Phan Thi Kim Phuc. La diferencia entre un ser "quemado" o un ser que "arde"

Phan Thi Kim Phuc-La diferencia entre un ser quemado y un ser que arde
Por: Luis Caccia Guerra para www.mensajesdeanimo.com
Autorizado para ser publicado en: www.laroca-ministerios.com.ar; www.larocaministerios.blogspot.com

Alguien comparó sabiamente el perdón de Nuestro Señor con “la intensa fragancia que emana de una rosa destrozada”.  Y es que cuanto más rotos, los pétalos de una rosa liberan con mayor intensidad su exquisita fragancia. Así sucedió con Nuestro Señor: de su cuerpo destrozado en la cruz del Calvario todavía brota intensamente la fragancia del perdón de Dios para todos nuestros pecados, de una vez y para siempre.

La historia que nos ocupa hoy, tiene alguna relación con esto y ocurrió durante la guerra de Vietnam, en 1972. Phan Thi Kim Phuc, en ese entonces, una niña vietnamita de nueve años, fue alcanzada junto a su familia por bombas de NAPALM arrojadas por soldados estadounidenses sobre su aldea. Con su pequeño y frágil cuerpito quemado,  se despojó rápidamente de sus ropas en llamas y salió corriendo de la pagoda en la que habían buscado refugio. Ese fue el instante que Nick Ut, fotógrafo de AP que se hallaba cubriendo el evento, captó con su cámara. Pero también el reportero tuvo un acto humanitario al auxiliar a Kim y llevarla a un hospital.

Dios tuvo a bien acordarse de la gran acción de Nick y ese año ganó un premio Pulitzer por esa imagen que rápidamente dio la vuelta al mundo.

Muchos años de dolor y sufrimientos vinieron para Kim a partir de aquella terrible jornada. No sólo en lo físico, sino también en lo mental. Fue sometida a numerosas operaciones y había perdido a casi toda su familia.

Sin embargo, años más tarde, tuvo oportunidad de conocer al soldado responsable de la ejecución del ataque contra su aldea del que milagrosamente había salido con vida. Lo abrazó y le ofreció su perdón. Con ese gesto, Kim terminaba así con un infierno de años para ese soldado que cada uno de sus días veía la imagen de esa frágil y desprotegida niñita y escuchaba sus gritos de dolor, mientras corría completamente desnuda huyendo de aquel espantoso ataque.

“Abracé al hombre que me tiró la bomba. La guerra hace que todos seamos víctimas. Yo como niña sufrí, fui una víctima; pero él, que hacía su trabajo como soldado también lo era. Yo tengo dolores físicos, pero él los dolores los lleva en el alma. Creo que los de él son peores que los míos. (...) Al volver de Vietnam él supo lo que me había hecho. Cada  vez que veía mi fotografía tenía pesadillas y escuchaba mis llantos. Se convirtió en un alcohólico. Su vida estaba destrozada.” Reveló Kim a los medios de prensa en un extenso reportaje.

Pero en la vida, en el diario transcurrir, hallamos a personas que por mucho menos de esto, son capaces de odiar toda la vida. Se van hundiendo en una espiral de odio, de rencor que las va quemando, las va consumiendo lentamente.

Almas heridas que van por la vida como perros rabiosos mordiendo e infectando con su mortal virus a quienes encuentran a su alrededor.

Esto es lo que hace la diferencia entre un ser “quemado” y un ser que “arde”. El quemado destila odio, rencor, zozobra. El que arde ilumina el camino a los demás cual antorcha en medio de una oscura noche.
Es muy difícil hacer algo por estas personas a menos que ellas estén dispuestas a hacer algo por sí mismas.

Pero también está en nosotros la capacidad y la decisión de no permitir ser contaminados con su mortal virus: tomar sus palabras y acciones como de quién vienen. O somos seres que arden iluminando el camino a los demás o nos quemamos junto con ellos.

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