El milagro de Sarepta
El milagro de Sarepta
Por: Luis Caccia Guerra para
www.devocionaldiario.com
“La preocupación no le quita al mañana
su tristeza. Le quita fortaleza al presente.”
(Corrie Ten Boom)
En I Reyes cap. 17 encontramos al profeta Elías
escondido del rey Acab, junto al arroyo de Querit, bebiendo de él y
alimentado por cuervos. No obstante, la profecía se cumplía y el
cauce se secaba por la intensa sequía que había de sobrevenir. Es
entonces, cuando Dios le envía junto a una viuda en Sarepta, para
que le alimente.
En los tiempos bíblicos, la condición de las
viudas era bastante diferente de las épocas actuales. La mujer no
trabajaba fuera de casa ni tenía los derechos que tiene hoy. No
había seguros de retiro, sistemas integrados de jubilaciones y
pensiones, y la mujer generalmente trabajaba en casa. El medio de
vida, el sustento de las esposas era el hombre de la casa. Cuando por
alguna razón, éste desaparecía, las viudas quedaban en una
situación no sólo de gran duelo por la pérdida, sino también de
desamparo. No es extraño, entonces, que en la Biblia la situación
de la viuda se use como figura de tristeza y desolación (Lam. 1:1;
Ap. 18:7). De ahí que la legislación hebrea tuviera especiales
cuidados para ellas y la iglesia heredó de ésta, el preocuparse y
atender, prestar una muy especial atención a viudas y huérfanos
(Stgo. 1:27; Hech. 6:1).
Pues, bien, allí es justamente a donde Dios
envía a Elías. Primero había provisto para las necesidades de
Elías por medio de la misma naturaleza. Pero luego podría haberle
buscado a alguien en mejores condiciones para ayudarlo. Pues, no. Lo
hace a través de la persona menos indicada y en el lugar más
improbable de la tierra, una viuda deprimida y enfocada en la muerte
(I Reyes 17:12).
En realidad, a veces tendemos a perder de vista
el hecho de que esta vez, no era Elías el que estaba necesitando un
milagro en su vida. Era la viuda la que necesitaba ese milagro.
Hace un tiempo, estaba deprimido, desalentado,
abatido, triste, derrotado. En medio de un terrible sentimiento de
orfandad respecto del cuidado de Dios sobre mi vida. Entonces, llamé
a un amigo y siervo del Señor que en otras ocasiones me ha ayudado,
me ha bendecido con su forma muy particular de ver las cosas. No
puedo estar de acuerdo con todo lo que él piensa, pero es como quién
dice: “me saca del pozo”.
Rápidamente concretamos un encuentro. No fue
difícil descubrir que él estaba pasando por una situación
angustiosa y compleja. Tampoco fue difícil caer en la cuenta de que
mi presencia allí era para ayudarle a resolver uno de los tantos
problemas por los que atravesaba. ¡Fui a verlo en busca de mi
milagro y resulta que el milagro resulté ser yo mismo! A veces,
estamos donde estamos, y estamos con quien estamos buscando nuestro
propio milagro, sin poder apartar la vista de nuestras propias
circunstancias sin poder discernir que los portadores de ese milagro
somos nosotros mismos, que Dios tiene otros planes PARA nosotros y
CON nosotros.
Entonces
ella fue e hizo como le dijo Elías; y comió él, y ella, y su
casa, muchos días. Y la harina de la tinaja no escaseó, ni el
aceite de la vasija menguó, conforme a la palabra que Jehová había
dicho por Elías.
(1
Reyes 17:15-16 RV60)
“Las extrañas, repentinas y breves
apariciones de Elías, su coraje inconquistable y celo ardiente, el
brillo de sus triunfos, lo patético de su desánimo, la gloria de su
partida, y la tranquila calma de su reaparición con Jesús en la
montaña de la transfiguración (Mateo 17:3-4; Marcos 9:4; Lucas 9:
30-33)le hacen uno de los personajes más grandes que dio Israel.”
(Manual Bíblico Halley)
No le llego ni a la suela de sus sandalias a
Elías, claro está. Pero no puedo dejar de sentirme profundamente
identificado con el carácter de Elías, sobre todo en la apreciación
de sus circunstancias y desánimo. No obstante ello, Dios pudo ver
otra cosa en el corazón del profeta y usar a un hombre como él para
hacer cosas realmente grandes.
En aquél lejano episodio de los días de
Elías, la viuda necesitaba un milagro, pero también necesitaba dar
en fe para poder estar en condiciones de recibir ese milagro. En
aquella oportunidad Dios me envió a ese lugar en busca de mi
milagro; pero como la viuda de Sarepta, necesitaba apartar la vista
de mis propias circunstancias y dar un paso en fe para estar en
condiciones de recibirlo.
Así funciona. Así es Dios.
Me
mostrarás la senda de la vida;
En
tu presencia hay plenitud de gozo;
Delicias
a tu diestra para siempre.
(Salmos
16:11 RV60)
Si
dijere: Ciertamente las tinieblas me encubrirán;
Aun
la noche resplandecerá alrededor de mí.
(Salmos
139:11 RV60)
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