Milagro de luz II
Por Luis Caccia Guerra para www.devocionaldiario.com
Dice el Evangelio (Marcos 10; Mateo 20 y Lucas 18) que venía Jesús, sus discípulos y una gran multitud junto a ellos saliendo de Jericó; cuando Bartimeo el ciego, sentado junto al camino mendigando, oyó que era Jesús y comenzó a llamarle a viva voz: -¡Jesús, Hijo de David! ¡Ten misericordia de mí!
No podemos saber a ciencia cierta si Bartimeo era ciego de nacimiento o en algún momento de su vida perdió la vista como consecuencia de algún evento desafortunado. Sí sabemos que como ciego, como impedido, no podía valerse por sí mismo y no le quedaba otra opción que vivir en la pobreza y de la caridad de la gente.
Hoy en día una persona no vidente, aún tiene alternativas a pesar de los prejuicios y discriminación que muchas veces tiene que enfrentar, para poder sostenerse con una profesión o un trabajo digno. Pero en aquellos tiempos no era así. A aquellas personas con malformaciones congénitas o discapacidades adquiridas, se las consideraba “castigadas” por el pecado de ellos mismos o de sus padres y se las marginaba como consecuencia de ello.
En esta emotiva escena de la Biblia, hallamos a muchos que suponían tener su vista en las mejores condiciones, reprendiendo a Bartimeo para que callase. Evidentemente sus gritos los incomodaban. Pero Bartimeo, sin poder ver son sus ojos físicos, “lo ve” a Jesús y lo llama como “Hijo de David”. ¡Bienaventurado Bartimeo, que pudiste ver en ese momento lo que una muchedumbre con “visión perfecta” no pudo ver!.
Y entre todo ese gentío agolpándose junto a Jesús, El lo oye y manda llamarlo. ¿Qué le vio, que no tuvieran los otros? Una intensa emoción me invade al momento de escribir estas líneas… Toda vez que me parece hallar aquí a un solo vidente en medio de una multitud de ciegos. El clamor de Bartimeo no sólo llegó a los oídos de Jesús, también llegó a su corazón.
-“Levántate. Ten confianza. Te llama”, le dijeron a Bartimeo quienes fueron enseguida a buscarlo. Y él arrojando inmediatamente su capa se dirigió a Jesús y ya junto a Él, le pide la vista. Le pudo haber pedido una cuantiosa pensión por invalidez que le permitiera vivir cómodamente, o tal vez un séquito de sirvientes que lo ayudasen a valerse los últimos años de su vida con su ceguera… Pero no. “Quiero ver” simplemente le dijo a Jesús.
En la actualidad, un bastón blanco, además de las gafas oscuras, son elementos que identifican públicamente a una persona no vidente. En aquellos tiempos es muy probable que la capa fuera ese distintivo público que pusiera en evidencia a alguien con algún grado de disfuncionalidad física o mental, llámese enfermedad y/o discapacidad.
Puedo ver en esta escena, a dos Bartimeos. El que se encontraba sentado a la orilla del camino con su capa de ciego, viviendo en oscuridad y en la pobreza, conformándose con la caridad que mendigaba; y el Bartimeo que más allá de “oír”, SIENTE la presencia de Jesús; literalmente VE su oportunidad y se lanza en pos de ella contra las reprensiones, el maltrato y la desidia de quienes preferían tirarle una limosna en lugar de verlo valerse por sí mismo.
Cuando Bartimeo arrojó su capa, no sólo estaba abandonando tal vez su única posesión en este mundo; también estaba dejando atrás su ceguera, su impedimento. Estaba revoleando por los aires su bastón blanco y gafas de ciego, dejando atrás nada más ni nada menos que una vida miserable y en tinieblas.
Junto a Bartimeo una multitud que aunque sus ojos podían ver, su corazón vivía en tinieblas, con sus anteojos oscuros y tanteando el camino con su bastón… como en la actualidad.
Pero él, estaba dejando de conformarse con las pequeñas bendiciones provenientes de la caridad de hombres y haciéndose de la victoria en el Poder de Jesús.
Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré. Si me amáis, guardad mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros.
(Juan 14:13-17 RV60)
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