Restaurando relaciones rotas
Por: Luis Caccia Guerra para www.devocionaldiario.com
Hubo un año en nuestro hogar en el cual comenzaron a
deteriorarse algunos electrodomésticos. Esto es normal, los componentes tienen
un tiempo de servicio limitado. Algunos más, otros menos; dependiendo de su
calidad constructiva, del trato que tengan y del uso más o menos intensivo que
se les dé, pero a la larga o a la corta, siempre terminan rompiéndose, llegan
al término de su “vida” útil. Algunas cosas tienen repuestos o refacciones como
le llaman en algunos lugares de habla hispana, reparación decimos nosotros;
otras, definitivamente no. Pero lo malo en nuestro caso es que a medida que se
iban rompiendo los artefactos, ni siquiera hacíamos el intento de repararlos;
los apartábamos a un lado para que no molestaran y simplemente dejábamos de
usarlos.
Cuando por fin, luego de casi un año y cuando las roturas
se acumulaban, pude comenzar a salir de ese letargo y emprender la reparación
de los artefactos rotos. Ha pasado el tiempo y aún estoy en ese proceso, pero
ya quedan menos. Lentamente cada artefacto ha comenzado a tomar su servicio
nuevamente y disfrutamos de sus beneficios. Lamentablemente había cosas muy
viejas que según el técnico, ya no tenían repuestos ni reparación, por lo que
no hubo más remedio que descartarlas y buscar las alternativas de su
reemplazo.
Pero una de nuestras oraciones en familia, fue no
solamente un “Gracias” por habernos dado el dinero, los medios y haber dado con
personal técnico de confianza para la reparación, sino también un “…y
ayúdanos a restaurar, a reparar las relaciones rotas.” En realidad, no
sé por qué lo dije en ese momento en oración, pero quedó así cada vez que damos
las gracias por la reparación de algo en casa.
Ya en alguna oportunidad, encontré que –por lo menos en
el caso de quien esto escribe– la raíz
de ese mal hábito de no intentar reparar las cosas era algo más profunda de lo
que parecía ser. Y es que para reparar algo, a veces podemos hacerlo nosotros mismos y por nuestros propios medios,
pero las cosas se complican cuando ya no sabemos cómo hacerlo y el asunto se
escapa de nuestras manos y control. Hay cosas en las que irremediablemente
se debe consultar con los que saben. Si ya me costó ir con un electrodoméstico
al técnico, imagínense lo que resulta ser
concurrir al médico o peor aún; cargar conmigo mismo, desnudar el alma,
exteriorizar este corazón roto ante un consejero u otra persona…
Dios dice que “… el
Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad;
pues qué hemos de pedir como conviene,
no lo sabemos, pero el Espíritu
mismo intercede por nosotros…”
(Romanos 8:26). Y evidentemente, Dios tenía más planes conmigo a partir
de aquella oración. Comenzó a poner gente en mi camino, amados hermanos a los
que años atrás en mi torpeza y liviandad hice mucho daño. Las relaciones habían
permanecido rotas durante todo el tiempo. Muchos soles se pusieron sobre nuestro enojo
(Efesios 4:26), veinticinco años en uno de los casos.
Unas cuantas veces he dicho que no me ha sido posible
echar raíces en ninguna iglesia. Pero parece que eso ha sido hasta hoy. Porque
creer que Dios ya me había descartado por inservible, que ya no tenía repuestos
ni reparación posible; me hizo retornar a la Iglesia en la que Dios había
fijado mi destino. Ello a su vez, hizo que pudiera acceder a un evento en el
que hallé a esas personas y pude finalmente hablar con ellas cara a cara, reconocer
mi culpa y con humildad y quebranto de corazón, pedir su perdón. No hubiera sido posible de otro modo, no
había otro camino que ese.
Dios ya nos había perdonado, y ya había puesto en el
corazón de esos hermanos perdonarme a mí, aunque yo no lo sabía. Pero recibir
el perdón de esos hermanos liberó mi corazón de esa carga.
Confesaos vuestras ofensas unos
a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados. La oración eficaz del justo puede mucho.
(Santiago 5:16 RV60)
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