Dar en el blanco
Por:
Luis Caccia Guerra para www.devocionaldiario.com
Durante mis primeros pasos en la fe, fui formado en una
iglesia fundamentalista donde la polaridad “blanco-negro”, “bien-mal” estaba en
gran manera exacerbada. Se trataba en realidad de más prejuicios que
fundamentalismo, toda vez que entre luz y oscuridad siempre hay sombras; entre
blanco y negro siempre hay zonas grises. En estos términos o eras un
“iluminado” o vivías toda tu vida con la “luz apagada”. Bien; este último es
justamente mi caso. Es más, toda nuestra propia vida es una zona gris hasta que
conozcamos la Gloria venidera (Filipenses 1:6).
Debo decir que desde pequeñín viví con una honda
(resortera, para los hermanos centroamericanos que nos leen) colgada del
cuello. Francotirador de los 100 metros, difícilmente le escapaba al blanco. La
resortera y mi inusitada puntería me inspiraban cierta sensación de seguridad,
pero ponían distancia entre mi pequeño corazoncito de niño y Dios. Más tarde,
al final de mi adolescencia, ya era tirador profesional con armas largas, de
las ligas mayores en alta competencia. Tuve oportunidad de viajar y participar
en varias competencias de nivel nacional entre lo más selecto de mi país. Partir
al medio de un disparo un naipe o baraja
puesto de perfil, para mí no fue ninguna fantasía ni truco de cine. ¡Toda una
realidad! Debo decir que en vista de esos antecedentes, cuando tuve que cumplir
con el servicio militar obligatorio en ese entonces en mi país, una de mis
oraciones más vehementes le rogaba a mi Dios que nunca tuviera que tomar un
arma para disparar contra alguien. Hoy estoy agradecido porque la baja del
ejército vino pronto por causa de una afección cardíaca incurable. Gracias,
Dios por este corazón defectuoso! Quién sabe cuántos males ha evitado a mi
propia existencia y familia.
Hoy, felizmente ya hace muchos años que no sé lo que es
tomar un arma entre mis manos, ni aún para disparar a un inofensivo blanco. Es
desde que decidí tomar otra clase de armas, la Espada del Espíritu y el yelmo
de la Salvación para la honra y Gloria de Nuestro Señor (Efesios 6:17).
Pero en la vida diaria, nunca resultó ser lo mismo. En mi
relación con Dios, una y otra vez se ha vuelto a repetir lo mismo: lo que menos
hago es “dar en el blanco”.
Uno de los términos más recurrentes en el Nuevo
Testamento y familia de palabras relacionadas para referirse al “pecado” es “hamartía” y se emplea en el griego
clásico en el sentido de “errar en el
blanco” o “tomar un camino
equivocado” (Nuevo Diccionario Bíblico Certeza). De todos modos es un sentido que se diluye
bastante en el NT, no obstante ser el término más inclusivo cuando de
distorsión moral se trata (Diccionario Expositivo de Palabras del Antiguo y
Nuevo Testamento Exhaustivo de Vine).
Todo el tiempo viviendo al filo de la cornisa. Gordon
MacDonald hace una comparación entre nuestra actitud falsamente confiada hacia
el pecado y la telaraña y la mosca. La mosca revolotea alrededor del rincón
donde se encuentra la telaraña. Como ve que no pasa nada, desarrolla toda una
conducta repetitiva cada vez más confiada. Cada vez se acerca más. En algún
momento se asienta y pisa un hilo que se enreda sutilmente en una pata, pero
con fuerza y agitando sus alas fuertemente, logra despegarse y zafar. Pero el
susto, la advertencia, en algún momento se olvida y ya con algo más de
“experiencia” otra vez comienza a volar cada vez más cerca de la telaraña,
hasta que finalmente vuela tan cerca que queda atrapada en ella. Por más que
agite sus alas, por más empeño que ponga en ello, ya no resulta posible
soltarse. Cada “solución heroica” que intenta la mosca, sólo consigue
envolverla, atraparla, inmovilizarla más, hasta que cuando agotada y sin
fuerzas, llega la araña con su mortal neurotoxina entre sus poderosas
mandíbulas y lista para devorarse al indefenso insecto.
Así es como vivimos. Ya desde el principio Satán
disfrazado de serpiente supo susurrar y restar significado a las consecuencias
del error, la rebelión, la desobediencia (Génesis 3:3 y 4). Hoy lo sigue
haciendo. El pecado sabe dulce al principio, como si las consecuencias no
fueran parte de él. Jamás pensamos en
las secuelas cuando nos tomamos alguna de esas “licencias” fuera de los
designios de Dios. No hay pecado chico ni grande. HAY PECADO. Una cosa por
pequeña e insignificante que sea va llevando a la otra, haciendo un camino cuyo
fin es camino de muerte. Jugando como la mosca con la telaraña.
Sé lo que es quedar atrapado sin salida en la telaraña
del pecado y sin tener cómo ni a dónde ir.
“Cuando intenté
huir para escapar, la difícil tormenta, me diste una canción que me invitó a
creer (…) Jesús, tu belleza conquistó mi corazón, en la herida de tus manos
encontré mi Salvación (…) Yo jamás imaginé que fuera así.” dice una bellísima canción cristiana
(Exagerado amor-Tercer Cielo).
Las numerosas cachetadas que recibí y aún continúo
recibiendo, me enseñaron a ceder y a
perdonar, pero fundamentalmente a reconocer mi necesidad de ser perdonado. Me enseñaron, inclusive, a perdonarme a mí
mismo. No es que lo haya logrado completamente ya, pero en ese proceso me
encuentro. Fue doloroso ceder, pero valió la pena.
Días atrás, en la plaza de mi santuario, la que cada día
visito para leer y tener un momento de comunión con Dios, me crucé con un
reconocido y querido locutor y conductor de radio y televisión de mi ciudad. Ya
un hombre grande, retirado hace varios años. Le miré directamente a los ojos y
esa mirada me inspiró temor. Me iba a parar y hablarle, pero no lo hice.
Recordé en ese momento una anécdota de cuando él conducía un famoso programa y
dijo un verdadero disparate en cámara del que él mismo y todos nosotros
terminamos riéndonos… Hace un par de
semanas, supe que se había descerrajado un disparo y terminado así trágica y
abruptamente con sus días en este mundo. Tal vez pude haber evitado la tragedia…
en verdad no lo sé.
Pero hoy te digo a tí:
Doy las gracias porque en la herida de tus manos encontré
la Salvación de mi pobre y afligida alma, Jesús. Hoy te invito a ti que lees
estas líneas, si no lo has hecho ya, a entregar tu alma a Jesús AHORA y hallar
en la herida de sus manos la Salvación de tu alma, la liberación de la opresión
del mal.
y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.
(Juan 8:32 RV60)
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