Sonidos del silencio
Sonidos del silencio
Por: Luis Caccia Guerra para
www.devocionaldiario.com
“Querido
Dios:
Habla
suavemente en mi silencio.
Mientras
los fuertes ruidos exteriores de mi entorno y los fuertes ruidos
interiores de mis temores sigan
manteniéndome
lejos de ti, ayúdame
a confiar en que aún estás allí, incluso
cuando yo no pueda oírte.
Dame
oídos
para escuchar tu suave vocecita diciendo:
"Ven
a mí,
tú que estás agobiado, y
yo te daré.descanso...
pues
soy amable y humilde de corazón."
Deja
que esta hermosa voz me guíe.
Amén.”
Henry Nouwen
En el espacio exterior los astronautas pueden
encontrarse durante prolongados períodos a solas consigo mismos. No
hay noches ni hay días. No hay “arriba” ni “abajo”. Todo es
relativo y sólo reina el más absoluto y denso silencio. Sólo el
sonido monótono de su respiración y su corazón al latir.
Es por ello que una de las pruebas más duras a
las que se enfrenta un pretenso astronauta durante su fase de
entrenamiento, es la “prueba del silencio”.
Durante la “prueba de la incomunicación”,
el astronauta entra en un cubículo denominado “surdocámara” de
apenas unos pocos pasos de ancho por otros tantos de largo.
“Después de que el piloto entra allí, se
cierra herméticamente una puerta metálica, como la de una caja de
fondos de un banco, y queda aislado del mundo entero. No ve a nadie,
pasa días y noches sin escuchar una voz humana, ni el ruido de la
calle, ni el rumor de los árboles. Lo envuelve un silencio total, un
silencio cósmico.” (En la soledad y el silencio totales.
Crónicas de otro mundo. Joaquín Gutiérrez. Google libros).
Prolongados períodos de silencio absoluto
pueden terminar con la cordura de una persona, desembocar en la
locura. Los entrenadores de los programas espaciales lo saben muy
bien.
Sin embargo, en el transcurrir de la rutina de
nuestras vidas cotidianas, sin ser astronautas, en tierra firme y muy
lejos del espacio exterior, hallamos otra clase de denso y sepulcral
silencio.
“Sabemos que existe alguna relación entre
la oración y el silencio pero, si pensamos en el silencio en
nuestras vidas, parece que no siempre es tranquilizador: el silencio
también puede ser amenazante.” (Henry Nouwen)
Hay silencios cómplices. Hay silencios que
reconfortan, transmiten cercanía, consuelo. Hay silencios capaces de
transmitir un cálido abrazo sin usar los brazos. Hay silencios
capaces de llenarle de ánimo al derrotado, levantar al caído. Esos
silencios que sin palabras, emiten palabras dichas con sabiduría en
el idioma del Espíritu. Orientan, consuelan, infunden aliento.
Pero también hay silencios de muerte. Esos
silencios que comunican oscuridad y fría soledad, zozobra, profunda
tristeza, distancia, desprecio, apatía, indiferencia. Esos silencios
que sin palabras susurran con claridad: “muy poco me importas”.
Esos silencios son el peor de los discursos. Justamente por ser
silencios son los que más mal se interpretan.
“Enderezando los cuadros de las paredes,
mientras la casa se incendia.” (Corrie Ten Boom).
Mientras alrededor nuestro hay seres que se
desangran en un valle silente de lágrimas en soledad; quienes hemos
sido llamados a aportar consuelo al caído estamos demasiado ocupados
en el “ruido” de una gran agenda de cosas, compromisos y
actividades, hasta tal punto en que todo puede ser prioritario, menos
el que sufre cerca de uno.
Paradójicamente, es la clase de silencio que
más ruido hace.
Una prostituta acudió a él cierto día
-cuenta el escritor y periodista Philip Yancey- en la miseria total.
Enferma y con una hijita de dos años de edad a quien ni siquiera
podía comprarle comida. Le contó que alquilaba a su niñita para
prácticas aberrantes. Cuando por fin, le preguntó si había pensado
en acudir a alguna iglesia en busca de ayuda, respondió:
-“Una iglesia! ¿Para qué habría de ir
allí? Ya me estaba sintiendo muy mal conmigo misma. Todo lo que
harían sería empeorar las cosas.” (Philip Yancey. Gracia
divina vs. condena humana).
Pero es que también puede haber sutil,
solapado, artero silencio en medio de mucho ruido, o en la multitud
de palabras huecas, sonidos emitidos sin respaldo. Los sonidos del
silencio.
Elías buscó la voz de Dios en un “grande
y poderoso viento que rompía los montes, y quebraba las peñas”,
pero Dios no estaba allí. Tras aquel viento lo buscó en un
terremoto y luego en un gran fuego, pero en esas portentosas
manifestaciones no estaba Dios allí (I Reyes 19:11).
En medio de las estridencias, Elías solo halló
el silencio de Dios.
Recuerdo de la temprana época de mi niñez,
que vivíamos en un barrio bastante tranquilo, con calles de tierra y
poco tránsito de vehículos. Entonces nos mudamos a un lugar donde
pasaba la ruta internacional a Chile. En los jóvenes añitos de mi
corta vida de ese entonces, nunca imaginé que podía contar pasar
más de cien autos en menos de una hora. Acostumbrados a la
tranquilidad y paz de barrio suburbano, los primeros días de nuestra
estancia allí, el ruido era insoportable incluso hasta altas horas
de la noche. Como si esto no resultara ser suficiente -y debo
confesar que a pesar del ruido, me fascinaba- paralelo a la ruta,
justo enfrente de mi casa pasaba el tren. Nunca había visto un tren
en mi corta existencia. Era divertido ver pasar los trenes varias
veces al día e inclusive escucharlos durante la noche o la
madrugada. Pero también aportaban su cuota de ruido, vibraciones.
Hasta que lentamente nos fuimos adaptando y el estruendo
paulatinamente se convirtió en “silencio”. Nuestros oídos y
mentes se adaptaron y aprendieron a ignorarlo. Lo raro y anormal era
cuando por alguna razón la ruta se interrumpía en un punto y todos
esos automóviles ya no pasaban por allí, o cuando algo ocurría en
algún tramo de las vías y el tren brillaba por su ausencia.
Allí es donde el silencio se hacía evidente,
marcaba su genuina presencia. El silencio real, pero el bueno, el
saludable; el silbo apacible y delicado que halló Elías en medio
del monte, se hacía tangible.
“Bendecir” es una palabra de origen latino
de dos raíces. Proviene del latín “benedicere”. “Bene”:
"bien", y “dicere”: "decir". BENDECIR
tiene que ver entonces, con “BIEN-DECIR”, literalmente “decirle
bien a alguien” .
Sin embargo, cuando corres a “proferir
bendiciones” a alguien a quien no conoces y ni siquiera preguntas
su nombre, tus pretendidas “palabras de bendición” son sólo
silencio. Cuando corres a bendecir a alguien y tan sólo media hora
después ya no recuerdas su cara o simplemente te vuelves a cruzar
con él o ella y simplemente lo ignoras, tus pretendidas “palabras
de bendición” no son más que sonidos del silencio.
Nos acostumbramos a eso. Cuando el ruido
finalmente se convierte en silencio. Como cristianos hemos sido
llamados a hablar menos y hacer más, habida cuenta de que en el
ruido de la multitud de palabras huecas y vacías también hay
silencio. ´
“Ore por mí, hermano”. ¿Te han
pedido eso alguna vez? Cada día nos reunimos como familia a
interceder por otras personas, sus vidas, trabajos, salud, familia y
ministerios. A algunos los conocemos personalmente; otros, viven a
miles de kilómetros de distancia de nosotros. Debo decir que en
nuestro caso la lista ha ido creciendo en los últimos meses, hasta
tal punto en que a menudo se nos hace difícil recordar todos los
nombres.
Es que Interceder es una forma de
Bendecir, hablar bien de alguien delante de Dios. Pero son
palabras que requieren COMPROMISO. PROFUNDO COMPROMISO.
Sin ello no es más que “ruido”. SONIDOS
DEL SILENCIO.
He
aquí, tenemos por bienaventurados a los que sufren. Habéis oído
de la paciencia de Job, y habéis visto el fin del Señor, que el
Señor es muy misericordioso y compasivo. Pero sobre todo, hermanos
míos, no juréis, ni por el cielo, ni por la tierra, ni por
ningún otro juramento; sino que vuestro sí sea sí, y vuestro no
sea no, para que no caigáis en condenación. ¿Está alguno entre
vosotros afligido? Haga oración. ¿Está alguno alegre? Cante
alabanzas. ¿Está alguno enfermo entre vosotros? Llame a los
ancianos de la iglesia, y oren por él, ungiéndole con aceite en
el nombre del Señor. Y la oración de fe salvará al enfermo, y el
Señor lo levantará; y si hubiere cometido pecados, le serán
perdonados. Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por
otros, para que seáis sanados. La oración eficaz del justo puede
mucho. Elías era hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras,
y oró fervientemente para que no lloviese, y no llovió sobre la
tierra por tres años y seis meses. Y otra vez oró, y el cielo dio
lluvia, y la tierra produjo su fruto. Hermanos, si alguno de entre
vosotros se ha extraviado de la verdad, y alguno le hace volver,
sepa que el que haga volver al pecador del error de su camino,
salvará de muerte un alma, y cubrirá multitud de pecados.
(Santiago
5:11-20 RV60)
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los derechos reservados.
Preferiría la voz de mi Señor reprendiéndome, antes que su silencio, cuando éste signifique indiferencia.
ResponderBorrar"Dios mío, clamo de día y no me respondes; clamo de noche y no hallo reposo." (Salmos 22:2) HdS