Construir puentes, derribar muros
Construir puentes, derribar muros
Por: Luis Caccia Guerra para
www.devocionaldiario.com
Cuenta esta historia que el principiante
conjunto de folklore realizaba su primera presentación en el pequeño
teatro del barrio. Hasta ahora, todas sus actuaciones habían sido en
peñas, en algún salón de fiestas durante un evento familiar, en
casas particulares o tal vez en algún bar. Hoy saltaban al “salón
grande”.
Cuando salieron a escena, esperaban hallar la
pequeña sala repleta de gente. Para sorpresa –triste sorpresa, en
verdad– sólo un puñado de personas dispersas entre los asientos
del teatro se hallaba presente.
Nada más comenzar con el recital, uno a uno de
los presentes comenzaron a levantarse de sus asientos y se fueron
retirando. Al final de la última canción ¡no quedó nadie! Sólo
una anciana en la primera fila. El coordinador del grupo no tuvo
mejor idea que agradecerle haberse quedado a presenciar el recital
hasta la última canción.
-¡Nooo! ¿Qué, “gracias”? Contestó
enfáticamente la anciana.
-¡Se ha caído una de mis muletas debajo de
los asientos y no puedo irme!
Respuesta lapidaria.
Los escritores cuyos trabajos tienen un fin
comercial, están con frecuencia condicionados a escribir lo que su
público quiere y espera leer de ellos. En cambio, los escritores de
devocionales como quien esto escribe, que lo hacemos a título
gratuito, la única “pequeña-gran” satisfacción es que nuestros
escritos sean leídos y compartidos muchas veces. Y un superlativo
gozo es si resultan ser de bendición y edificación para quienes nos
leen. Esto es, aunque a veces encuentro que un artículo de esos
“comprometidos” sufre un cierto rechazo por parte de los
lectores. Y está bien que sea así. Cuando las personas abren el
sitio o la bandeja de su e-mail y se encuentran con algo no sólo
completamente diferente de lo que esperaban, sino que además les
enfrenta con una realidad con la que no desean lidiar, no es
agradable. El público, simplemente se levanta y se va.
Sin embargo, una y otra vez me he permitido
insistir en ese camino. A veces mis devocionales han sido de lo más
inspirados. Cientos de “clicks” y una larga lista de comentarios.
Otras, en cambio, han reflejado con diáfana claridad mi terrible
estado de ánimo y lucha interior. Sin ir más lejos, alguno que otro
ha sido en verdad, una verdadera llamada de auxilio en medio de la
zozobra y la desesperanza.
Un viejo proverbio oriental dice que “hasta
una hoja es más liviana si la levantan entre dos”. Es que abrir y
desnudar el corazón con sinceridad y humildad de la mano de Dios,
en medio de tanta palabra dicha con liviandad y sin respaldo, en
medio de tanta apatía e indiferencia; nunca tuve la menor duda de
que SIEMPRE, SIEMPRE, ¡SIEMPRE! es de edificación.
Es dar vuelta juntos esa hoja del libro de tu
vida. Puede gustarte lo que lees, tal vez no. Puedes estar de
acuerdo, o no. Pero la empatía es un poderoso bálsamo para el
espíritu. Es ese abrazo en la distancia, es esa palabra de ánimo
que te muestra que a ti te pasa lo mismo que a mí. Que desde este
otro lado de la pantalla alguien ríe contigo cuando te va bien,
alguien llora hombro a hombro junto a ti cuando las lágrimas bañan
el rostro.
Es, nada más ni nada menos que haber perdido
la muleta de la anciana con que comienza el presente devocional, y
permanecer juntos hasta el final de esta gran obra del Maestro, que
es tu vida, que es mi vida; aunque mientras nos encontremos “en
construcción”, lo que se vea no sea justamente lo más bello a
los ojos, lo que se escuche precisamente no sea la más dulce de las
melodías.
Es derribar las murallas y comenzar a edificar
puentes entre nosotros.
Es mi oración amado lector, que el Señor
tenga a bien proveer para tí, familia, trabajo y ministerio; en la
salud en lo físico, en lo mental y en lo espiritual que tenga a bien
bendecir y prosperar tus días; hoy y cada uno de los días de tu
vida.
Nada
hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad,
estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no
mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo
de los otros. Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también
en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el
ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí
mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y
estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo,
haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.
(Filipenses
2:3-8 RV60)
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