COMO BRINDAR UNA GENUINA AYUDA FRATERNAL
Cuando nos reunimos como Iglesia
Cómo brindar una genuina ayuda fraternal
Síntesis del mensaje compartido por el Pastor Diego Brizzio el 03/09/2017
Iglesia Cristiana Evangélica “Sígueme”
En la reunión
del domingo, en la iglesia que se hace llamar “Tales como Cristo”, sucedió
esto: öla hermana Florencia le contó al
hermano Juan que esa noche no tenía nada para comer. Juan le dijo: “Eso debe
ser duro, hermana”. Y se subió a su 0 km y se fue. öMientras
tanto, el hermano Mateo se acercó al maestro Felipe y le pidió que le explicara
un versículo bíblico, pero Felipe le dijo: “Ahora no tengo tiempo”. öA la vez,
Juana compartió en una ronda que su papá estaba muy enfermo, y que ella estaba
muy cansada y triste, pero nadie la animó, ni oró con ella, ni se ofreció para
ayudarla. ¿Qué le está faltando a las reuniones de la iglesia “Tales como
Cristo”? … Le está faltando lo que la iglesia de Jerusalén tenía, según Hch
2.41-45; 4.32, 34-35.
Cuando se reunían
como iglesia, estos hermanos de Jerusalén tenían lo que a la iglesia “Tales
como Cristo” le falta: una genuina ayuda fraternal. Cuando nos reunimos, hermanos,
no sólo debemos hacer lo que hemos visto los domingos anteriores (exponer y recibir
la Palabra de Dios, y participar del pan y del vino, y orar, y alabar al Señor…),
sino también ayudarnos mutuamente. La pregunta es: ¿Cómo podemos ayudarnos mutuamente?
Eso es lo que vamos a ver en esta ocasión…
Cómo brindar una genuina ayuda fraternal
Veamos cuatro
claves:
I.
Fijémonos en 2.44: ¿quiénes eran los que se
ayudaban mutuamente? … En el texto original del idioma griego hay un participio
presente. La Biblia Textual lo traduce muy bien así: “Todos los que creían”, “todos los que permanecían
creyendo”. Es decir que los que se ayudaban mutuamente eran “los que se mantenían con la fe encendida”.
¿Y en qué permanecían creyendo? … En lo que había predicado Pedro, en las
enseñanzas de los apóstoles; es decir, en la Palabra de Dios, comenzando por el
evangelio de Cristo. Hermanos, aquí tenemos la primera clave de cómo brindar
una genuina ayuda fraternal cuando nos reunimos como iglesia (y en cualquier
otro momento): Manteniendo
encendida nuestra fe por la Palabra. Para permanecer ayudándonos genuinamente,
necesitamos una fe continuamente encendida, y para que nuestra fe se mantenga siempre
encendida, necesitamos contactos diarios con la Palabra de Dios (comenzando por
el evangelio). Vamos a decir que la Palabra de Dios es como el combustible; que
la fe es como el motor encendido por ese combustible; y que la ayuda mutua es como
el movimiento o el funcionamiento originado por ese motor. No podemos
permanecer en movimiento o funcionamiento (ayudándonos), si nuestro motor no
permanece encendido (si nuestra fe no permanece activada), y nuestro motor no
puede permanecer encendido, a menos que siempre tenga combustible (siempre
leamos o escuchemos la Palabra).
Ciertamente necesitamos seguir escuchando y leyendo
la Palabra de Dios, el evangelio de Dios, la verdad de Dios: öla verdad de
que Dios actuó con amor, entregando a su Hijo unigénito; öla verdad de
que el Hijo de Dios actuó con favor, entregándose en
nuestro lugar; öla verdad de que Dios actuó con
infinita gracia, dándonos perdón cuando merecíamos condenación; öla verdad de
que Dios actuó con compasión, rescatándonos de la ruina y la miseria; öla verdad de
que Dios actuó con benignidad, adoptándonos como sus hijos; öla verdad de
que Dios actuó con generosidad, haciéndonos sus herederos; öla verdad de
que Dios satisface, öde que Dios es
suficiente… Necesitamos seguir
leyendo y escuchando esas verdades y todas las demás, porque son el combustible
para nuestra fe.
Ahora bien, también necesitamos que al leer esas
verdades nuestra fe sea efectivamente encendida por el Espíritu Santo. La fe no
es sólo saber que algo sucedió; no es sólo haberme enterado y estar de acuerdo.
La fe es más bien una certeza lúcida, una convicción clara y viva, una confianza
profunda, una satisfacción plena. Y esa certeza o convicción no es sólo un evento
inicial y pasado, sino que también debe ser un estado, una condición, una
experiencia permanente del alma. No podemos conformarnos con decir: “—Yo creí”.
Debemos poder decir: “—Yo creo. Mi fe sigue encendida”. Y para poder decir eso necesitamos que, al leer las verdades de la
Palabra, el Espíritu nos encienda la fe.
Inmediatamente, apenas el Espíritu nos enciende la
fe por la Palabra de Dios, se pone en movimiento la ayuda mutua. Cuando el
Espíritu activa esa confianza profunda en que con nosotros Dios actuó —y actúa—
con amor, favor, gracia, compasión y generosidad, espontáneamente queremos
actuar también nosotros de esa manera, imitarlo, reflejarlo, ayudar, beneficiar
a otros, a fin de que ellos vean algo de Dios y se acerquen más a Él.
Hermanos, si no nos mantenemos en contacto con la
Palabra de Dios, la fe no será encendida, y entonces no habrá ayuda mutua
genuina; no habrá nada de lo que veremos en el resto de este mensaje. ¿Y que
habrá entonces? Habrá una de dos cosas: (1)
Una puede ser que no brindemos ninguna ayuda; que nos reunamos, pero
permanezcamos pasivos e inoperantes. ¿Soy yo una de esas personas que no benefician
en nada, ni aportan nada? (2) Y la
otra que puede ser es que ayudemos, sí, pero no movidos por la fe en la Palabra
de Dios, sino por otra cosa: tal vez ayudemos por una identificación visceral y
natural, o por un mandato moral o social, o por una obligación institucional
(de la iglesia), o para sentirme bien conmigo mismo, o para ser visto y alabado
por los demás. Ninguna de esas motivaciones ni de esos propósitos glorifican a
Dios. Recordemos: sólo una fe encendida
por la Palabra de Dios genera una ayuda mutua genuina —que glorifica a Dios— cuando
nos reunimos (y en cualquier momento). Sigamos con la segunda clave:
II.
Dice 2.45: “Según la necesidad de cada uno”; y 4.35
dice: “A cada uno según su necesidad”. Se nota que estos hermanos, por mantener
su fe encendida por la Escritura, estaban pendientes
de las necesidades de los demás, estaba atenta
a las situaciones desfavorables de los otros. Y aquí está la segunda clave de
cómo brindar una genuina ayuda fraternal cuando nos reunimos como iglesia: Estando pendientes de las necesidades de otros. Cuando nos
reunimos, y nuestra fe está encendida por las Escrituras, estaremos pendientes
de tales necesidades. Debemos estarlo, prestar atención a fin de advertir
necesidades. Dice Fil 2.4: “No mirando cada
uno por los suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros”. Y
Hebreos 10.24, hablando precisamente de las reuniones de iglesia, dice: “Considerémonos unos a otros”. Así que,
cuando nos reunimos como iglesia, paremos nuestras antenas, escuchemos bien,
observemos, a fin de advertir necesidades. A veces,
mientras alguien está expresando alguna necesidad, nos entra por una oreja y
nos salé por la otra, y nuestros ojos están medio cerrados. Eso no debe ser así.
Debemos estar pendientes: “Dijeron que los enfermos son Tal y Tal”. “Fulano se
puso de pie para que se orara por él”. “A este otro se lo nota muy preocupado o
triste”. “Mengano debe de haber faltado por algo”. “Hoy se levanta una ofrenda
especial por aquel hermano”.
A veces pienso que nuestras reuniones deberían
tener, al menos una vez por mes, un espacio en que podamos escuchar necesidades
y cargas de los hermanos. Y a veces noto que al espacio que tenemos después de
la reunión no lo aprovechamos para atender necesidades, sino para hacer otras
cosas. Cuidado, hermanos y hermanas, lo que hacemos en el espacio anterior y
posterior a la reunión propiamente dicha. A veces hacemos cosas que no tienen nada
que ver con prestar atención a problemas. Estemos
pendientes de las necesidades de otros.
III.
Dice Hch 4.32,
34: “Y ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que compartían
todas las cosas… Y no había entre ellos ningún necesitado”. Cuando estos
hermanos se reunían como iglesia, y advertían alguna necesidad, estaban completamente
dispuestos a desprenderse de lo propio, a fin de satisfacerla. Esta es la tercera
clave de cómo brindar una genuina ayuda fraternal cuando nos reunimos como
iglesia: Siendo
generosos para satisfacer alguna necesidad. Hermanos, cuando nos reunimos, y nuestra fe está
encendida por las Escrituras, y nos damos cuenta de alguna necesidad, tendremos
una actitud de desprendimiento. Debemos tener esa actitud, una actitud abierta
y generosa. Dice Santiago 2.15-17: “Supongamos que un hermano o una hermana no
tienen con qué vestirse y carecen del alimento diario, y uno de ustedes les
dice: «Que les vaya bien; abríguense y coman hasta saciarse», pero no les da lo
necesario para el cuerpo. ¿De qué servirá eso? Así también la fe por sí sola,
si no tiene obras, está muerta”. Nuestra fe encendida, y la
advertencia de alguna necesidad, deben dar lugar al desprendimiento, a la apertura
y a la generosidad, para tratar de aliviar esa necesidad en nombre de Cristo.
Y no estoy hablando solamente de las necesidades
materiales, ni de dar dinero (después de todo, entre nosotros casi no hay
indigentes). Estoy hablando de cualquier necesidad: anímica, espiritual, moral,
relacional… Cualquiera que sea, debemos mostrar una actitud desprendida,
abierta y generosa. Disponernos a poner
de nuestro tiempo, nuestro esfuerzo, nuestro pensamiento, nuestro conocimiento,
mano de obra, auto, casa, dinero… ¡Me
alegra tanto ver entre nosotros a algunos hermanos tan dispuestos y
desprendidos! “—Necesitamos ayuda para tal cosa… ¡Yo voy! Seamos generosos para
satisfacer alguna necesidad.
IV.
Dice Ro
12.6-8: “Tenemos dones diferentes, según la gracia que se nos ha dado. Si el
don de alguien es el de profecía, que lo use en proporción con su fe; si
es el de prestar un servicio, que lo preste; si es el de enseñar, que enseñe;
si es el de animar a otros, que los anime; si es el de socorrer a los
necesitados, que dé con generosidad; si es el de dirigir, que dirija con
esmero; si es el de mostrar compasión, que lo haga con alegría”. Aquí
encuentro la cuarta clave sobre cómo dar una genuina ayuda fraternal cuando nos
reunimos como iglesia: Siendo responsables para intervenir con nuestros dones. La Biblia
deja bien en claro que Dios, en su gracia y soberanía, nos ha dado alguna
capacidad o aptitud espiritual para ayudar a los hermanos o a la iglesia en
general. Pues bien, este pasaje dice que, cuando alguien necesita una ayuda que
tenga que ver nuestra capacidad o aptitud, debemos ser responsables e intervenir
ayudando.
Dice que ösi alguien
necesita de algún servicio práctico, y Dios te ha dado la aptitud de servir así,
entonces tenés que ser responsable e intervenir. öSi alguna persona
o algún grupo necesita ser enseñado o instruido, y Dios te
ha dado la aptitud de enseñar, entonces tenés que ser responsable e intervenir
y enseñar. öSi alguien necesita ser
animado o estimulado, y Dios te ha dado la aptitud de animar o estimular,
entonces tenés que ser responsable e intervenir animando… öSi alguien
necesita ser sanado o recibir algún milagro, y Dios te ha dado el don de
la fe, entonces tenés que ser responsable e intervenir orando con fe. öSi alguien necesita
ser
librado de una hostilidad demoníaca particular, y Dios te ha dado una
aptitud relacionada con ese problema, entonces tenés que ser responsable e
intervenir. Y lo mismo podemos decir si alguien necesita ser compadecido, ser
conducido, ser pastoreado… Seamos responsables para intervenir con nuestros dones.
Cuando nos reunimos como iglesia debemos ayudarnos
mutuamente, fraternalmente, de un modo que glorifique a Dios. ¿Cómo es eso? (1)
Manteniendo encendida nuestra fe por la Palabra; (2) Estando pendientes de las
necesidades de otros. (3) Siendo generosos para satisfacer alguna necesidad.
(4) Siendo responsables para intervenir con nuestros dones. Ejercicio:
necesidad de salud, de ánimo…?
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