La Biblia rota

Por: Luis Caccia Guerra para www.devocionaldiario.com

Hace unos días, decidí rescatar de los estantes de una biblioteca una Biblia que me acompañó desde mis primeros pasos en mi vida cristiana.

Cuando conocí a Jesús tuve una Biblia chiquita que me había regalado un pariente, precisamente el mismo que tuvo a bien guiarme hasta los pies de Cristo. A pesar de ser muy joven, ya tenía mi trabajo, pero por cierto, no estaba en aquella época, ni remotamente en mis planes ¡gastar dinero en una Biblia!, precisamente.

Pero cuando comencé a crecer, cuando daba mis primeros y tímidos pasos, cuando empezaba a involucrarme en la Obra, entonces, tuve la necesidad de conocer más del Señor y de su Palabra. Con mucho esfuerzo y con la ayuda del hermano de la librería cristiana, adquirí en aquel entonces, una Biblia de Estudio. Podría decirse entonces, que esta es MI PRIMERA BIBLIA; ello sin ánimo de desmerecer el obsequio de quien tuvo además, a bien guiarme a los pies de Cristo. Creo que ése ha sido su mejor regalo: presentarme una vida nueva en Jesús.

Lo cierto es que esa Biblia ha sufrido, no maltrato, pero sí un uso intensivo. Lentamente fue deteriorándose, hasta que terminó en un estante de biblioteca completamente desencuadernada, llena de polvo y con sus hojas sueltas. Permaneció así varios años, hasta que Dios obraba el milagro de restauración de una vieja herida de mi corazón. Miré entonces esa Biblia con otros ojos, pude ver en ella lo que no había visto antes, la tomé entre mis manos, sacudí el polvo, acomodé lo más prolijamente que pude cada una de sus finas hojas de papel de arroz, y un poco de pegamento, prensas y mucho amor y paciencia, procedí con mis propias manos a su restauración. No ha quedado el trabajo de un encuadernador profesional, justamente. Tal vez su aspecto no sea el más elegante. Pero está en las mejores condiciones de uso y nuevamente presta su utilidad.

Pero, por cierto, nada de eso no es lo que hace especial a esa Biblia. ¿Saben? La última noche que estuve tras un púlpito ministrando la Palabra ante la congregación, utilizaba esa Biblia. Recuerdo aquella lamentable noche como si hubiera sido ayer. Esa noche, el ministro, que había permanecido sentado en la primer banca escuchando atentamente mi sermón, no le gustó algo que dije y en ese momento saltó de su asiento como resorte, se puso de pie, me interrumpió, me hizo callar y comenzó a decirle a la congregación que lo que yo estaba enseñando era bíblicamente incorrecto, bla, bla, bla. No vale la pena ocupar espacio aquí sobre la temática que abordaba, lo cierto es que años después supe que lo que dije aquella noche no era ni conceptual ni bíblicamente incorrecto, como pretendía ese ministro. Pero, por cierto, domingos después de aquella desafortunada ocasión, ya hubo caras que no volví a ver más entre la congregación. En aquel momento era muy joven, tal vez demasiado joven para una experiencia así. Una mezcla de desconcierto, estupor, temor, culpa, mucha vergüenza, es lo que se arremolinaba en el centro de mi corazón. Me puse colorado como un tomate y cuando me autorizaron a continuar con mi sermón, en unos minutos más lo terminé como pude. Desde aquella noche, nunca más volví a ocupar el púlpito para ministrar la palabra.

Han pasado poco más de treinta años desde aquella noche. Hoy Dios obró ese milagro de restauración de aquella vieja herida en el corazón de este siervo. Hoy no resulta ser más que un hecho anecdótico. Si hay algo que hoy duele, en todo caso es la cicatriz, no una herida abierta y que sangra todavía.

Es por ello, que hoy pude ver en esa Biblia, rota y desencuadernada, una figura de mi propia vida. Hoy pude ver en esa Biblia lo que nadie más pudo ver. Ya no un símbolo de la derrota, sino como algo bueno que se puede restaurar, volver a la vida y prestar la utilidad para la cual fue hecha.

Mi vida estuvo rota y desencuadernada, con cada hoja de sus días desperdigada y sin un orden, en un estante, pasiva y llenándose de polvo en medio de la inacción total, mirándose a sí misma como la viva imagen de la derrota y la zozobra. Rota y abandonada a sí misma, creyendo que ya nada más tenía que hacer en la Obra de Dios.

Dios tuvo a bien ver en esta vida lo que nadie más pudo ver. Con sus propias manos la restauró, la encuadernó, la volvió a la vida. Si yo no te digo lo que ví en esa Biblia, tú no lo podrías ver ni saber. Si yo no te digo lo que Dios vio en esta vida, tampoco lo podrías ver ni saber.

Igual Dios ve en nuestro corazón lo que tú no puedes ver, inclusive dentro de tu propio corazón.

Es entonces cuando cobran nueva vida, cuando cobran una nueva dimensión y se hacen tan tangibles y vívidas las palabras escritas por Pablo:

De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.
(2 Corintios 5:17 RV60)

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