La aventura de la fe
Por Luis Caccia Guerra para
www.devocionaldiario.com
El último año ha sido para nosotros muy
especial. Con algún grado de dificultad algo mayor que el anterior,
y no sin alguna pérdida que llorar, por cierto. Pero las cosas por
las que hemos pasado han sido verdaderamente determinantes. En lo
personal, en lo familiar, en lo físico, en lo mental, en lo
espiritual; lo cual indudablemente ha impactado de manera decisiva en
el ámbito ministerial.
Es que una cosa es caminar en círculos, a la
deriva y sin poder llegar a ningún sitio en las ardientes arenas del
desierto y otra bien distinta es caminar a través de las mismas
quemantes arenas, pero con un rumbo cierto, sabiendo cuál es el
destino hacia donde debemos llegar. Y esa ha sido exactamente la gran
diferencia. Ya no somos las mismas personas que este mismo mes, pero
del año pasado. Hasta el año pasado éramos islas. Ahora, hemos
tenido intensas conversaciones de fe en familia, cosa que hacía
mucho tiempo no se daba, no al menos en esta forma. Hemos abierto
corazones a la palabra de Dios. Hemos podido hablar acerca de cómo
Dios trata con nosotros independientemente de las circunstancias.
Hemos tenido oportunidad de expresar los más profundos sentimientos
y pensamientos, que nunca hasta ahora habían sido exteriorizados
así. Pero fundamentalmente, hemos escuchado mensajes que han calado
profundo en nuestros corazones y tomado decisiones en fe.
John Newton, famoso por su negocio de trata de
esclavos, pero más conocido aún por su dramática conversión a los
brazos de Cristo, decía que si dos ángeles del cielo recibieran en
el mismo instante la orden de Dios, uno para gobernar la nación más
grande de la tierra, el otro para limpiar la aldea más sucia del
planeta, no discutirían entre sí sobre quien haría una o la otra.
Simplemente pondrían manos a la obra.
Blaise Pascal, famoso físico y matemático,
pero también creyente, dijo una oración célebre que para quien
esto escribe ha sido de mucha bendición y ayuda: “Señor,
ayúdame a hacer las cosas grandiosas como si fueran simples, porque
las hago con tu poder. Señor, ayúdame a hacer las cosas simples y
pequeñas, como si fueran grandiosas, porque las hago en tu Nombre.”
Y es que podemos hacer las cosas más
grandiosas, tener los puestos más altos en la comunidad eclesiástica
en la que nos movemos, dar las ofrendas más generosas, cantar y
danzar con júbilo; pero, nada, Nada, ¡NADA! complace más a Dios,
como LA OBEDIENCIA. La llave de las puertas de las bendiciones de los
cielos.
En la vida de Moisés, podemos distinguir con
absoluta claridad tres grandes períodos de cuarenta años cada uno:
En Egipto, en la corte de Faraón (Exodo 2:10); en pleno desierto, en
la peña de Horeb junto a Dios (Exodo 3:1) y al final de su vida
liderando el pueblo de Israel hasta las puertas de la Tierra
Prometida (Deuteronomio caps. 33 y 34). Tres etapas por las que
nosotros hemos pasado: la zona de confort en el palacio de Faraón;
las quemantes arenas del desierto, pero a solas con Dios; y
finalmente caminando hacia la Tierra Prometida.
Pero todos estos eventos, tanto en las vidas de
Moisés, de John, de Blaise; la tuya, amado lector, la mía propia;
tienen un punto de partida en común: un primer paso en FE y en
OBEDIENCIA. La DECISION de someter la voluntad a la Suprema Voluntad
del Señor y atreverse a dar ese paso de obediencia, hacia aquello
que Dios te viene marcando en tu corazón desde hace tanto tiempo.
Nada más tomar esa decisión, echar la red en
su palabra (Lucas 5:5), comenzaron a abrirse puertas donde nunca las
hubo. Hoy por primera vez en mis años de creyente, siento que
camino. No importa si rápido o muy despacio… CAMINO, embarcado en
esta maravillosa aventura de la fe.
Habiendo
purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad, mediante el
Espíritu, para el amor fraternal no fingido, amaos unos a otros
entrañablemente, de corazón puro; siendo renacidos, no de
simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios
que vive y permanece para siempre.
(1
Pedro 1:22-23 RV60)
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