Un largo camino de regreso a casa
Por: Luis Caccia Guerra para
www.devocionaldiario.com
“También
dijo: Un
hombre tenía dos hijos;
y el
menor de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte de los bienes
que me corresponde; y les repartió los bienes.
No
muchos días después, juntándolo todo el hijo menor, se fue lejos
a una provincia apartada; y allí desperdició sus bienes viviendo
perdidamente. Y
cuando todo lo hubo malgastado, vino una gran hambre en aquella
provincia, y comenzó a faltarle.
Y fue
y se arrimó a uno de los ciudadanos de aquella tierra, el cual le
envió a su hacienda para que apacentase cerdos.
Y
deseaba llenar su vientre de las algarrobas que comían los cerdos,
pero nadie le daba.
Y
volviendo en sí, dijo: ¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre
tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre!
Me
levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra
el cielo y contra ti.
Ya no
soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus
jornaleros.”
(Lucas
15:11-19 RV60)
Este es uno de los pasajes que más me ha
impactado en las Escrituras. La historia del Hijo Pródigo. Ya he
tenido otras oportunidades de escribir sobre él, y es que el mensaje
que transmite, lo encuentro prácticamente inagotable. Cada vez que
lo leo, cada vez que medito sobre él encuentro algo nuevo, hallo un
mensaje renovado que saca a la luz uno más de esos oscuros rincones
de mi propia vida.
Habiéndolo perdido absolutamente todo, menos,
por cierto, su dignidad de hijo; el hombre decide regresar al hogar
junto a su padre. Podría haber elegido la muerte o el destierro
lejos de su casa, de su hermano, de su padre, de su familia y
desaparecer para siempre.
Sin embargo, en un chispazo de lucidez, en
medio del hedor nauseabundo de un chiquero, vestido con mugrientos
harapos cual manto de corrupción propio de naturaleza caída, por
dignidad; elige la vida. Resuelve emprender un largo y difícil
camino de regreso a casa. No resultaba ser el desafío tanto la
distancia física que tal vez debería recorrer. Era el regreso lo
que lo conmovía.
Haber dilapidado su fortuna en basura, era
prácticamente un detalle menor al lado de la ofensa más grande que
había cometido y por la cual ahora debería enfrentarse a su padre.
Pedir la herencia anticipada al padre, en vida, en aquella época era
considerada una terrible ofensa, tanto como desear la muerte del
padre. No le importaba volver a ser recibido como hijo –aunque lo
era, y si a algo no había renunciado era a su dignidad de hijo, “Me
levantaré e iré a mi padre…” dice
(Lucas 15:8) – sino que aún se conformaba con ser admitido como
uno más de los obreros que trabajaban para su padre y así poder
permanecer cerca de su familia.
“Y
levantándose, vino a su padre. Y cuando aún estaba lejos, lo vio
su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre
su cuello, y le besó.”
(Lucas
15:20 RV60)
En el contexto de ese abrazo apasionado,
nuestra ruina interior puede tal vez parecernos aceptable. Y es que
rápidamente nos acostumbramos a la conducta pasiva de vivir
incómodamente entre escombros, encerrados en nuestra propia tumba y
junto a nosotros enterrados nuestros más caros anhelos y más bellos
sueños. Lo que antes estaba tan mal ahora parece que ya no es tan
malo.
En realidad, falta un trecho considerable por
recorrer; un largo camino de regreso a casa, como el del Hijo Pródigo
de la parábola de Jesús; hasta que por fin nos damos cuenta, de que
si hay algo lindo, aceptable, pero de una belleza indescriptible en
medio de la necrosis y escombros de un alma rota y en ruinas, es nada
más ni nada menos que LA COMPASION DE PARTE DE DIOS QUE DESPIERTA.
Las personas cuyas vidas están comenzando a
resquebrajarse, entienden este lenguaje. Conocen la molestia de
mirarse por dentro sin gustarles lo que ven. (Gordon MacDonald)
No hay arrepentimiento si no hay previamente
quebrantamiento.
No hay quebrantamiento si antes no procede el
discernimiento.
Y el discernimiento viene por el espíritu, que
es el que da convicción de pecado.
Examíname,
oh Dios, y conoce mi corazón;
Pruébame
y conoce mis pensamientos; Y
ve si hay en mí camino de perversidad,
Y
guíame en el camino eterno.
(Salmos
139:23-24 RV60)
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