Sal de la tierra
Por: Luis Caccia Guerra para www.devocionaldiario.com
Autorizado para ser publicado en:
www.laroca-ministerios.com.ar; www.larocaministerios.blogspot.com
Había en la India, un comerciante que en su negocio tenía una caja de esas tipo alcancía, para que la gente depositara algún dinero. En ella se podía leer algo así como: “Fondo para la alimentación de las vacas”. Es sabido que en la India, la vaca es un animal sagrado. El dinero recolectado en esa caja estaba destinado justamente a proveer alimentación a las vacas.
Un misionero le preguntó un día al propietario de aquel negocio, qué se hacía por los niños huérfanos. “–Nada”, contestó. –“No tenemos por qué alimentar ni cuidar de esos niños que seguramente están así porque en su vida anterior deben haber hecho algo terrible”. Esto ocurre aún hoy en nuestros días.
Yendo más atrás en el tiempo, hallamos culturas como la de los romanos, que podían disponer de la vida de sus hijos como si fuera de su propiedad y resolver su muerte si así lo consideraban necesario. Si la niña recién nacida no convenía a los intereses de la familia, simplemente se la podía “desechar”. A los niños nacidos con algún grado de discapacidad o malformación también se los “descartaba” abandonándolos a su suerte en medio del campo para que algún animal los devorara.
En una oportunidad, un profesor con quien trabajé en su grupo de investigación, y a quien le presenté el Evangelio, se refirió a Jesús como “un revolucionario” y calificó su mensaje como “una revolución profiláctica”. Con mis jóvenes veinte años no estaba capacitado entonces para entender este aspecto del mensaje de Nuestro Señor, toda vez que es mucho más que eso, por lo cual me causó cierto rechazo.
Hoy, pasados los años, y a la luz de la influencia de Su Palabra en el transcurso de la historia de la humanidad, puedo comprender que además de traer salvación, transformación y vida, el mensaje de Jesús, fue verdaderamente revolucionario. Toda una revolución no sólo conceptual, sino también profiláctica.
La iglesia a través de los tiempos causó un tremendo impacto en la sociedad, cuando se hizo cargo de niños huérfanos, cuidó de los enfermos y moribundos; llevó alivio y consuelo al sufriente, no tuvo miedo de las pestes y al mismo tiempo presentó en sociedad a un Dios completamente diferente a los dioses conocidos por el mundo.
Un Dios que en lugar de exigir sacrificios de niños, fue El mismo quien mandó a su hijo a nacer como un niñito en este mundo, para ser sacrificado en nuestro favor.
Es por eso que la irrupción de la Iglesia de Jesús desde algún lejano confín del imperio, causó el impacto que causó. Con semejante MENSAJE y PODER, SAL de la TIERRA hemos sido LLAMADOS y DOTADOS para ser.
El mensaje del Evangelio trasciende tiempos, épocas, distancias geográficas y culturas. La Iglesia hoy tiene una gran responsabilidad en medio de un mundo que literalmente se cae de a pedazos y se retuerce entre dolores de muerte. El mundo está lleno de gente como el indú con el que comenzamos el presente devocional. No necesariamente tiene que creer en lo que él cree. Tampoco es necesario que viva donde él vive ni piense lo que él piensa. VIVE EN TINIEBLAS, LEJOS DE DIOS.
Vosotros sois [la] sal de la tierra; y si la sal se perdiere su sabor ¿con qué será salada? No vale más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres.
(Mateo 5:13 RV2000)
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Había en la India, un comerciante que en su negocio tenía una caja de esas tipo alcancía, para que la gente depositara algún dinero. En ella se podía leer algo así como: “Fondo para la alimentación de las vacas”. Es sabido que en la India, la vaca es un animal sagrado. El dinero recolectado en esa caja estaba destinado justamente a proveer alimentación a las vacas.
Un misionero le preguntó un día al propietario de aquel negocio, qué se hacía por los niños huérfanos. “–Nada”, contestó. –“No tenemos por qué alimentar ni cuidar de esos niños que seguramente están así porque en su vida anterior deben haber hecho algo terrible”. Esto ocurre aún hoy en nuestros días.
Yendo más atrás en el tiempo, hallamos culturas como la de los romanos, que podían disponer de la vida de sus hijos como si fuera de su propiedad y resolver su muerte si así lo consideraban necesario. Si la niña recién nacida no convenía a los intereses de la familia, simplemente se la podía “desechar”. A los niños nacidos con algún grado de discapacidad o malformación también se los “descartaba” abandonándolos a su suerte en medio del campo para que algún animal los devorara.
En una oportunidad, un profesor con quien trabajé en su grupo de investigación, y a quien le presenté el Evangelio, se refirió a Jesús como “un revolucionario” y calificó su mensaje como “una revolución profiláctica”. Con mis jóvenes veinte años no estaba capacitado entonces para entender este aspecto del mensaje de Nuestro Señor, toda vez que es mucho más que eso, por lo cual me causó cierto rechazo.
Hoy, pasados los años, y a la luz de la influencia de Su Palabra en el transcurso de la historia de la humanidad, puedo comprender que además de traer salvación, transformación y vida, el mensaje de Jesús, fue verdaderamente revolucionario. Toda una revolución no sólo conceptual, sino también profiláctica.
La iglesia a través de los tiempos causó un tremendo impacto en la sociedad, cuando se hizo cargo de niños huérfanos, cuidó de los enfermos y moribundos; llevó alivio y consuelo al sufriente, no tuvo miedo de las pestes y al mismo tiempo presentó en sociedad a un Dios completamente diferente a los dioses conocidos por el mundo.
Un Dios que en lugar de exigir sacrificios de niños, fue El mismo quien mandó a su hijo a nacer como un niñito en este mundo, para ser sacrificado en nuestro favor.
Es por eso que la irrupción de la Iglesia de Jesús desde algún lejano confín del imperio, causó el impacto que causó. Con semejante MENSAJE y PODER, SAL de la TIERRA hemos sido LLAMADOS y DOTADOS para ser.
El mensaje del Evangelio trasciende tiempos, épocas, distancias geográficas y culturas. La Iglesia hoy tiene una gran responsabilidad en medio de un mundo que literalmente se cae de a pedazos y se retuerce entre dolores de muerte. El mundo está lleno de gente como el indú con el que comenzamos el presente devocional. No necesariamente tiene que creer en lo que él cree. Tampoco es necesario que viva donde él vive ni piense lo que él piensa. VIVE EN TINIEBLAS, LEJOS DE DIOS.
Vosotros sois [la] sal de la tierra; y si la sal se perdiere su sabor ¿con qué será salada? No vale más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres.
(Mateo 5:13 RV2000)
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