Creo, por eso a veces dudo
Creo, por eso a veces dudo
Por: Luis Caccia Guerra para http://www.devocionaldiario.com/
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Un amigo pastor tenía una muy particular forma de comunicar las verdades bíblicas. Un día decidió salir con un grupo de evangelistas a llamar casa por casa.
Llamaban a la puerta y cuando eran atendidos tras un breve –muy breve– saludo, encaraban con una preguntita como ésta: “¿Si Ud. muere hoy, a dónde iría su alma?”
¡OOPS!! ¡Menuda pregunta! ¡Imagínense la escena! Una joven madre acaba de llegar a casa, habiendo dejado los niños en el colegio. Alguien llama a la puerta. Atiende y es un joven que tras un breve: -“¡Buenos días!” Le dice algo así como: “Disculpe, ¿Le puedo hacer una pregunta? Si Ud. muere hoy, a dónde cree que iría su ALMA?”.
La joven duda. Es natural que así sea en semejante circunstancia. La realidad es que no lo sabe con certeza. Tras el titubeo, venía la estocada final: “Si Ud. no lo sabe con seguridad, dice la Biblia que el Gran Lago de Fuego… el Infierno… etc. etc. etc.” tras lo cual le presentaban el Plan de Dios para la Salvación.
Generalmente llaman a la puerta para pedirnos o tratar de vendernos algo, pero esta vez es completamente diferente. Hay un joven que sin tener idea del verdadero estrago que está causando su impertinencia, simplemente la está enfrentando “sin anestesia”, sin preparación alguna, con una realidad terrible, eterna, difícil de digerir… Nada más, ni nada menos, la está enfrentando con la posibilidad de morir ¡HOY MISMO! ¡Y como si esto fuera nada, tras ello, irse al mismísimo infierno!
Muchas personas rechazaban abiertamente lo que estos intrépidos evangelistas iban a comunicar. Es que se trata de un mecanismo psicológico común a todos los seres humanos: rechazar o negar cuando se nos enfrenta con una realidad difícil de digerir o que “nos queda demasiado grande”. En cambio, otros, se apresuraban a adquirir su “póliza de seguros” contra la ira venidera y hacían su “profesión de fe express”.
En pocos meses, estos avezados evangelistas le habían arrancado una “profesión de fe para Salvación” a unas seiscientas almas, según ellos.
No es el propósito de quien esto escribe, emitir comentario alguno sobre tan particular método. La realidad objetiva, es que nunca fue necesario, ni en esos meses ni en los siguientes años; ampliar el pequeño templo con capacidad para unas cien personas. Tampoco hizo falta comprar más sillas. Nunca hubo tan sólo cien personas –no seiscientas– agolpándose y pujando por entrar a las puertas del pequeño recinto. Tal vez ese año alguien hizo una profesión de fe a conciencia, con certeza de lo que estaba haciendo. Lo cierto es que esto último no me consta. No lo sé.
Pero más allá de los métodos utilizados, no puedo negar que en la soledad de mi habitación y ya lejos del mundanal ruido, es una realidad que en algún momento me he tenido que plantear. ¿Qué será de mi alma después de “ese día”?
He leído sobre personas de gran devoción y religiosidad, morir entre lágrimas, aterrorizadas y sin esperanza; atormentadas por una inminente eternidad sin saber qué será de ellas cuando traspasen el umbral.
En cambio, he conocido otras que al partir a la eternidad lo han hecho con serenidad, con gozo, con la más absoluta certeza de que “corren al encuentro de su Dios”.
Es de este último lado del que quiero estar. Es que mi fe no es dogmática. No es “creencia” ni “obediencia” ciega a doctrina ni dogma establecidos. Es simplemente FE.
Más allá de todo esto, CREER ES TAMBIÉN PENSAR. Por eso digo que CREO, por eso a veces DUDO.
Si la duda te asalta, simplemente confiésala delante del Señor y pídele al Altísimo tenga a bien brindarte esa seguridad y convicción que necesitas.
Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.
(Romanos 5:8 RV60)
… porque yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día.
(2 Timoteo 1:12 RV60)
Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve.
(Hebreos 11:1 RV60)
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