Hombre de barro
Por Luis Caccia Guerra para www.devocionaldiario.com
“Formó,
pues, El SEÑOR Dios al hombre del polvo de la tierra, …”
(Gen. 2:7a RVR2000)
Hace unos días vino a mi recuerdo uno de esos breves tiempos
felices en medio de la adversidad, cuando niño. Mi madre iba a ayudar a su
hermana quien recientemente había tenido
mellizos y mientras permanecíamos en aquella casa era tiempo de largas horas de
juegos con el hermano mayor, como de mi edad. La hermanita que les seguía aún
era muy pequeña para involucrarse con nosotros. Las vueltas que tiene la vida,
o ¡qué interesante cómo hace Dios las cosas! Hoy esa hermanita melliza recién
nacida de entonces, es ministra de música en una gran iglesia en Buenos Aires y
el otro hermanito mellizo es uno de los pastores en la iglesia a la que
actualmente asisto… Mientras que entre aquél hermano mayor con el que
compartíamos aquellas largas jornadas de juegos y quien esto escribe, por quién
sabe qué circunstancias de la vida hoy existe un abismo y distancia tan grande…
Corrían los últimos años de la década del ’60. En ese
entonces no había Internet, telefonía celular, ni video juegos. La televisión
en mi país aún era en blanco y negro y lo más parecido que había a una
computadora de hoy sólo lo usaba la NASA y los astronautas, que en aquel
entonces aventuraban sus primeros pasos por el espacio cercano al planeta. Tampoco
existían los pañales descartables, por lo que, mientras nuestras madres
trabajaban intensamente en sus quehaceres, para los niños había abundante
espacio para la creatividad y formas de entretenerse. Y nuestro pasatiempo
favorito era ¡jugar con barro!
No es necesario describir el lamentable estado en el que
quedaban ropas, manos, rostros de estos
dos niños felices y completamente despreocupados del mundo que los rodeaba
mientras dejaban correr a rienda suelta ríos de imaginación, creando su propio
mundo del polvo de la tierra.
Desde muy pequeñito, aún no le había conocido, pero sentía
dentro de mi corazón la voz de Dios llamándome. Lejos estaba en aquél ya lejano
entonces de poder imaginar el tremendo significado que ese infantil juego
tendría durante los siguientes años de
mi vida. Uno de mis entretenimientos favoritos era crear personas con el
barro. Para quienes lo veían “desde afuera” eran sólo muñequitos de barro.
Sin embargo, en mis juegos y fantasías a todos y a cada uno
de ellos les dí un nombre y con ello los traje a la vida. Los amaba, me
interesaba por ellos y cuidaba de ellos. Les daba una vida y personalidad. Y
cuando uno se rompía o “moría” lamentaba su pérdida.
En mi infantil vivencia, a los que había creado, los amé les
doté de aliento de vida.¿Y acaso el Señor no hizo exactamente lo mismo con
nosotros?
Formó,
pues, El SEÑOR Dios al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz
aliento de vida; y fue el hombre un alma viviente. (Gen. 2:7 RVR2000)
Hoy siento gran emoción y gozo al pensar en esto. Fui hombre
de barro, sin vida y sin Dios. Hoy, amado Señor, te doy las gracias por la vida
que me diste.
Cuando
veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú compusiste:
¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para
que lo visites? Le has hecho poco menor que los ángeles, y lo coronaste de
gloria y de hermosura. Le hiciste señorear de las obras de tus manos; todo lo
pusiste debajo de sus pies: Ovejas, y bueyes, todo ello; y asimismo las bestias
del campo, las aves de los cielos, y los peces del mar; lo que pasa por los
caminos del mar. Oh DIOS, Señor nuestro, ¡Cuán grande es tu nombre en toda la
tierra!
(Salmos 8:3-9 RV2000)
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