Cuando Dios irrumpe en nuestras vidas
Por Luis Caccia Guerra para
www.devocionaldiario.com
D.L.Moody escribió:
"El Dr. Andrew Bonar me contó cómo en
el norte de Escocia, las ovejas se descarrían hacia las rocas, hasta
llegar hasta lugares de donde no pueden volver. La hierba de estos
lugares es muy dulce y a las ovejas les gusta, de modo que saltan
tres o cuatro metros, y cuando no pueden regresar, el pastor las
escucha balando y en peligro. Pueden estar allí durante días, hasta
que se comen toda la hierba. El pastor espera hasta que están tan
débiles que no pueden permanecer de pie y entonces ata una soga
alrededor de él y se lanza a rescatarlas de las garras de la
muerte.”
¿Por qué no baja a buscarlas apenas llegan a
ese lugar? Los pastores las conocen muy bien: son tan tontas que al
llegar el pastor se arrojarían al precipicio y se matarían.
No puedo evitar ver un asombroso parecido entre
las ovejitas de D.L. Moody y mi propia vida. Unas cuantas veces me he
metido en problemas. Digo, no situaciones reñidas con la ley ni con
las autoridades, pero sí decisiones mal tomadas, esas pequeñas
licencias que nos tomamos, desobediencias deliberadas atraído por
el agradable sabor de las dulces pasturas del pecado que al principio
saben a miel, pero que a la larga se van enquistando en el alma como
hábitos de vida y finalmente se convierten en una espiral
descendente de vicio destructivo liberando las peores notas de un
intenso sabor a hiel.
A veces, cuando nos hallamos en esas
situaciones límite, Dios parece tardarse siglos en irrumpir en
nuestras vidas. Pero lo cierto es que se trata nada más ni nada
menos que de Dios, no de ese súper-héroe de comics que viene
volando al rescate cuando alguien se encuentra en peligro clamando
por socorro.
Dios irrumpe en nuestras vidas cuando los
amigos se han ido y el frío de la soledad hace estragos; cuando el
callejón sin salida de una vida rota nos muestra a las claras que ya
no hay más hacia dónde ir; cuando ya no hay más fuerzas para
seguir luchando y tratando de salvarnos a nosotros mismos; cuando el
quebrantamiento es total, cuando la rendición es incondicional,
cuando estamos entregados, tan débiles como las ovejitas de Moody y
sin otra cosa que hacer, más que abandonar mansamente los despojos
de lo que una vez fue nuestra vida en las dulces manos del Salvador…
para que nos rescate como El tenga a bien hacerlo, mas no como
nosotros pretendemos que lo haga.
Hoy ya hacen casi treinta y cinco años desde
aquél día en que siendo un joven ateo y sin proyectos de vida, me
rendí ante su presencia. Lo recuerdo como si fuera ayer, no obstante
tener que haberme rendido una y otra vez más en el transcurso de
todos esos años. Me asombra el hecho de invitarle a vivir en mi
corazón, de abrir esa puerta para que El entre y venga a morar en mi
vida. Ver mi interior con los ojos de Dios no resulta ser cosa fácil
ni mucho menos agradable… Pues bien, esa es la clase de interior
que Jesús visita, espera que abramos, en el que viene a morar y
aguarda que le entreguemos.
Después de todo, no solo eligió cómo se iba
a llamar, el día, la hora y el lugar donde iba a nacer en un remoto
confín del imperio, sino que también eligió un pesebre para
irrumpir en la historia de este mundo.
Nada le impide entonces, aguardar a la puerta
de un corazón como el mío, como el tuyo, para venir a morar, para
que Su Poderosa Presencia irrumpa en nuestras vidas para traer luz en
medio de la oscuridad, para rescatar lo que estaba perdido, para
traer sanidad y restauración sobre lo que estaba enfermo y corrupto.
He
aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la
puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo.
(Apocalipsis
3:20 RV60)
Haya,
pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús,
el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios
como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando
forma de siervo, hecho semejante a los hombres;
(Filipenses
2:5-7 RV60)
¿O
ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual
está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?
Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios
en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios.
(1
Corintios 6:19-20 RV60)
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