En tu dulce presencia, Señor
Cuando uno se mete de lleno en la alabanza, no es sólo cantar “con la voz, y a viva voz” (perdón por el error literario, pero si lo digo de otra forma tal vez no logre hacerme entender).
Muchas veces he hecho esto, pero cuando recibí las felicitaciones del que estaba en la silla de al lado por lo bien que lo hice; y en el culto siguiente comencé a pensar: “¡Pero, qué bien lo estoy haciendo!”… ¡Dios, mío! ¿¡Qué es lo que estoy haciendo!?.
Hace tiempo tuve oportunidad de conocer a un hermano de esos que prefiero evitar. Sólo intercambiar el saludo y las palabras lo más breves posibles, fue más que suficiente para quien esto escribe. Hombre de gran conocimiento de la Biblia, dueño de una excelente cultura general y experiencia muy amplia en unos cuantos rubros... Pero habituado a los comentarios ácidos, irónicos, descalificantes, sutilmente venenosos. Después de proferir alguna de sus “opiniones” lo escuchaba cantar como el tenor que era y que por si fuera poco, también tenía conocimientos de música y canto.
Alguien dijo que a las personas se las conoce más, por lo que dicen de los demás, que por lo que revelan de sí mismas. Y esta no es la excepción. Quien esto escribe, también supo ser en alguna época un vivo retrato, tal cual, de esta persona.
Haber escuchado tan sólo segundos antes una palabra ácida, negativa, sutilmente penetrante y venenosa; y acto seguido procedente de la misma voz y sujeto, la entonación en modo tenor de un cántico escrito para alabanza y Gloria de Nuestro Señor … me reveló súbitamente mi propio error, como quien planta un espejo de cuerpo entero delante de mí.
Si quien esto escribe, inmerso en la condición corrupta heredada de nuestro padre natural Adán, con sus limitaciones humanas, puede sentir esa terrible sensación de desagrado al percibir tan incompatible contraste… no alcanzo a imaginarme lo que siente el Altísimo y Sublime, el que es Santo y Puro; El que escudriña lo profundo de los corazones.
Reconocer mi error y pedir perdón fue parte del proceso. Mostrarme desnudo y desafinado delante de mi Señor es lo que necesitaba. Sólo así funciona. De la afinación no se encarga el instrumento por sí mismo. Lo hace el luthier. Hace unos días no encontraba el tono de quien dirigía las alabanzas… sin embargo, a pesar de sentirme algo contrariado por esta situación, me largué a cantar como podía. No lo hice con vehemencia, sino con sutileza, no para herir con mis desafinaciones los oídos del que estaba al lado mío, a quien verdaderamente no le importaba cómo canto; sino para Dios. Fue entonces, y sólo entonces; cuando pude sentir esa conexión con el resto de la congregación y con la dulce presencia de mi Señor involucrados en genuina adoración. Pronto mi voz se quebrantó y algunas lágrimas asomaron en mis ojos. Esa es la Alabanza, cuando absolutamente TODO TU SER está involucrado en ella, no sólo tu voz ni el aplauso de tus manos.
En tu presencia, Señor; cuando la voz se quebranta, alaba el alma y el espíritu.
…Anunciaré a mis hermanos tu nombre, en medio de la congregación te alabaré.
(Hebreos 2:12 RV2000)
Muchas veces he hecho esto, pero cuando recibí las felicitaciones del que estaba en la silla de al lado por lo bien que lo hice; y en el culto siguiente comencé a pensar: “¡Pero, qué bien lo estoy haciendo!”… ¡Dios, mío! ¿¡Qué es lo que estoy haciendo!?.
Hace tiempo tuve oportunidad de conocer a un hermano de esos que prefiero evitar. Sólo intercambiar el saludo y las palabras lo más breves posibles, fue más que suficiente para quien esto escribe. Hombre de gran conocimiento de la Biblia, dueño de una excelente cultura general y experiencia muy amplia en unos cuantos rubros... Pero habituado a los comentarios ácidos, irónicos, descalificantes, sutilmente venenosos. Después de proferir alguna de sus “opiniones” lo escuchaba cantar como el tenor que era y que por si fuera poco, también tenía conocimientos de música y canto.
Alguien dijo que a las personas se las conoce más, por lo que dicen de los demás, que por lo que revelan de sí mismas. Y esta no es la excepción. Quien esto escribe, también supo ser en alguna época un vivo retrato, tal cual, de esta persona.
Haber escuchado tan sólo segundos antes una palabra ácida, negativa, sutilmente penetrante y venenosa; y acto seguido procedente de la misma voz y sujeto, la entonación en modo tenor de un cántico escrito para alabanza y Gloria de Nuestro Señor … me reveló súbitamente mi propio error, como quien planta un espejo de cuerpo entero delante de mí.
Si quien esto escribe, inmerso en la condición corrupta heredada de nuestro padre natural Adán, con sus limitaciones humanas, puede sentir esa terrible sensación de desagrado al percibir tan incompatible contraste… no alcanzo a imaginarme lo que siente el Altísimo y Sublime, el que es Santo y Puro; El que escudriña lo profundo de los corazones.
Reconocer mi error y pedir perdón fue parte del proceso. Mostrarme desnudo y desafinado delante de mi Señor es lo que necesitaba. Sólo así funciona. De la afinación no se encarga el instrumento por sí mismo. Lo hace el luthier. Hace unos días no encontraba el tono de quien dirigía las alabanzas… sin embargo, a pesar de sentirme algo contrariado por esta situación, me largué a cantar como podía. No lo hice con vehemencia, sino con sutileza, no para herir con mis desafinaciones los oídos del que estaba al lado mío, a quien verdaderamente no le importaba cómo canto; sino para Dios. Fue entonces, y sólo entonces; cuando pude sentir esa conexión con el resto de la congregación y con la dulce presencia de mi Señor involucrados en genuina adoración. Pronto mi voz se quebrantó y algunas lágrimas asomaron en mis ojos. Esa es la Alabanza, cuando absolutamente TODO TU SER está involucrado en ella, no sólo tu voz ni el aplauso de tus manos.
En tu presencia, Señor; cuando la voz se quebranta, alaba el alma y el espíritu.
…Anunciaré a mis hermanos tu nombre, en medio de la congregación te alabaré.
(Hebreos 2:12 RV2000)
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