Entre Gerizim y Ebal
Entre
Gerizim
y
Ebal
Por:
Luis Caccia Guerra
Oirás,
pues,
la
voz
de
Jehová
tu
Dios,
y
cumplirás
sus
mandamientos
y
sus
estatutos,
que
yo
te
ordeno
hoy.
Y
mandó
Moisés
al
pueblo
en
aquel
día,
diciendo:
Cuando
hayas
pasado
el
Jordán,
éstos
estarán
sobre
el
monte
Gerizim
para
bendecir
al
pueblo:
Simeón,
Leví,
Judá,
Isacar,
José
y
Benjamín.
Y
éstos
estarán
sobre
el
monte
Ebal
para
pronunciar
la
maldición:
Rubén,
Gad,
Aser,
Zabulón,
Dan
y
Neftalí.
Y
hablarán
los
levitas,
y
dirán
a
todo
varón
de
Israel
en
alta
voz
…
(Deuteronomio
27:10-14 RV60)
Al
transponer
el
río
Jordán
para
entrar
en
la
Tierra
Prometida,
Moisés
por
orden
de
Dios
distribuyó
al
pueblo;
seis
tribus
a
cada
lado,
entre
dos
colinas
ubicadas
en
los
montes
de
Samaria
a
ambos
lados
de
Siquem:
Gerizim
y
Ebal.
En
aquella
memorable
ceremonia,
se
renovaría
el
pacto
con
Dios
y
se
pronunciarían
maldiciones
y
bienaventuranzas.
Las
primeras
desde
Ebal;
las
bendiciones
desde
Gerizim.
Las
maldiciones,
sobre
doce
violaciones
a
la
Ley.
Las
bendiciones
-seis-
(Deut.
28:1-14),
consecuencia
directa
de
la
obediencia
a
Dios.
Y
el
pueblo,
a
la
pronunciación
de
cada
una
de
ellas,
debía
asentir
con
un
“amén”
(así
sea).
En
esta
oportunidad,
Moisés,
uno
de
los
más
formidables
líderes
de
todos
los
tiempos,
pronunciaría
su
último
discurso.
El
no
vivió
sus
últimos
días
sobre
este
mundo
para
entrar
en
la
Tierra
Prometida.
Es
curioso
que
años
después
de
esta
solemne
ceremonia,
donde
el
pueblo
estaba
entregadísimo
en
obediencia
y
devoción
a
Dios;
toda
la
paz,
bienestar
y
bendiciones
de
que
gozaría
como
fruto
de
una
buena
relación
con
el
Altísimo,
caerían
y
vendrían
sobre
Israel
la
enfermedad,
la
derrota,
el
hambre,
la
servidumbre
y
por
último
el
cautiverio
como
consecuencia
de
su
altivez,
idolatría
y
desobediencia.
Con
nosotros
hoy
no
suceden
cosas
muy
diferentes.
Estas
promesas
de
Dios
fueron
en
su
momento,
para
el
pueblo
de
Dios,
Israel.
Hoy,
la
Iglesia
somos
su
pueblo;
por
lo
tanto
son
extensivas
también
a
nosotros,
lo
cual
a
menudo
nos
pone
entre
Gerizim
y
Ebal.
Bien
es
cierto
que
no
podemos
escapar
a
esta
naturaleza
corrupta
heredada
de
nuestro
padre
natural
Adán.
Hasta
nuestro
tan
necesario
respirar
está
inmerso
en
pecado.
Por
lo
cual,
si
de
nosotros
solamente
dependiera,
Dios
ya
no
estaría
junto
a
nosotros.
¿Qué
hace
la
diferencia,
entonces?
Un
corazón
contrito
y
humillado
que
sólo
mira
a
Jesús,
como
fuente
de
toda
pureza,
hermosura,
por
cuya
sangre
y
cruento
sacrificio
en
la
cruz,
fuimos
hechos
aptos
para
estar
ante
la
presencia
de
Dios.
¿cómo
escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande? La
cual, habiendo sido anunciada primeramente por el Señor, nos fue
confirmada por los que oyeron, testificando Dios juntamente con
ellos, con señales y prodigios y diversos milagros y repartimientos
del Espíritu Santo según su voluntad.
(Hebreos
2:3-4 RV60)
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