CREZCAN EN LA GRACIA Pte.IV-¿Cómo honramos a nuestro Padre si es...?

Por: Diego Brizzio

¿Cómo honramos a nuestro Padre, si es tan, pero tan bondadoso? 

 




Estos domingos hemos estado conociendo que Dios es un Dios de toda gracia, que es muy bondadoso y muy generoso con todos. Hemos visto que cada día que pasa debemos confiar más en esa bondad, y disfrutar de todo el gozo, la paz, la libertad y el amor que esa confianza genera. Hemos visto las muchas y las preciosas manifestaciones de la gracia de Dios. Lo que hoy —en este último mensaje de la serie— veremos es: ¿cómo honramos a nuestro Padre, si es tan, tan bondadoso? Vamos a ver 5 maneras de honrarlo. Veamos la primera:
I.          Leamos este pasaje: “¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? ¡En ninguna manera! … ¿Cómo vamos a vivir aun en el pecado?” (Ro 6.1-2). “Algunas personas que no tienen a Dios se han infiltrado en sus iglesias diciendo que la maravillosa gracia de Dios nos permite llevar una vida inmoral” (Jd 4). En los días del apóstol Pablo, había algunos que pensaban: “—Bueno, si Dios es tan bondadoso, entonces podemos seguir pecando, porque él siempre nos va a perdonar”. Y lamentablemente, esta lógica sigue siendo bastante común, incluso entre muchos de nosotros. ¿No pensamos eso algunas veces nosotros también? Generalmente lo pensamos en el medio de la tentación, cuando vemos el pecado delante de nosotros, y pensamos en todos los “beneficios” o “placeres” que tendremos si desobedecemos a Dios… “Yo sé que copiarse en el examen está mal, pero impedirá que me atrase con el estudio. El Señor es bueno y me va a perdonar”. “Yo sé que deformar la verdad es malo, pero es lo único que me va a sacar del paso ahora. El Señor es bueno y me va a perdonar”.  “Yo sé que la pornografía es mala…” “Yo sé que el chisme es pecado…” “Yo sé que hacer trampas contables es pecado…” “Yo sé que me he casado, y que coquetear o conquistar a otra persona está mal… pero el Señor es bueno y me va a perdonar”. Ese tipo de lógica no viene de un corazón que conoce a un Dios bondadoso y santo, y quiere honrarlo, sino de un corazón lleno de maldad y carnalidad. La gran bondad de Dios jamás es una luz verde para que nosotros sigamos viviendo de un modo que ofende su carácter. Todo lo contrario: si Dios es tan bondadoso, lo honramos viviendo en obediencia. Su bondad debe ser el motor que nos impulse a obedecerlo, debe ser lo que nos cautiva y llena de energía para agradarle. Una de las primeras señales de que alguien está conociendo personalmente, en su corazón, la bondad de Dios, es que obedece cada vez más.
II.         Veamos otra: “Sigue pidiendo y recibirás lo que pides… Si ustedes, gente pecadora, saben dar buenos regalos a sus hijos, cuánto más su Padre celestial dará buenos regalos a quienes le pidan” (Mt 7.7, 11). “Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pueden pedir lo que quieran, ¡y les será concedido!” (Jn 15.7). “Si necesitan sabiduría, pídansela a nuestro generoso Dios, y él se la dará” (Stg 1.5). “Estamos seguros de que él nos oye cada vez que le pedimos algo que le agrada; y como sabemos que él nos oye cuando le hacemos nuestras peticiones, también sabemos que nos dará lo que le pedimos” (1 Jn 5.14-15). Otra manera de honrar a nuestro Padre generoso es pidiéndole con confianza. Si tu papá fuese el mejor repostero de la ciudad, y siempre te ha dicho con dulzura que para todo lo que necesites de repostería, panadería o cocina cuentes con él… ¿se sentiría honrado si todas las semanas vos buscás tus bizcochuelos o tortas en la panadería de la esquina, y todavía pagás una buena cantidad de plata, aunque tu papá te los daría gratuitamente? ¡Yo creo que no se sentiría honrado! Tu papá atento y generoso se sentiría honrado si vos confiás en su amor y ofrecimiento, y le pedís esos productos a él. Igualmente nosotros, hermanos. Nuestro Padre, que es el que todo lo puede, el tierno y generoso, quien nos ha dicho que le pidamos todo, es honrado cuando nosotros le pedimos. ¿Pedirle qué cosa? Pedirle todo lo que necesitamos y deseamos, siempre que sean cosas buenas, siempre que estén encuadradas en su voluntad, en lo que él enseña en su Palabra: poder para dejar el pecado. Tratar mejor al cónyuge. Ser más cariñoso. Mejorar la vida de intimidad. Ser más cariñoso con los hijos. Ser mejores trabajadores, empleados, jefes. La conversión o la restauración de nuestros familiares. El poder para servir a Dios… cientos de cosas más. Dios quiere que le pidamos todo esto con confianza, seguros de su bondad. Dice Hebreos 4.16: “Así que acerquémonos con toda confianza al trono de la gracia de nuestro Dios. Allí… encontraremos la gracia que nos ayudará cuando más la necesitemos”. Mientras más confiadamente le pidamos todas estas cosas buenas, más se glorifica Dios, porque lo estamos viendo como bueno, como proveedor, como poderoso… ¡Y así es él! Por eso se glorifica. Pero, cuando nosotros no le pedimos a Dios con confianza las cosas buenas que él enseña en su Palabra, algo anda mal. Puede estar pasando una de tres cosas: (1) o desconocemos su bondad (y pensamos que se fastidia, o se enoja, o que lo molestamos); o (2) somos autosuficientes, y creemos que nosotros podemos solos; o (3) no queremos las cosas buenas que él quiere. En los tres casos estamos en problema, y tenemos que confesarlo y pedir ayuda. Hermanos, puesto que Dios es tan bondadoso, debemos vivir pidiendo confiadamente.
III.        “De gracia recibisteis, dad de gracia (Mt 10.8). “Sed, pues, misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso” (Lc 6.36). Otra manera de honrar a nuestro Padre generoso es relacionándonos con bondad. Así como todo hijito imita a sus padres, también nosotros debemos imitar a nuestro Padre en su bondad y generosidad, particularmente en las relaciones personales. Por ejemplo: (1) cuando hablamos con la gente debemos hacerlo de tal modo que se note la bondad de Dios. Así hablaba Cristo. Dice que todos… estaban maravillados de las palabras de gracia que salían de” su boca (Lc 4.22). Por eso Pablo dice: “Eviten toda conversación obscena. Por el contrario, que sus palabras contribuyan a la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes” (Ef 4.29). Deberíamos hablar de tal modo que deje algo bueno y generoso en la persona que oye, algo que realmente procure su bien. Eso es hablar con gracia. (2) Cuando saludamos a las personas, debemos desearles el bien, o invocar a Dios para su bien. Los apóstoles comenzaban y terminaban casi todas sus cartas diciendo: “Que la gracia de Dios sea con ustedes”. O sea: “Que Dios te muestre toda su bondad”. ¡Qué lindo saludo! Cada vez que nos despedimos de mi suegro, saliendo de San Juan, él ora por nosotros encomendándonos a la gracia de Dios. (3) Cuando ofrendamos para ayudar a alguien, deberíamos ser bondadosos y generosos, mostrar gracia. Dice Pablo: Quiero que ustedes, corintios, “sobresalgan en este acto bondadoso de ofrendar [en esta gracia]… Porque ustedes conocen la bondad generosa de nuestro Señor Jesucristo [su gracia]” (2 Co 7.7, 9). (4) Cuando pensamos en la gente mala, o nos relacionamos con ella, debemos orar por su bien y tratarla bien: ¡Ora por los que te persiguen! De esa manera, estarás actuando como verdadero hijo de tu Padre” (Mt 5.44-45). Amad a vuestros enemigos, y haced bien, y prestad, no esperando de ello nada… y seréis hijos del Altísimo; porque él es benigno para con los ingratos y malos” (Lc 6.35). (5) Cuando alguien peca, también debemos ser bondadosos, pacientes, perdonadores. Eso no significa en todos los casos dejarlo sin palabras de corrección. Significa no aplicar la Ley para sentenciarlo, para hacerle sentir el peso de la justicia; no ser severos, duros, condenadores. Dice: No condenen a otros, para que no se vuelva en su contra. Perdonen a otros, y ustedes serán perdonados.  Den, y recibirán. Lo que den a otros les será devuelto por completo: apretado, sacudido para que haya lugar para más, desbordante y derramado sobre el regazo. La cantidad que den determinará la cantidad que recibirán a cambio” (Lc 6.37-38).
Mientras más bondadosamente nos relacionarnos con otros, más imitamos y reflejamos a Dios. Otros podrán tener una idea de cómo es Él, y podrán sentirse atraídos hacia Él.
IV.       “Ellos conocieron a Dios, pero no quisieron adorarlo como Dios ni darle gracias” (Ro 1.21). “Que haya una actitud de agradecimiento a Dios… den gracias por todo a Dios el Padre en el nombre de nuestro Señor Jesucristo” (Ef 5.4, 20; Fil 4.6; Col 2.7; 3.17; 4.2; 1 Ts 5.18). Otra manera de honrar a nuestro generoso Padre es dándole gracias en todo. Si todo en nuestra vida es por la gracia de Dios, entonces debemos cultivar la gratitud y la acción de gracias. Cuando doy gracias a Dios por algo, reconozco que eso ha sido, es o será para mi bien, favorable, beneficioso; y reconozco que, a final de cuentas, no es algo que yo haya producido por mi poder, ni algo que yo haya merecido, sino que él lo ha enviado, y que es gratuito o inmerecido… o sea, fruto de su bondad. Dice la Biblia que, cuando realmente confiamos en la bondad de Dios, le damos gracias por todo, porque sabemos que todo es permitido o hecho por él para nuestro bien, para que avancemos en el parecido con Jesús. Así que, debemos dar gracias a Dios por la vida, por la poca o mucha salud que tenemos, por los pocos o muchos alimentos que tenemos, la familia, la ropa, el techo, los amigos, Jesucristo, el perdón de los pecados, la iglesia… e incluso por las situaciones preocupantes y dolorosas que pasamos. Al principio, nos va a costar un poco, porque nuestro corazón no está acostumbrado a reconocer a Dios, pero después de varias semanas de ejercicio, nuestro corazón podrá aprenderlo.
Cuando por algo no agradecemos, en nuestro corazón estamos suponiendo una de tres cosas: (1) o que lo hemos logrado con nuestro poder (lo cual es autosuficiencia), (2) o que lo merecemos (lo cual es jactancia), (3) o que Dios se está equivocando o es injusto con lo que está haciendo (lo cual es desconfianza). Hermanos queridos, puesto que Dios es un Dios de toda gracia, demos gracias en todo.
V.        “Nos predestinó para ser adoptados como hijos suyos… para que alabemos su gloriosa gracia” (Ef 1.6). La última manera de honrar a nuestro Padre bondadoso es Alabando su gracia. La gracia de Dios —como ya dijimos— es la unión de su infinita bondad con su infinita generosidad, y este pasaje dice que es gloriosa. Gloriosa quiere decir que, cuando se percibe, literalmente maravilla el alma, deleita el corazón; que no hay nada en la experiencia humana que cause un regocijo más dulce y satisfactorio. Bueno, Dios quiere que nosotros alabemos esa gracia, que expresemos cuán bella es, que publiquemos cuánto realmente maravilla el alma. ¡Él quiere que se haga viral, que sea difundida, divulgada, para atraer al mundo hacia él, para beneficiar a otros! Este mundo está necesitado de la gracia de Dios, y nosotros somos los encargados de publicar que está al alcance de él.
Ahora bien, esa alabanza de su gracia no es algo que tengamos que fabricar o fingir. ¡Nunca se nos ocurra! Callar sería injusticia, pero fingir sería hipocresía. ¡Tenemos que alabarla, sí, pero hacerlo genuinamente, sinceramente, desde el corazón! Entonces, para alabarla, primero tengo que percibirla, confiar en ella. Para percibirla, el Espíritu tiene que abrirme los ojos del corazón. Para que el Espíritu me abra los ojos, tengo que disponerme a buscar a Dios, leyendo la Palabra, con tiempo, en silencio y en humildad. El siguiente gráfico ilustra la “mecánica espiritual” de la alabanza.

 



Que Dios nos ayude a buscarlo, que abra nuestros ojos para sentir la admiración por él, y nos impulse a expresarla de múltiples maneras.
Así creceremos en la gracia.
Imagen: by Diego Brizzio

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