Dos hombres: dos caras de un mismo mensaje



Por: Luis Caccia Guerra para www.devocionaldiario.com


En el cap. 7 del libro de los Hechos, hallamos a dos hombres con fuego en el corazón rendido en apasionado servicio a su Dios. Dos hombres imitadores de su Dios. Saulo y Esteban.

Desde la antigua época del éxodo, Dios obró maravillas y prodigios en favor del pueblo de Israel, contra sus enemigos. Derrotó las huestes de Faraón sepultándolas bajo el agua, libró la batalla junto a Gedeón con sólo trescientos hombres, derribó los muros de Jericó al son de las trompetas y no perdonó a los enemigos del pueblo de Israel entregándoles en su mano la Tierra Prometida. No es de extrañarse, entonces, que Saulo tuviera un singular y sincero celo por servir a Dios asolando la iglesia, entrando casa por casa arrastrando fuera a hombres y mujeres creyentes y metiéndoles en la cárcel (Hechos 8:3). En su precario entender, la iglesia representaba una tremenda amenaza para la fe y la nación judía, por lo que honestamente estaba absolutamente convencido de que hacía lo correcto delante de los ojos de Dios. Acciones fervorosas, claro está, pero muy lejos de honrar a Dios.

En el mismo capítulo del libro de los Hechos, hallamos también a Esteban. “Persiguieron y mataron a profetas y a quienes anunciaron la venida del Justo, de quien también fueron entregadores y matadores; recibieron la Ley por intermedio de ángeles y aún así no la supieron guardar”, les decía (Hechos 7:52 y 53). Confrontada ante tremenda realidad, la turba se enardeció sobremanera y enfurecida arrojó a Esteban en un sitio fuera de la ciudad y allí lo ejecutó atrozmente a pedradas. Sangre brotó de su cuerpo despedazado, grato olor fragante a perdón y gracia, de su alma. Alguien sabiamente comparó el perdón de Nuestro Amado Señor con la grata e intensa aroma que emana de una rosa recién aplastada. Esa misma clase de olor fragante emanaba del alma de Esteban mientras corría al encuentro de su Señor. “Señor, recibe mi espíritu” oraba instantes antes de morir. “Señor, no les tomes en cuenta este pecado” clamó con su último suspiro al final de su tránsito por esta vida y durmió en la paz del Señor.

Tras esto, sus ropas eran puestas cual trofeo de victoria, a los pies del joven Saulo quien había presenciado la ejecución y consentía su muerte. Dos hombres, dos formas de servir a Dios: en el Espíritu y sin el Espíritu de Dios.

Dice la Escritura que tras este penoso evento, se desató una tremenda persecución contra los cristianos. Muchas veces el posterior encuentro de Saulo con el Señor y su dramática conversión en el apóstol Pablo, eclipsa nuestra atención respecto del entorno inmediato. Lo que Saulo y demás hicieron con constancia, macabra prolijidad y precisión militar, en lugar de destruirla, le hizo un favor a la Iglesia. Dios usó la adversidad creada por estos hombres para expandir el Evangelio más lejos y más rápido.

Dos hombres, dos caras de un mismo mensaje. Los cristianos muchas veces nos encontramos pretendiendo servir a Dios en la certeza de que estamos en lo correcto blandiendo la Espada de Verdad pero dejando almas rotas y esparcidas por todos lados a lo Saulo; o en el Espíritu con el alma desnuda ante Dios, haciendo morir al hombre para que aflore con poder el Cristo que mora en nosotros.

Es necesario que él crezca,  pero que yo mengüe.
(Juan 3:30 RV60)


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