Cuando celebramos Santa Cena
Por: Luis Caccia Guerra para
www.devocionaldiario.com
Y
tomó el pan y dio gracias, y lo partió y les dio, diciendo: Esto
es mi cuerpo, que por vosotros es dado; haced esto en memoria de
mí. De igual manera,
después que hubo cenado, tomó la copa, diciendo: Esta
copa es el nuevo pacto en mi sangre, que por vosotros se derrama.
(Lucas
22:19-20 RV60)
“La última Pascua fue seguida
inmediatamente por la Cena del Señor.El Señor Jesús instituyó
este sagrado memorial para que sus seguidores a lo largo de los
siglos le recordaran así en Su muerte.” (William Mac Donald)
“Con un sacramento empezó Jesús su
ministerio: el de la separación y consagración en el Bautismo. Con
un segundo sacramento terminó su ministerio: el de la reunión y
comunión en la Cena del Señor. Ambos estaban en su muerte; con
todo, no como algo que tenía poder sobre Él, sino como una muerte
que fue seguida por la resurrección. Porque si en el bautismo somos
sepultados con Él, también resucitaremos con Él; y si en la Santa
Cena recordamos su muerte, es la de Aquél que ha resucitado otra
vez; y si mostramos esta muerte, es hasta que Él vuelva otra vez. Y
así esta Cena también señala hacia la Gran Cena al final de la
consumación de su Reino.” (Alfred Edersheim)
Jesús dejó esta ordenanza para las
generaciones que iban a continuar con las iglesias hasta que Él
regrese. Hay comunidades que la celebran una vez al mes, otras sólo
después de una reunión de bautismos algunas veces al año sin una
frecuencia fija, y otras cada primer día de la semana con el culto
dominical. Nada dice la Escritura al respecto.
Lo cierto es que compartimos el pan TROZADO
que, simboliza, representa, nos recuerda; el cuerpo de Nuestro Amado
Señor DES-TROZADO en la cruz por nosotros.
Compartimos el vino, VERTIDO en la copa
que, simboliza, representa, nos recuerda; la sangre de Nuestro Amado
Señor VERTIDA desde la cruz para lavar nuestros pecados,
raudal de infinita Gracia Soberana de Dios para cubrir nuestra
multitud de rebeliones.
Un día, cuando ya no haya día; una noche de
éstas, cuando ya no exista la noche; este recordatorio, esta
representación, ya no será necesaria.
¡Nos vamos a sentar a celebrar la Gran Cena,
EN LA MESA DEL REY, CON EL REY.
Pero… ¿saben? Ya no nos vamos a llamar
igual, no vamos a tener los mismos nombres. Se nos va a entregar una
piedrecilla blanca con un nombre escrito, que conoceremos nosotros,
único.
El
que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al
que venciere, daré a comer del maná escondido, y le daré una
piedrecita blanca, y en la piedrecita escrito un nombre nuevo, el
cual ninguno conoce sino aquel que lo recibe.
(Apocalipsis
2:17)
Este recordatorio y esta promesa de Dios me
alientan, me llenan de gozo y esperanzas, e inyectan renovadas
fuerzas a mi espíritu para continuar tan sólo por un poco de tiempo
-comparado con toda una Eternidad- esta lucha durante el tránsito
por esta vida. Y también me alienta a atreverme a “ver un poco más
allá” de las circunstancias, inmerso en esta naturaleza heredada
de nuestro padre natural Adán.
Esto también me alienta a dejar a un lado
antiguas contiendas que ya no tienen razón de ser, toda vez que
perdonar no es una cuestión de “sentimientos” sino de
“decisiones”; mientras pongo los ojos en Jesús, la meta
final de mi vida, y mi corazón en sus preciosas manos para que
realice el milagro que yo mismo no puedo hacer: CURAR Y SANAR LAS
HERIDAS.
prosigo
a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo
Jesús.
(Filipenses
3:14 RV60)
Porque…
Antes
bien, como está escrito:
Cosas
que ojo no vio, ni oído oyó,
Ni
han subido en corazón de hombre,
Son
las que Dios ha preparado para los que le aman.
(1
Corintios 2:9 RV60)
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