempos y circunstancias han tenido la
transparencia, la sinceridad, el amor genuino, la enorme virtud, la
grandeza de la humildad; de decirme:
"-No sé qué decirte; quiero, pero no sé
cómo ayudarte"
Mostrar así, a corazón abierto, esa tristeza
auténtica, genuina; esa impotencia de no saber qué hacer o cómo
ayudar, más que tan sólo elevar una súplica al cielo y esperar que
Dios obre, como si el problema fuera de ellos.
Amado del Señor que hoy lees estas palabras:
¿sabes cómo se llama eso? EMPATIA.
Ya lo he dicho, y hoy, en medio de tanta
palabra hueca y carente de compromiso, en medio de tanta apatía e
indiferencia indolente e insensible; me permito insistir una vez más
en esto: la empatía es un poderoso bálsamo para el espíritu.
Nunca pude comprenderlo, pero no te das una
idea de qué formidable ayuda resulta ser cuando alguien llora en
silencio hombro a hombro junto contigo y hace suyas tus lágrimas.
Y a la recíproca, cuando ante el infortunio
del otro tal vez no sabes qué decir ni qué hacer, cuando lejos de
tanta oración edulcorada y descomprometida, simplemente tienes la
humildad y la capacidad de llorar con un corazón quebrantado y en
silencio hombro a hombro junto al otro y hacer tuyas sus lágrimas.
Es que cuando el hombre calla, habla la voz de
Dios, habla el idioma del Espíritu. Es la voz de Dios en el
silencio. Es ese cálido y dulce abrazo confortando y trayendo
consuelo.
Es ese oportuno vaso de agua fresca que el nene
traía exuberante de amor por su papá, más allá de toda naturaleza
corrupta, que en la amorosa mirada y la Soberana Gracia de Dios se
revela pura y santa delante de sus ojos.
Porque
Dios me es testigo de cómo os amo a todos vosotros con el entrañable
amor de Jesucristo. Y esto pido en oración, que vuestro amor abunde
aun más y más en ciencia y en todo conocimiento, para que aprobéis
lo mejor, a fin de que seáis sinceros e irreprensibles para el día
de Cristo, llenos de frutos de justicia que son por medio de
Jesucristo, para gloria y alabanza de Dios.
(Filipenses
1:8-11 RV60)
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