Una buena dosis de “Triple C” para un alma triste y solitaria
Por: Luis Caccia Guerra para
www.devocionaldiario.com
No soy de tener muchos “amigos”. Hay personas que tienen
legiones de amigos. Todo el mundo los quiere, todo el mundo los busca, todo el
mundo quiere estar con ellos. Tienen cientos de seguidores en las redes
sociales. Quien esto escribe ni remotamente es así. Justamente todo lo
contrario. En todos los sitios a donde voy generalmente soy de perfil muy bajo,
suelo sentarme en el último asiento del templo a menos que alguien me invite a
hacerlo más adelante. Reservado, a veces muy reservado; tal vez demasiado
reservado para ser más gráfico y directo. Días atrás, venía con uno de mis
amigos luego del culto en el templo donde actualmente asisto. En el corto
trayecto desde el salón hasta la calle, al menos siete personas lo pararon para
saludarlo, mientras que en ese mismo lugar, en ocho meses sólo tres personas
han preguntado mi nombre y excepto dos o tres, el resto ni siquiera sabe que
soy escritor.
Sólo soy capaz de abrir el corazón de la mano de Dios cuando
pongo mis manos en el teclado para escribir, o cuando me siento “en familia”,
rodeado de la gente que quiero y que ya he podido comprobar hasta dónde
realmente me quiere y le importo. Lo cierto es que no tengo planes de que esto
cambie. No le podría decir con sinceridad a nadie “eres mi mejor amigo” porque
en realidad no tengo un “mejor amigo”. Los pocos amigos que tengo son personas
que reúnen un determinado perfil y son todos ellos literalmente mis hermanos
adoptivos.
Sin embargo, a pesar de todo esto, muchas veces mis
exabruptos han llegado a ofenderlos gravemente, inclusive a insultarlos. Como
verás, los cristianos y aún algunos cristianos-escritores también somos capaces
de hacer barbaridades como estas. En algún aspecto, no puedo menos que sentirme
profundamente identificado con el carácter impulsivo y en estado de ebullición de
Pedro, aunque sólo sea en el carácter, el aspecto más negativo de la
personalidad del apóstol. Ciertamente, aunque no con espada, he cortado muchas
orejas en mi vida, y no precisamente de soldados romanos, cosa de la que no
estoy justamente orgulloso. Hay heridas que aún no cierran, duelen y sangran todavía. Desde estas líneas (aunque
ya lo he hecho muchas veces por los canales privados que corresponden) humildemente
les digo: de veras que lo siento en gran manera y ruego su perdón. Sé que
finalmente lo lograré. Aquél que la buena obra comenzó es fiel para terminarla
en el día de Jesucristo (Filipenses 1:6).
Una rápida mirada hacia atrás me permite visualizar cambios
profundos en mi ser. Algunos tal vez no se noten a simple vista. Subyacen muy
en lo profundo del alma, como el brote de la semilla que se abre paso entre las
entrañas de la tierra en busca de la luz para finalmente dar nacimiento a un
nuevo árbol. Ya no soy el mismo de hace diez años. Ya no soy el mismo del año
pasado. ¡Ya no soy el mismo de ayer! ¡Tal vez ni siquiera el mismo de esta
mañana, cuando comencé a escribir esto!
Si algo bueno has visto en mí, eso el Señor y nadie más que
el Señor te lo ha mostrado. Eso indudablemente se lo debo –y se lo debes– al Señor y nada más que al Señor. Estas experiencias,
aún las peores de ellas, más allá de proporcionarme importantes enseñanzas, me
han aportado la ineludible evidencia de ser un verdadero necesitado, indigente
y mendigo de “CCC”. Es lo único, de la mano del poder de Dios, junto con
ingentes cantidades de amor, que ha sido capaz de ablandar este duro corazón.
Valores
clase “CCC” que hoy en día cuesta cada
vez más, no sólo encontrarlos; sino también mucho más ejercitarlos, cultivarlos, desarrollarlos.
“C”
de COMPRENSION, “C” de CONTENCIÓN y “C” de COMUNION.
Cuando el fastidio, la propia ciencia y la intolerancia ceden
su lugar a la empatía al escuchar la confesión de alguien compungido por la
injuria causada al prójimo, eso es Comprensión.
Cuando ves en un alma solitaria y triste, no una carga sino
el testimonio poderoso de un tizón arrebatado del fuego que puede salvar y
rescatar otras almas; cuando no solamente estrechaste con tus brazos, sino que
también lo hiciste con tu corazón y fuiste capaz de fundirte en una sola alma con alguien que
no es tu pariente ni forma parte de tu grupete, eso es Contención.
Cuando viste a alguien solo y apartado en el último banco
del templo y fuiste a sentarte junto a él o ella a leer la Biblia; cuando te
acercaste espontáneamente y le dijiste “¡Bienvenido! ¿Cómo te llamas? ¿Te
sientes bien?” y al terminar el culto no permitiste que se fuera a su casa sin
antes de decirle: “Te esperamos nuevamente por acá”; eso se llama Comunión.
La unidad y fortaleza de una familia, de una iglesia y de un
ejército, sin importar las individualidades, no sólo se encuentra en la
recíproca lealtad entre sus miembros, sino que también básicamente abreva,
cultiva y se nutre de estos mismos valores.
“CCC” de COMPRENSIÓN,
CONTENCION y COMUNIÓN.
Quiero
que sepáis, hermanos, que las cosas que me han sucedido, han redundado más bien para el progreso del
evangelio,
(Filipenses 1:12 RV60)
Volveos
a mi reprensión;
He aquí yo derramaré mi espíritu sobre
vosotros,
Y os haré saber mis palabras.
(Proverbios 1:23 RV60)
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