Hazte cargo de lo mío, que yo me hago cargo de lo tuyo
Por: Luis Caccia Guerra para
www.devocionaldiario.com
Hace poco escuché esta declaración: “Señor,
hazte cargo de lo mío, que yo me hago cargo de lo tuyo”.
Lo que quería decir, es algo así como:
“Señor, te entrego mis problemas en tus manos para que tú te
ocupes de ellos, y yo me ocupo de tu obra.” Bien intencionado.
Parecía “sonar” bien. En un principio me gustó el
“intercambio”… hasta que en medio de una de esas intensas
meditaciones a solas con el Señor, comencé a percibir que algo no
estaba bien, que algo no encajaba.
Y es que el autor de la reflexión original, en
esas mismas palabras, lo que había querido decir, en realidad, tenía
un sentido diferente. Lo que estaba proponiendo era un cambio de
sentido de la exteriorización de la situación delante de Dios. No
se trataba de un intercambio, sino de focalizarse más en Dios y
menos en tus problemas. Darte la vuelta, encarar; enfrentar cara a
cara el problema, dejar de mostrarle a Dios cuán grande es tu
problema para declararle a tu problema cuán grande es Dios.
Libre con mentalidad de esclavo vs. libre con
mentalidad de libre. Cuando entre fines del siglo XVIII y principios
del XIX los movimientos anti-esclavitud tomaron forma y en diversos
países comenzaron a dictarse leyes y normativas a favor de la
abolición de la esclavitud, muchos esclavos recibieron su libertad.
Sin embargo, hubo quienes a pesar de ser personas legalmente libres,
tuvieron la opción de continuar trabajando en donde habían
permanecido toda su vida como esclavos. Ahora se les pagaba un
salario, tal vez gozaban de mejores condiciones laborales, pero no
conocían otra cosa y prefirieron continuar al servicio de quienes
toda su vida habían sido sus amos.
Unos cuantos miles de años atrás, el pueblo
de Israel cuando fue liberado de la esclavitud de Egipto, tuvo que
afrontar situaciones en el desierto, cuyo origen fue exactamente el
mismo. Es lo que hace la diferencia entre un liberado con mentalidad
de esclavo o un ser libre con mentalidad de libre.
Y es que podemos pasarnos toda una vida
aferrados a las piernas de Papá Celestial llorando y clamando por
nuestros dolores y angustias sin respuesta alguna, o tal vez podamos
ponernos de pie, clamar por más fe y asidos de su mano, en el Poder
de Dios ofrecerle batalla a nuestras dificultades.
Pero aquí no hablamos de nuestra propia fe ni
de lo fuerte que podamos ser capaces de permanecer tomados de su
mano. No son nuestras fuerzas; nuestras fuerzas son limitadas y
aflojan “¿… no habéis podido velar conmigo una hora?...”
(Mateo 26:40 y 41). No es nuestra fe; nuestra fe de seres humanos es
fluctuante “¿Por qué teméis, hombres de poca fe?”
(Mateo 8: 25 y 26). Es en SUS FUERZAS, mas no en las nuestras.
Es EN ESA FE QUE EL NOS INFUNDE, mas no en la propia nuestra.
Toda vez que Nuestro amado Señor está dispuesto a reaccionar en
nuestro favor ante el más mínimo destello de fe auténtica,
genuina.
Dijeron
los apóstoles al Señor: Auméntanos la fe.
(Lucas
17:5 RV60)
Y
de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues
qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu
mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles.
(Romanos
8:26 RV60)
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