Fuego en el corazón
Por: Luis Caccia Guerra para www.devocionaldiario.com
Hace algo más de un mes atrás, envié un mail a uno de los
pastores de la iglesia donde me estuve congregando por los últimos ocho o nueve
meses. En dos líneas, en forma respetuosa pero tajante, le decía que ya no
continuaría congregándome en su iglesia y que ya no quería saber más nada con
ninguna iglesia. Y en ese momento era muy sincero con lo que decía. Un
torbellino mezcla de temor, desesperanza, frustración, resentimientos no
digeridos, se arremolinaba en torno del corazón.
No hubo respuesta alguna. Hasta que Dios nos puso
nuevamente en el camino. Un curso de capacitación para profesionales y
especialistas en recursos humanos hizo que nos volviéramos a encontrar y poder
acordar una próxima reunión informal. Finalmente, concretamos nuestro
encuentro. Unas tres horas de conversación sirvieron para sincerar posiciones,
exponer causas, dolores y alegrías, victorias y derrotas. Evidentemente mi mail
había generado preocupación, pero hubo alivio al saber que nuevamente estaba
congregándome donde Dios había fijado mi destino.
Pero lo grande de todo esto, es que en esos dos o tres
meses en los que estuve sin poder asistir a ninguna iglesia, Dios estuvo
hablando a mi corazón. Me inquietaba el no poder ver un horizonte en mi vida y
en la de mi familia. Me sentía fracasado y derrotado no sólo en mis propios
asuntos, sino también como padre y esposo; sin poder establecer un rumbo ni
vislumbrar un futuro para nuestras vidas. La frustración por los sueños rotos y
no concretados, había ganado terreno sobre la fe y la esperanza. Pocas veces me
he sentido así, solitario, vacío, sin contención y bajo la opresión de la
derrota, con el alma hecha pedazos, sin proyectos ni un futuro por delante.
“Porque donde están
dos o tres congregados en mi nombre,
allí estoy yo en medio de ellos” dice el Señor (Mateo 18:20). “Donde hay una ovejita suelta, solitaria y
sin pastor, allí estoy yo al lado de ella” dice Satán.
Estuve a punto de tirar todo por la borda. Ya nada tenía
sentido ni razón de ser. Todo mi pequeño mundito se derrumbaba estrepitosamente
a mi alrededor. Otra vez el rostro de Dios se había apartado de mí. Otra vez me
sentía solo, triste desdichado, inservible y desechado. Fue entonces, cuando comencé a caer en la
cuenta de que hubo un solo lugar y una sola época donde y cuando no fui feliz,
pero hubo prosperidad y mucha bendición. Lo que sé, lo que hago, lo que tengo y
todo mi ser, más allá de mis limitaciones, independientemente de los hombres y
de las circunstancias, fue de utilidad y Dios lo había prosperado. Esa noche,
en mi desesperación clamé a Dios por perdón y tan pronto llegué a casa, escribí
un mail a mi antiguo pastor. “Me equivoqué”, le dije; “lo siento”, agregué.
“¿Puedo volver?” rematé. Esa noche, mi celular registraba una llamada que no
pude atender, de un teléfono cuyo número ya había borrado hacía tiempo. Y un
mensaje anunciaba de quién era; “¡Por supuesto que puedes volver!,” decía.
Ese domingo fui recibido con gran alegría por quienes habían
visto en este siervo algo útil para Dios. Pero ese día pude ver con claridad
que había un fuego en mi corazón irresistible, incontenible, que no podía
controlar. Algo ardía en forma abrasadora quemándome en el medio del alma sin
que mi pecado, mi terquedad, mis resentimientos, mis frustraciones y ni mi
propia desesperanza pudieran hacer nada para ponerle límites.
Es entonces cuando se hizo tan tangible y evidente ante
mí, la más certera de las realidades: que Dios definitivamente ESTA AHÍ y que
ese fuego que arde en tu corazón proviene de Dios y te impulsa hacia el destino
por El trazado.
Nada sé sobre el futuro. No tengo manera de saber cuánto
tiempo más permaneceré allí, pero sí sé que ya no depende de mí, sino de El; y
que prefiero las cachetadas del ministerio y no las del vientre del gran pez de
Jonás.
porque Dios es el que en
vosotros produce así el querer como el hacer,
por su buena voluntad.
(Filipenses 2:13
RV60)
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