CIEN DIAS
Cien días
Por: Luis Caccia Guerra para
www.devocionaldiario.com
La corte buscaba esposo para la bella y joven princesa. Desde
todo el reino llegaban nobles con cuantiosos regalos para competir por ella.
Entre ellos, se presentó un joven pobre, sin propiedades, sin títulos
nobiliarios, sin más riquezas que un corazón lleno de amor por la princesa.
Cuando llegó el momento de ofrecer lo suyo ante la bella
hija del rey, el joven dijo:
-Hermosa princesa,
te he amado desde toda mi vida. Soy pobre y no tengo tesoros, títulos ni
riquezas para darte. Sólo vengo a ofrecerte un sacrificio, mi sacrificio, como
prueba de amor. Permaneceré cien días sentado bajo tu ventana, a pan y agua por
comida, y sin otra vestimenta que la que llevo puesta.
La princesa, conmovida por tan grande gesto de amor,
aceptó y decidió darle la oportunidad.
Lluvia, sol, vientos, noches heladas, nieve. El joven
permaneció allí estoicamente. Pero el día noventa y nueve, a tan sólo unas
horas de cumplirse el plazo, se levantó y se fue.
¿Qué había pasado
en el corazón de aquél joven? No se podía entender. Tiempo después, alguien lo encontró
y le preguntó.
-En esos casi cien días que permanecí bajo el balcón de
la princesa –dijo– ella ni siguiera se asomó. No se dignó ahorrarme una sola
hora de sufrimiento. Tan sólo podría haberme enviado una manta, o tal vez,
ofrecido una comida caliente en una de esas crudas noches de invierno. Podría
haber enviado a alguien sólo a preguntar cómo estaba. Podría haberse asomado
ella misma a la ventana, con un gesto de aliento… ¡Nada! Ella no se merece mi
amor ni mi sacrificio.
Así somos. Muchos hermanos nuestros tienen iniciativas y
hacen sacrificios para hacer lo que el Señor les puso en su corazón. Pero no
nos bajamos del balcón para ayudarlos, caminar junto con ellos por lo menos en
sus primeros pasos, proporcionarles cobertura. El desaliento hace estragos. Sus
iniciativas mueren como se apaga una vela en el viento. Entonces, como el joven
de esta historia, se ponen de pie, toman sus cosas y se van.
Por lo
cual, animaos unos a otros, y edificaos unos a otros, ...
(1 Tesalonicenses 5:11 RV60)
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