Vientos de lluvia

Vientos de lluvia

En mi país, una buena parte de los sembradíos y cosechas dependen de la estación lluviosa. Un exceso de lluvias puede malograr una cosecha, pero un año con escasez también puede hacer que se pierdan grandes volúmenes de esfuerzo y de inversión.

En la zona geográfica en la que el Señor me ha dado el privilegio de vivir, a unos pocos kilómetros de la Cordillera de Los Andes y del pico más alto de América, el Aconcagua; la cordillera ofrece un imponente espectáculo. Desde cualquier calle de mi ciudad pueden verse las cumbres de nieves eternas hacia el oeste. Estas cumbres nevadas son precisamente la reserva de agua de la ciudad.

Aquí los sembradíos, predominantemente vid, no dependen de la estación lluviosa, sino del riego artificial. Llueve muy poco en Mendoza, Argentina. Hace poco más de doscientos años, este lugar era una zona desértica. Es la mano del hombre la que lo transformó en un oasis de vida, aprovechando la época del deshielo de las cumbres nevadas y trayendo el agua a través de canales hasta el valle.

Cuando va a llover en la ciudad, a poco menos de mil metros sobre el nivel del mar, la lluvia tiene una muy particular forma de “anunciarse”. Y no es precisamente por el cielo profusamente nublado, sino por una característica brisa que huele a ozono.

Cuando esta fina y fresca brisa se hace presente, ya no quedan dudas de que la siempre necesaria lluvia es inminente.

Con frecuencia, de la Palabra de Dios surge la comparación de la lluvia como una “lluvia de bendiciones desde el cielo”.

Y hoy puedo sentirlo así. El trabajo en obediencia a Nuestro Amado Señor es el que ha ido construyendo los canales, aprovechando “el agua del deshielo”, trayendo el agua hasta el valle. La Gracia y el Poder de Dios tuvo a bien transformar el desierto que fue otrora mi vida, en un oasis de vida.

Pero nada se compara con las lluvias de bendición que vienen de los cielos. Elías había profetizado lluvias en una época de terrible sequía, cuando absolutamente nada hacía presumir que podía llover pronto. Sin embargo, su asistente vio una nube como de la palma de una mano y creyó que eso podía transformarse en la abundante y esperada lluvia (I Reyes 18:44).

Hoy puedo ver en el cielo esa pequeña nubecita. Hoy puedo sentir esa fina y fresca brisa, ese viento de cambio que anuncia la inminente lluvia de bendiciones.

Porque como desciende de los cielos la lluvia y la nieve,  y no vuelve allá,  sino que riega la tierra,  y la hace germinar y producir,  y da semilla al que siembra,  y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca;  no volverá a mí vacía,  sino que hará lo que yo quiero,  y será prosperada en aquello para que la envié.
(Isaías 55:10-11 RV60)

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